Néstor estaba atado a la cama. El sol de la ventana le daba en la cara. Su piel parecía brillar. Cada tanto despertaba. Se notaba que no lograba realmente darse cuenta dónde estaba. Entonces puteaba, maldecía a gritos para que lo desaten y lo dejen orinar pero no se podía. Para orinar tenía los pañales. Estaba atado porque era agresivo. Ahora le estaban pasando un sedante y otros fármacos a través de un suero. Lo habían internado porque había empezado a ver cosas raras. La gente me persigue, los autos quieren atropellarme, todo el mundo se ha vuelto contra mi, decía.
En la cama siguiente a Néstor estaba Esteban. Un joven adicto a las drogas que siempre estaba buscando la forma de escaparse de la clínica. Ya lo había intentado varias veces pero había fallado. Tenía diecinueve años pero conservaba la cara de un niño. La piel suave y delicada, tal vez de aspecto un poco femenino. Los ojos profundos y tristes. Se reía cada vez que Néstor se despertaba con sus ataques de cólera. Le parecían divertidas las maldiciones que el otro joven expresaba a gritos. A veces se sentaba en la cama y lo miraba; como Néstor se retorcía para zafarse de sus ataduras, como la boca se le llenaba de espuma, como sacaba la lengua y gritaba y deseaba la muerte a todos.
Virginia deambulaba con Esteban por todos lados. Ella había querido suicidarse tomando cincuenta pastillas para la acidez gástrica. Sus padres estaban separados pero estaban bien económicamente. Se pasaba el día junto a Esteban, el buscaba la forma de escaparse, ella escuchaba su reproductor de música.
- Ven aquí, escucha esto – le dijo un día Esteban a ella y la llevó a su pieza para ver al muchacho atado. Néstor dormía. Esteban se acercó con un pañuelo y lo batió junto a la cara de él. Néstor movió los labios. Esteban volvió a agitar el pañuelo y Néstor despertó. Abrió los ojos grandes, como si estuviesen a punto de saltar de sus órbitas, después empezó a las puteadas. Virginia y Néstor rieron juntos.
- eres malo – dijo Virginia. Ella se acercó a Néstor, le puso la mano en la frente y el muchacho se calmó. Después ella intentó desatarle las ataduras. No hagas eso, dijo Esteban, es muy agresivo. Ella siguió intentando desatarlo. No pudo. Le dio un beso en la frente, lo tapó con las sábanas.
- Vámonos de aquí – le dijo a Esteban. Ambos salieron de la habitación.
La semana entrante festejarían una fiesta en la clínica. Sería la celebración de los cumpleaños de aquel mes. Esteban había intentado escaparse otra vez. Lo habían atrapado. Se había saltado la reja que separaba el patio de la calle. Pero la mujer del kiosco de enfrente lo denunció. Los enfermeros no tardaron en retornarlo al lugar. Te vamos a atar como a ese muchacho si te sigues escapando, le dijeron, pero a Esteban no le importaba lo que le decían.
Esteban y Virginia habían estrechado sus relaciones y ya eran más que dos compañeros de internación. Se besaban cuando encontraban ocasión. El le había dicho que quería hacerle el amor. Ella no le había contestado nada. A Esteban le molestaba que cada vez que iban a su habitación Virginia quedara perpleja mirando a Néstor. Una vez ella le pidió a la enfermera que la dejase ayudarle a cambiarle las sábanas, otra vez hasta le cambió el pañal. Néstor ya estaba mejor. Su agresividad había disminuido pero lo mantenían atado por precaución. A veces cuando despertaba abría los ojos y se quedaba mirando hacia la ventana. No decía nada. Aún cuando Virginia le hablaba él no contestaba.
Ella se acercó al extremo de la cama de Néstor, tomó la planilla que colgaba y leyó; fecha de nacimiento, tres de marzo de mil nueve setenta y seis. La fiesta. Virginia recordó la celebración. Correspondía que celebrasen el cumpleaños de Néstor también. Pero aún lo mantenían atado.
Esteban actuaba distante con respecto a Virginia. Hacía unos días que no le hablaba y apenas si la buscaba para vagar por la clínica y darle unos besos. Se encontraban sentados en la sala de estar. Esteban leía unos comics y Virginia escuchaba su reproductor de audio y cantaba. Cantaba fuerte con la intención de llamar la atención del joven pero este la ignoraba.
- que bicho te picó a vos – le dijo ella
- nada, vos seguí con tus cosas – dijo él – yo estoy leyendo una historieta ahora
- de qué trata
- Batman se enamoró de una chica que está presa, la quiere salvar, es un estúpido
Ella dejó el reproductor de audio a un lado – por qué te parece estúpido
- me parece tan estúpido como que vos quieras desatar a ese Néstor
- estás celoso - dijo ella
- para nada, es solo que tenía algo que contarte pero parece que te importara más ese Néstor que yo
Ella sonrió, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Qué te pasa, tontito, dijo ella. Entonces él reventó en una verborragia y le contó. Había conseguido una tarjeta de teléfono y con la tarjeta de teléfono había conseguido que un amigo lo recogiese por la esquina la noche de la fiesta del cumpleaños. Sólo debía salir a la calle y llegar hasta la esquina. Me ayudarás, le dijo a Virginia. Por supuesto, dijo ella.
Era la noche de la fiesta. Esteban se había pasado el día ansioso e insoportablemente de mal humor. No me fallés, le repetía a Virginia, necesito que me ayudés. Lo haré, decía ella. Se encontraban todos en la sala de estar. Había música, maníes, papas fritas y un montón chocolates que había puesto Virginia sobre la mesa. Todos conversaban. Los más viejos se habían mezclado con los más jóvenes y se divertían bromeando o simplemente hablando. Una enfermera trajo unas velas y las incrustó en la superficie de la torta. Eran tres velas gruesas, celestes, con una larga mecha de hilo blanco. No hay fuego, dijo la enfermera. Bajaron la música. Cómo que no hay fuego, dijo otra, en la cocina hay, hay una caja de fósforos. No está, contestó la primera enfermera. Yo se quién tiene fuego, dijo Virginia, ya les traigo. Salió corriendo por el pasillo que daba hacia la puerta de entrada. Tardó un momento. Volvieron a subir la música y los internos volvieron a charlar y a reir. Al rato apareció Virginia con el portero. El hombre canoso encendió las velas, expresó una amplia sonrisa y dijo en tono de picardía, debo volver a la puerta de entrada. Se marchó.
Esteban había desaparecido. Pero no se dieron cuenta hasta después de haber apagado las velas, cortado y comido la torta. Fue entonces que se armó un gran alboroto y los enfermeros y el personal de seguridad corrían de un lado para el otro hasta que decidieron llamar a la policía y salir a buscarlo.
La habitación de Néstor estaba a oscuras. Él estaba despierto y se había quedado en silencio escuchando el barullo de la fiesta. La oscuridad se deshizo cuando las velas se encendieron. Se escuchaba a los internos aún riendo en la sala de estar, los vehículos de seguridad encendiendo sus motores para salir a buscar a Esteban. Virginia dejó la caja de fósforos sobre la mesa de luz. El rostro de Néstor y el de ella tintineaban por el movimiento de la llama de la vela. Era una luz amarilla y ondulante. Quedate quieto, dijo ella. Se subió encima de él. Él sonreía, no decía nada, pero sonreía. Ella lo besó en la boca. Te quiero, le dijo Virginia. A lo lejos se escuchaban las puteadas de los enfermeros. Él quiso mover las manos. Aún estaba atado. No puedo desatarte, dijo ella. Después le dio otro beso.
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