Un papel. Una máquina. Manos. Tiempo. Espacio. Pensamientos. He aquí las variables que necesito para enriquecer mi caja escrita de juguetes textuales con los que entretener mi raudo paso por esta burda vida. Y se me ocurre que ahora le toca a aquella broma breve que le hice a mi amigo el escritor José Bobadilla. Fue una bobada. O tal vez una bobadilla. Pero, en fin, ¿no puede una bobadilla servir de entretención para un lector como yo, que no requiere demasiado fuerza al chiste para encontrar la risa? Yo, que tengo la alegría próxima a la superficie mental, no exijo el genio para estallar en carcajadas. Vamos con la bobada. Me dice Bobadilla que asistió a la puesta en circulación de un libro de poemas que le gustó mucho.
(Y ahora me pregunto por qué los poetas no le pusieron peomas a los poemas, y no se llamaron ellos peotas en vez de poetas. ¿Será porque peoma se parece a peo, y peo a pedo, y pedo a hediondez? Si fue por esto, por no parecer hediondos, están muy equivocados, porque no hay cosa más pestilente que un poeta, empezando porque generalmente no son muy pródigos en bañarse, ni en cambiarse los pantaloncillos ni perfumarse. Pero, sobre todo, son fétidos de espíritu. Pues ¿se quiere una persona más hedionda que quien pretende estar por encima de los demás en sabiduría, sensibilidad, inteligencia o imaginación, cuando se sabe que estos atributos, como todos los que tienen hombres y mujeres, no son más que casualidades producto de circunstancias, coyunturas y fenómenos químicos, sociales, astronómicos o geográficos, en cuya azarosa creación poco puso algún hombre o dios, por no decir nada?).
Pero entremos a lo que se me ocurrió conversando con mi amigo. Respondí a su información, diciéndole que hace años no voy a la puesta en circulación de un libro, debido a que los escritores, y casi todos los artistas en general, son muy tontos. ¿Por qué? Porque se pasan toda su vida angustiados trabajando para la eternidad, la inmortalidad, la permanencia, la trascendencia, lo perenne, y sin embargo, después se quedan más serios que un burro sobrecargado, mientras se pudren igualito que quien no ha creado nada. Y me motivó a pensar en cómo sufren los humanos cuando se dejan arrastrar por ese huracán psicológico, tan digno de ser tratado por un buen psiquiatra, que es la vanidad. Porque, vamos a ver, ¿ganan algo Aristóteles y Homero con que la humanidad los mencione diariamente en calles, universidades, libros, videos, institutos, hasta en moteles, prostíbulos y cloacas? La verdad, yo no cambiaría mi vida anónima por su muerte famosa. Ni cambiaría mi actual tranquilidad siendo un desconocido por la dolorosa vida del muy famoso loco pederasta hediondo a eternidad y sucio de renombre, y con los pantalones y camisas -tanto del cuerpo como del alma- rotos de ansiedad y dolor, que lleva el muy lindo y adorado mote de Paul Verlaine.
Déjenme en mi común ranchito de paz, que en el salón de la fama hace mucho calor.
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