Esta es la historia de un Necapí muy inteligente y sumamente versado en los rudimentos de lo cotidiano pero poco sabio de las sensaciones más profundas de la vida.
Para que el lector se sienta más cómodo, le comento. Los necapíes son primos de tercera generación de los camoré, de allí su color. A diferencia de éstos, por su enorme talla su rostro se entremezcla con el cielo y las nubes, sus dedos se queman de acariciar el sol cuando en puntas de pie estiran sus brazos al orar hacia el infinito. Sus enormes pies azules bañan las aguas del mar y se confunden con sus olas, olas que cosquillean sus costas de arena jade en numerosas tonalidades. A la noche en la pleamar sus aguas se acarician y murmullan entre sí los pesares de soportar los vahos malolientes de los siempre descalzos pies necapíes.
Como se habrá observado, a diferencia de sus pequeños parientes del bosque, los necapíes son verdaderos gigantes que viven en un continente enano que por momentos los asfixia y por momentos los hace libres. En este paraje son sólo cinco, quedan siete en un islote de Venus y ocho allá en la Tierra. Tristemente están en extinción por culpa de su Diosa que hizo el humor con un camoré que entró caminando tranquilo a su útero y la enfermó de muerte. Debido a esto, por ella no nacerá más algún necapí en este lugar, pero los necapíes de Venus y de la Tierra tienen cada uno su Diosa, aún sanita. Empero, los necapíes no son rencorosos, aunque tampoco abundan en amor y solidaridad; su virtud es la paciencia y saben que alguna otra diosa lejana, misteriosa, tal vez ajena, los seguirá pariendo.
A la hora del almuerzo y la cena la lumbalgia los tortura. Los necapíes son sujetos desgarbados, delgados por demás. Todo fruto a cosechar, toda carne que conseguir deambula cerca de sus pies, allá, tan lejos de sus ojos y de sus manos. Para comer, hay que agacharse demasiado, a cada rato –los días y noches necapí son muy cortitos- por eso no paran de comer.
Cuando llueve en el continente Necapí, este hecho tan simple y bello no es convencional. La naturaleza no llora de arriba hacia abajo como debe ser, pero tampoco se lleva a cabo de la manera que el lector está esperando: de abajo para arriba, sino que llueve de costado. Si está amaneciendo la lluvia va en contra del sol así que lo hace de Norte a Sur (los puntos cardinales Necapí son inversos); si está anocheciendo ... nunca llueve, es así por estos lados.
El necapí que nos ocupa cuenta penurias de soledades densas, espesas, desabridas, a puro limón. De los cuatro compañeros que conviven con él, uno duerme por lustros: 5 años duerme y los 5 siguientes le duele la cabeza de tanto dormir, bosteza, se aburre porque no sabe qué pasó el lustro anterior y por lo tanto no entiende el presente lo cual lo lleva a quejarse todo el día por haberse despertado.
La otra necapí –una sola para cuatro masculinos- es ya muy anciana pero está en la flor de la edad para ser amada, aunque tiene un inconveniente: es muda y cuando hace el humor es incapaz de susurrar leyendas de pasión en los labios de su pareja. Ella elige, cualquiera de los cuatro puede ser.
Los dos restantes son los más jóvenes y hermanos. Esto es extraño en este pueblo, se debió a una mutación genética producida al momento de dar a luz. Venía un parto unipersonal pero la Diosa tosió y de la rareza de la Nada un semejante vibró con el aire fresco. Ellos son especiales, más que gemelos son un solo ser, son más bien el complemento de la mismidad. A saber: uno habla, el otro escucha; uno camina o corre, el otro se cansa; uno bebe, el otro hace pís; uno duerme, el otro sueña; uno ama, los orgasmos son del otro; uno cobra por su trabajo, el otro despilfarra el dinero; uno sufre, el otro llora; uno es feliz y el otro ... también, es la única emoción que comparten lo cual no es poca cosa entre tan escasos cohabitantes.
Ñigakup, el necapí de la historia, es trovador y eximio trompetista, y se defiende bastante bien con el trombón. Lee a Trotsky y sabe de memoria la vida de Elena de Troya y sus pormenores. Prefiere el clima tropical, y en las playas de niño jugaba al trompo que era su juego preferido al verlo cómo danzando y bamboleando cavaba hoyos en la arena. De adolescente era el encargado de leñar troncos para las hogueras. Si se enoja, no te acerques, puede aniquilarte a trompadas. Ha sido el tropero de su pueblo y jamás ha tropezado con su indómita tropilla. Como es el más culto de todos aspira al trono pero nadie lo quiere de rey, y es que todos le dicen TROESMA.
Ñigakup
Nano Gutierrez
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