Mi padre era gondolero, gondolero en Amsterdam y aunque no eran muchos los gondoleros en Amsterdam se sentía muy identificado con los gondoleros de Amsterdam, pienso precisamente que por eso, porque no eran muchos.
Mi madre conducía una escavadora remendando diques holandeses, que en holandés se dicen “polders”. Holanda está toda diquelada y mi madre le daba importancia a este echo diciéndonos que si no fuese así, tendríamos que ir todo el día con botas Catiuscas, lo cual es una incomodidad. Mi madre se sentía muy identificada con los “polders”.
En cambio, yo nunca me sentí identificado con nada. Para empezar nunca se me dio bien el holandés, cuando nací mis padres se trasladaron a una ciudad dormitorio al sur de Amsterdam, lo cual hizo que hablase holandés con un terrible acento andaluz. Para evitarlo decidí hablar en esperanto, nadie me entendía.
El lugar donde vivíamos era precioso, todo tenía color fosforito, el cielo era azul, pero fosforito, el césped verde, pero fosforito, los drug queens eran más fosforito que en otros sitios y así sucesivamente. Realmente era bonito, pero aún así no me identificaba con aquello, ya que me obligaba a ir todo el día con gafas de sol.
El día grande en Holanda era el 7 de Julio San Fermín, ese día nos poníamos los trajes regionales y cantábamos “Gud seif de cuin” para celebrar la buena cosecha de amapolas. Por la noche tenía lugar la cena de paiporta que a mi me parecía una horterada. Mi padre, como buen gondolero, quería que la cena consistiese en espaguetis a la carbonara, pero mi madre era de origen patagónico, sus padres vivían cerca del centro de la Patagonia, casi en la plaza Mayor, por lo que insistía en cocinar un churrasco con chimichurri. Al final todo quedaba en una carbonara con chimichurri y en una de esas noches, morí de una indigestión. |