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Hubo hace unos meses un hombre que dormía a pierna suelta, llegaba de su trabajo, leía algún libro, cenaba con su familia y a veces ayudaba a sus hijos con sus tareas antes de mandarlos a dormir. Luego se ponía a ver la tele y al final se acurrucaba con su señora y dormía relajado, sin tener pendientes o cargos de conciencia.
Pero sus hijos y su esposa salieron de vacaciones a principios de julio, y este hombre tenía que resolver sus problemas en la oficina, así que se quedó. La primera noche que durmió sin compañía fue nefasta; brotaron de la nada visiones de la hipoteca, de su retiro, de qué pasaría si alguno de sus hijos se enfermara o si tuviese un accidente, cosas así lo pusieron a hacer cálculos sobre sus ahorros, sobre qué tendría que hacer para ganar más, de cuáles de sus pequeños lujos tendría que prescindir…
El alba lo sorprendió, el hombre a duras penas alcanzó a pararse de la cama para mirar, atarantado, que sin haberse dado cuenta había caído su calculadora entre los pliegues de sus sábanas.
De este breve e intrascendente episodio debemos pues aprender, que el estado de ánimo te lo contagia la compañía que llevas a la cama.
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Texto agregado el 10-09-2007, y leído por 158
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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15-09-2007 |
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mmm mejoró ahora. yens |
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14-09-2007 |
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em... Y cuando no hay compañìa? quizàs ya no hay estados de ànimo ¿verdad? RHCastro |
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10-09-2007 |
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pues sí... pachita_rex |
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