No quería jugarse la soledad y quedarse mirando el cielo sin respuesta. Y al otro día despertar y que ya no esté esa caricia que acaricia el alma.
Puño cerrado. Qué fácil arriesgar cuando no se pierde nada.
¿Pero si arriesgamos y perdemos el mate de las seis, la simple llamada del "¿cómo estás?" y la charla antes de dormir?
Qué fácil es decir que hay que apostar a todo o nada cuando nuestro pellejo no está en juego.
¿ Y si nos jugamos la soledad y nos quedamos más solos? Mirando el rìo sereno, observando que las compañias no son las nuestras...
La compañía, indispensable para respirar, para que aquel árbol en flor tenga sentido.

Para el Nico, que ya no está tan solo.