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Estío.

El inicio de año es caliente, las temperaturas han sobrepasado los treinta y cinco y en las calles negras de la capital sube aún más él termómetro.
Son casi las tres de la tarde y el sol pega fuerte; Miguel debe entregar el trabajo a como de lugar, de lo contrario perderá ese cliente que hace que su negocio funcione.

Su camisa está adherida al cuerpo, el sudor es pegajoso, en el paradero donde espera la micro no hay sombra, el refugio que ha levantado la municipalidad tiene techo de vidrio o plástico transparente, razón por la cual el sol es el mismo fuera que bajo techo.

La frecuencia de recorrido de la micro que espera es larga, entre veinte minutos y media y pareciera que el bus ha pasado hace poco, el tiempo de espera se hace eterno. Hay dos árboles cortados, los eliminaron y nadie se ha dignado a plantar otros, claro, lo más probable es que cuando lo hagan, colocarán un par de plátanos orientales, esos mismos que en primavera llenan de alergias a los santiaguinos.

El asfalto parece hervir; a media cuadra está la estación del Metro, pero Miguel es claustrofóbico, por lo que nunca viaja en el subterráneo, prefiere esperar a pesar de la temperatura estival. Los ojos se le achican por el reflejo, pero, al final debe pasar, ve que se acerca una, es de las micros antiguas, sube y busca lugar para sentarse, van ocho pasajeros, se ubica en el tercer asiento. Se adormece ya que es hora de la siesta, el calor es igual adentro y afuera del microbus. Suben vendedores de helados, nadie compra.

En el segundo paradero sube un hombre joven, viste a la manera hip-hopera, mueve manos y pies como si fuese cantando, primero pidió al chofer le llevase por menos monedas que el valor del pasaje. Miró a todos los que viajan, pero, eso de decir “todos los pasajeros” es solo un decir, eran tan pocos los que se cocinaban en su propia tinta; se podría decir que, se cocinaban en su propio sudor, no encuentra nada mejor que sentarse en el mismo asiento que Miguel ocupa, algo incomprensible ya que hay más de 15 asientos dobles desocupados.

Miguel, con la modorra va semi dormido, mira al otro con molestia, la razón: el asiento es angosto, para optimizar espacios, le han quitado unos 10 centímetros a cada asiento. Así caben mas pasajeros de pié.

Si fuese una mina, estaría mejor la cosa -piensa Miguel.

La molestia de Miguel no inquieta al otro pasajero, quien debe pensar. “No estoy ni ahí”.

El silencio lo rompió “el palomo” (que según supo Miguel era el nombre que le daban los amigos) decir silencio, es otro decir, ya que el ruido de latas, motor, resortes y vidrios de la micro es de muchos decibeles, bien podría dejar sordo a cualquier mortal. Miguel es medio sordo, oye con una sola oreja, por lo cual se dice que es como una taza.

El palomo, deja pasar a un vendedor de agujas para hablarle a Miguel:

—Amigo. Hace mucho calor ¿cierto?
—Si bastante, es que estamos en verano –Responde serio

—Tío. P´tas fui a controlarme con los doctores del Traumatológico, estuve toda la mañana en el hospital.
Sobrinito que me salió - medita Miguel
—¿Está enfermo?

—Shh, si tío, estuve seis meses hospitalizado.
—¿Qué le ocurrió?

—Mire, estaba enyesado desde el cogote hasta las patas, me quebré los brazos y piernas además de tres costillas, me afirmaron con fierros las piernas y brazos, y fíjese tatita, todo me pasó por amor.
—¿Cómo que por amor? ¿Lo atropellaron o lo patearon por que lo pillaron con la mina de otro?

—No tatita, mire, shi sí no soy patas negras, yo le voy a contar y usted me va a dar la razón.

Chuchas, este gueón quiere hablar y yo dormir, ojalá se baje pronto - piensa Miguel mirando a su acompañante.

—Sabe, la Margo, —Así se llama mi mujer— cuando me vio enyesado en el hospital, quiso quitarme la hija. Se aprovechó para ir a la municipalidad a buscar que la ayuden con un abogado y que me quiten la niña, pero, yo no le voy a aguantar, si soy capaz de hacer cualquier cosa por mi hija.
La dura tío, yo antes, le hacía a lo que viniera para volar, no estaba ni ahí con ná, yerba de cualquiera, pastillas, coca cuando andaba con plata y cuando no, pasta base, si hasta neoprén aspiré, sabe, pero, con el tiempo en el hospital se me quitó la adicción.
—Busque un abogado que le ayude, no es fácil que le quiten la hija, pero, si no se mueve la pierde.

—Jefe, mire, yo no voy a buscar a nadie, sabe, más rato voy a conversar con la loca, le voy a contar la pulenta, si estoy así es por amor a la loca, que se imagine lo que haría por la hija. ¿Tío sabe?…
—¿Si…? - Miguel va más encendido que alto horno-

—Mire, ese día hubo carrete en la casa del negro lalo, estuvo bueno, había harto copete y de todo para volarse, yo le hice a la yerba y algo de pasta, como a las tres estaba arriba de la pelota, me puse a bailar con una loca amiga, en una de esas se me perdió la Margo, estaba bailando con el dueño de casa, yo no le hice caso, total el “negro lalo” era buena onda, salí al balcón a fumarme un huiro con tres locos del club de fútbol. Y llegó él “pirinola” hinchando y hablando de los venaos que habían en la fiesta y me miraba. Se fumó un pito y seguía weando y mirándome.
Tío ¿Le conté que estabamos en el tercer piso del edificio?
—No, no me dijiste en donde estaban.

—Era de esos edificios antiguos, altos eran, pero, déjeme seguir contándole, hasta que al final, al loquito se la puse dura, le exigí que me dijera lo que me quería decir, estaba yo caliente con tanto webeo del gil, lo apreté y cantó, me dijo.
—“Shissst, compadrito, si su mina se metió al dormitorio con el negro lalo Y no iban a conversar”.

—¿Y qué pasó?
—Tío, yo estaba volao, pero me acuerdo de todo, le dije “shiloco, la Margo es mía, cachay loco, que si estay mintiendo te la voy a dar y dura” y me fui pal dormitorio del negro, toqué y nadie me abrió, la Margo no estaba en la fiesta, me calenté y empujé la puerta y ¿sabe?

—No, no sé.
—Ahí estaban los dos, el negro y la Margo, estaban en pelotitas y la loca montada en el loco, me enloquecí jefe. Le mandé un combo a la loca y otro al negro, no dijeron nada, la loca se colocó los calzones y la ropa al tiro. Yo tío, ya le dije estaba más loco que una cabra de monte, salí y ahí la cagué jefecito.

—Socito, yo me bajo en la otra cuadra.
—Al tiro le cuento, para hacerle corta, salí al balcón adonde estaban los locos fumando yerba, me pare en la baranda y me quise morir, ya la amaba tanto jefe y me quise morir, le dije.
“Chao loca, soy mas puta que las gallinas, cuídame a la hija no más”. Y Ahí me tiré del tercer piso, con la mala raja que no me maté, quedé mas quebrado que una oblea.

Curiche
Septiembre 8, 2007

Texto agregado el 08-09-2007, y leído por 307 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
29-09-2007 Miguel casi dormido, aletargado por el sofocante calor, escucha al otro que, por motivos más que justificados necesita contar su desgraciada historia. Es un cuento con un argot, con un lenguaje muy de por ahí. Seguro que tus paisanos lo disfrutan mucho, Pero te aseguro que es enriquecedor y que también los de por aquí lo entendemos y disfrutamos. En definitiva se observa tu buen hacer, hay que darle un diez a tu pluma por tu exquisita y peculiar forma contar las cosas. Felicidades, amigo. Noguera
17-09-2007 introduces al lector con un sol encabronado, con el hastío de la espera y después la modorra del sofoco. Alli entra tu personaje y cuenta su desventura, que no por ser adicto deja uno de conmoverse. Su fuerza de no abandonar a us hija y reclamarla.. sabes , dan ganas de qaue le sigas con la historia sendero
16-09-2007 Muy chileno, muy santiaguino, viaje en micro, viaje " asegurado " de alguna nueva experiencia, de una novela histórica muy comprometida a un cuento con sus características urbanas en su máxima expresión, te felicito, muy bien narrado, entretenido y tan nuestro que podría decirse que será una parte importante de nuestras tradiciones, cuando el Transantiago funcione, y las " micros amarillas " pasen a ser parte de nuestro folclore urbano. ¡¡¡¡ BIEN !!!, Mis cinco estrellas. Ignacia
11-09-2007 ¿Por qué tiene su libro de visitas cerrado? ¡No hay derecho! Mando paloma mensajera. Favor darse por enterado. Se le quiere. mementovivere
10-09-2007 Con su ldv, cerrado, vengo a dejarle un saludo aquí, en este encantador texto que ye leí y le comenté. Es de una narrativa excelente, un lenguaje adecuado al personaje y una historia bien llevada. ***** Hilmar
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