Los que ya se fueron no han dejado de mirar (desde mis adentros) y cada noche me impiden descansar. Ni ellos descansan, como se supone que hagan; ni mueren, ni vienen, ni van.

A veces me sueño entre caminos lejanos, agrietados, macilentos... Barrios que me parecen conocidos donde converso con los che's o con los afganos. O en un paisaje de sombras con mis padres, amigos recurrentes y mis hermanos.

Luego en instantes me vuelvo a la infancia (así de fácil como quisiera) a los lugares de juego habituales, rodeada de perros, angustias pequeñas y en la cabeza bichos raros.

Sin muchas variaciones se repiten las imágenes, cada noche (al caer la noche), en una mezcla de melancolía y angustia; pero inconscientemente descubro que cualquiera que sea mi sueño, mi pequeño hijo siempre aparece como si hubiese nacido conmigo, y quien fuera como mi madre, a donde quiera me acompaña, como si nunca se hubiese ido.

Y por ellos vivo.