Eros y Tánatos en un fin de semana.
Viernes (b)
Unas gaviotas revoloteaban alrededor de la cruz metálica, llena de caca de pájaro, que sobresalía de la cúpula en aquel enorme edificio, la funeraria. Crematorio y servicios fúnebres La Pompa Selecta. Para ser sinceros, la construcción se parecía más bien a una gran caja de cartón con algunas columnas por aquí, otra más gruesa por allá y enormes paredes con ventanales igual de enormes. Una chimenea. Y la cúpula con la petulante y cagada cruz. Vista de lejos, cualquiera decía que aquello era una iglesia.
Adentro todo era igual a cualquier otra funeraria de la ciudad, sólo que con aire acondicionado, una cafetería muy confortable, un jardín con bancas y una fuentecita en la parte trasera, con senderos construidos entre arbustos para deambular mientras se piensa en el ser que se ha ido, o bien, en la herencia que se ha quedado, contaba tambien con el típico olor a sintético y a muerte fresca, rondaba por cada rincón, los sillones eran cómodos, los cuartos para velar el cuerpo tenían los aditamentos necesarios para esos menesteres luctuosos. Adentro era similar a otras funerarias, salvo que acá el servicio era de primera. También era la primera en ofrecer como carrozas fúnebres enormes limosinas negras, lujosas, excesivamente lujosas. De ahí el nombre. Sólo la gente con mucho dinero podía solicitar servicios. Con mucho dinero. O narcos. O políticos, vaya la sensación de redundancia de por medio. De hecho, a la inauguración, había llegado el gobernador. Ahí sí que era distinta a las demás.
En realidad, no tenía comparación. El caso es que desde afuera se veía como un gran mausoleo con algunas columnas y enormes ventanales. Sobre la chimenea, la columna más gruesa, revoloteaba en círculos una parvada de zopilotes, surcando el humo que salía por las cremaciones. Las gaviotas ya no estaban. Afuera flotaba la sensación de que algo comenzaba a gestarse.
-Hey tú, talega, ¿sientes cómo apesta?- le dijo Pancho, un tipo fornido y de talante jovial, como de 30 años, a Mole, escuálido y de muy mal aspecto.
-Simón ese, apesta cañón- contestó él, mientras bebía de su aguardiente de caña Tuyui.
-Es el olor de la muerte. Huele a podrido, a grasa de cerdos quemándose.
Mole aspiró para sentir el olor en el ambiente, arrugó la nariz e hizo una mueca de repugnancia.
-¡Huele a carne de cerdo ricachón quemándose!- gritó.
-Qué necesidad. Cuánto lujo para morirse- murmuró Tirso entre dientes, con rabia apagada, otro tipo, como de unos 45 o 50 años, viendo hacia el edificio.
-¿Cómo le gustaría acabar maistro? ¿Chamuscado o enterradito pa’ que se lo traguen los gusanos?- preguntó Pancho.
-¿Chamuscadito o gusanitos?- agregó ebrio el Mole.
Y Tirso lo pensó en ese momento. Pues realmente nunca lo había pensado. Miró un rato hacia la pared trasera de la funeraria, los enormes ventanales. Y sin pensarlo mucho se dio cuenta que en realidad le valía madres (así se había dicho mentalmente: ¡me vale madres!) cómo acabaría. Pero algo hay que contestar, pensó, sino estos pendejos van a creer que me da miedo hablar de este tipo de cosas o que ya estoy borracho.
-Pues yo creo que sería mejor que me quemaran, ¿no? Así quizá me ahorraría el largo proceso de convertirme en polvo. No me dan asco ni miedo los gusanos pero creo que pasarían muchos años antes de ser polvo.
Los tres tipos bebían y charlaban, como casi siempre, dentro de una caseta de vigilancia a cargo de Pancho, la cual tambien era expendio clandestino de cervezas y que se encontraba prácticamente cerca de la funeraria. Tirso dio un largo trago a la caguama.
-¿Y pa’ qué chingados quiere usted convertirse tan luego en polvo?- preguntó Pancho al recibir la cerveza.
-No lo sé.
-Polvo somos y polvo seremos, dice la Biblia, qué no? –sentenció solemne el Mole, y acto seguido se empinó un trago más de la burula que siempre trae consigo- O algo así. ¡Salud!
-Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris- dijo Tirso.
-Les meto la vergueris, jejejeje. Ya empezó con sus mamadas, maistro. Mamadas una cuarta abajo del ombligo, ya sábanas. Y luego, según yo, no lo creí acá tan religioso- dijo Pancho, soltando inmediatamente un eructo.
-Y no lo soy. Y no son mamadas, es latín. Y quiero ser polvo lo más rápido posible porque simplemente no me gusta esperar, la espera es lo más insoportable para mí, aunque se diga que ya muerto no se siente nada, digo, si de todos modos voy a terminar siendo polvo, una pizca de polvo en este pinche aire todo contaminado, pues mejor si es rápido, ¿no?
La noche había comenzado ya, como otras noches, sin novedad, mecanizada, resbalándose terca en las paredes de las casas, merodeando hosca entre las calles chuecas y mal construidas. La funeraria era alumbrada por unos grandes focos, mientras la colonia emitía sus ruidos pendencieros a media luz; bajo la brillantez amarillenta de los viejos faroles languidecía un bullicio de colonia, de barriada, refulgía. La noche de un viernes, en quincena, en una colonia de barrio, suele resultar muy folklórica, muy candente. Peligrosa.
Aunque a decir verdad, para Tirso era como cualquier otro día, otra noche común y corriente de un viernes común y corriente, platicando con las mismas personas, estancado en el mismo hueco desde hace ya un buen de años, bebiendo como siempre, tratando de pasar desapercibido por los acontecimientos de la vida, sin nada, sin molestar a nadie.
-Pensaba más bien en el despilfarro de tanto dinero para un velorio. Lo veo innecesario. Inútil.
-Claro, pero son los meros picudos pues mi profe, esos cabrones hasta ventilador les han de poner en los ataúdes- dijo el Mole.
-Ventilador, ni madres, aire acondicionado será- agregó Pancho, que en esos momentos destapaba con las muelas una cerveza más, luego dobló la corcholata con dos dedos y se la lanzó al Mole dándole en la frente, causándole un rayón.
-¡Tranquilo, hija, ya me chingaste!- espetó el Mole, sobándose y haciendo gestos exagerados del dolor.
-Pinches presuntuosos. Hasta para enterrar a sus muertos son derrochadores, todo con el afán de la presunción- dijo Tirso.
-Puro que sale en Sociales, maistro. La pura jait sosaiti, maistro. Mire nada más las naves que llegan.
Si bien la caseta de vigilancia se encontraba atrás de la funeraria, desde ahí se podían observar los carros que llegaban al reciente velorio, todos ellos impecables. La buena visión era debido a que la caseta se encontraba en una loma y desde ahí se tenía una adecuada perspectiva. Y si caminaban unos cuantos pasos más, hasta llegar a la malla que señalaba parte del terreno baldío al que pertenecía, cerca de la pared de la gran construcción, se podía ver a las personas en el interior, a través de los ventanales.
Pero ninguno de los tres se acercaba tanto, no era necesario. Quizá sólo para ir a orinar, y hasta para eso iban mejor al pie de una enorme ceiba, cerca de la entrada de la colonia. Todo lo que les concernía en esos momentos, que en este caso se reducía a beber, sucedía dentro de la caseta. La dinámica consistía en embriagarse hasta (normalmente) las tres de la mañana, platicar estupideces, vomitar un poco las frituras que sirvieron de botana, discutir a veces, con amenazas de golpes y partidas de madre incluidas, ver alguna película porno de la colección de Pancho y ya, seguir cabalmente las instrucciones para perpetuar el melodrama cotidiano de una vida aburrida, desperdiciada, sin sentido. Luego irse cada uno a su casa, a dormir.
-¿Quién habrá muerto para que llegue un buen de gente?- preguntó Tirso.
-¿No supo pues, profe?- le preguntó el Mole.
-¿El qué?
-¿Acaso no lee los periódicos, no ve las noticias?- inquirió Pancho.
-No. No me gusta la prensa local y no tengo tele.
-Ah que mi ticher este tan amargado. Pues fíjese que se volcó un camión de una de esas agencias que promueven los viajes en grupo de jovencitas quinceañeras, quesque se las llevan a París, que a España, o al gabacho, para celebrar sus quince primaveras, este camión las traía de Cancún namás, un fin de semana como cualquier otro para esas niñas ricachonas, venían cantando canciones de niñas popis, o durmiendo, o quizá algunas venían dedeándose, experimentando con sus cuerpos y su nueva cachondez, cuando de pronto ¡zácatelas!, que se vuelca el camión.
-Un conductor borracho que venía en el otro sentido provocó el accidente- agregó el Mole.
-De las veinte que iban salieron cinco chavas heridas de gravedad y tres muertitas- concluyó Pancho.
-Pinche borracho impertinente, por tu culpa se murieron- espetó el Mole al aire, a nadie, casi balbuceando, como con ganas de llorar.
-Mira nada más, tan jóvenes.
-Sí maistro, tiernitas, carne fresca- comentó Pancho con cierta lívido-, cerraditas la mayoría de ellas, maistro. Cayeron bien pal “otro” negocito.
-¿Cuál otro negocio?- preguntó Tirso.
-¡Ah que mi ticher, no sabe nada de nada!
-¿En serio no sabe del otro negocio de la funeraria?- le preguntó Pancho.
-No, no lo sé. Pásame la cerveza.
-Pues mire maistro, debería interesarse más por lo que pasa en la colonia donde vive, cuáles son los eventos que se suscitan alrededor de su lugar de residencia/
-Ya no mames el chorizo, hija, ya cuéntale- interrumpió el Mole.
-Jeje, no pus, además de ofrecer los típicos servicios de un velatorio y demás, tambien por las noches dicen que llegan altos funcionarios políticos, empresarios y reconocidas personalidades de la radio y t.v. local, a echarse un brinquito de camarón con alguna muertita antes de cremarla o de prepararla para ser velada. O muertito, ya ve que abundan los mayates, que en realidad, como dirían en mi pueblo, son putos qué.
-En este caso gays, por eso de la lana, pues- dijo Mole.
-No me chinguen con eso, son puros chismes- contestó Tirso.
-No son chismes, el Reynaldo trabajó ahí de velador, él me lo dijo, él lo vio- contestó Pancho, algo molesto.
-En serio maistro, yo tambien lo vi.
-Tú qué vas a ver pinche borracho, son invenciones de tu mente alcoholizada.
-Pus yo sí lo creo, a veces los humanos somos tan perros, tan locos, que sí lo creo- dijo Pancho.
Un niño como de diez años llegó con un morral y unos envases vacíos en el interior. Pidió tres cervezas. Tirso comenzó a sentirse mareado, una sensación efervescente le recorría el cuerpo. Quiso levantarse de la silla en la que estaba para ir a orinar y no pudo. Mole estaba sentado en el suelo, más ebrio que los otros dos, por su mente pasaba un plato con caldo de frijoles, crema, queso y tortillas calientes hechas a mano. Luego, en cuestión de segundos, un negro pensamiento (más negro que el caldo de frijoles) lo invadió. El niño se perdió en la oscuridad del baldío.
-Oye Pancho, y tú que eres tan cogelón, ¿te cogerías a una muertita?- preguntó Mole.
Los dos tipos se lo quedaron viendo. Tirso sintió por un momento cierta repulsión, ¿qué hago tomando con estos pendejos?, se preguntó, pero estaba ya tan ebrio que pronto olvidó la pregunta. Pancho esbozó una malévola sonrisa.
-Depende.
-¿De qué?
-Pus tendría que estar recién muerta, pa’ que se sintiera todavía cierto calorcito, pa’ que hayan ciertos fluidos ¿no?, y que fuera una de esas pinches riquillas, pa’ que sólo una vez en mi puerca vida pueda yo cogerme a una de esas pinches mamoréxicas.
-Hijos de la chingada, cómo pueden hablar de eso- dijo Tirso.
-¿Te imaginas, Mole? La han de tener bien rosadita.
-Mmmmm, sí, yomi, yomi- dijo el Mole, mientras lamía una vagina imaginaria improvisada con sus dos manos.
-Potius mori quam foedari- dijo Tirso.
-Putas morras con Ferrari, así es, maistro, así es, je. Por cierto, acabo de recordar que compré una nueva película.
-Ponla, ponla- sugirió Mole.
-¿Cómo se llama?- preguntó Tirso.
-Cogelialas Cachondas.
-Colegialas, por eso de que van al colegio- corrigió Tirso.
-No maistro, cogelialas, porque van al colegio y cogen- refutó Pancho, mostrando sus dientes amarillentos en una sonrisa borracha y la portada de la película para demostrar que así estaba escrito.
Se acomodaron en sus respectivos lugares. Tirso pidió otra cerveza. Mole pidió una reja de refrescos, para sentarse sobre ella. Pancho se rascó el culo, llevó luego sus dedos a la nariz para olerlos y después se los restregó en la nariz al Mole, ¡chale, hija, te pasas!, le dijo éste con cara de asco, la película comenzó y se dispusieron a mirar. Alguien, como de unos 27 años, entró en esos momentos a la caseta.
-¡Ora cochinos!, ya están viendo pornografía chafa otra vez, pinches chaqueteros- dijo el recién llegado.
-Ese mi pintor, siéntese a beber unos tragos con nosotros, le invito unas- dijo Tirso.
-No, no, no, maestro Tirso, no se va poder por ahora, vengo acompañado, miren, les presento a la guayaba y a la tostada, versión tinaquera.
Dos jovencitas de buen ver que inhalaban thiner de una estopa se asomaron, saludaron torpemente con las manos y después se volvieron a ocultar detrás del tipo que llegó.
-Na’ más venía a ver si acá mi camarada el cogelón del barrio, el rey del braguetazo veloz, el canchanchán de las viejas casadas, viudas, vírgenes, putas y divorciadas, se discute con unas buenas helodias, ya sabe que después yo se las pago mi urbano casanova.
-Pues te puedes llevar las chelas que quieras, sabes que no hay pedo, pero solamente que no pasé del martes porque tengo que pagar- contestó Pancho.
-Claro, claro, si na’ mas quiero unas cuantas latas, y unas tres cajetillas de cigarros, ya sabes, pa’ la roca, je- dijo el supuesto pintor, quien en realidad se llamaba Salvador, pero todos le decían Chava.
Pancho le dio una charola de cervezas Modelo especial, tres cajetillas de Boots rojos, le preguntó si así estaba bien, Chava movió la cabeza afirmativamente, con los ojos extraviados hacia arriba, rechinando los dientes, pues ya podía sentir el sabor del humo del crack entrando por su garganta. Luego se despidió y abandonó la caseta justo cuando en la pantalla de televisión se veía a un enorme negro con una enorme verga cogiéndose a una voluptuosa y exuberante gringa que pujaba exagerada. Otra vez los tres miraban atentos. Y ebrios.
Viernes (a)
Me desintegro. Pedazos de mi piel se desprenden de mí a cada paso que doy. Se rasgan las vestiduras por la velocidad. Extrema velocidad. Hay una carretera esperándome allá afuera y sé que me conducirá directo al infierno. Sólo tengo que encontrarla. ¿Y si ya la he encontrado, si ya me encontró ella a mí? ¿Y si voy rumbo al infierno desde hace un buen rato? A lo mejor ya estoy en él. Siempre hemos estado en él.
Salvador aspiró una de las dos rayas de coca que había hecho encima de una charolita de plata. Sintió cómo iba creciendo, poco a poco, vertiginosamente, la euforia, cierta felicidad eléctrica, dentro de sí. Creyó oír que alguien tocaba la puerta. Siguió divagando.
Velocidad. Eterna y permanente velocidad, cual yet, como un corvet rojo a punto de estrellarse contra un tren bala. Velocidad efímera velocidad. La gente pasa veloz a nuestro lado todos los días, todos montados en sus bólidos, trepados en su estela de velocidad. Nada nos detendrá. Hermosa velocidad, se dijo, e inhaló la línea que faltaba: ora verga, un bonyi, pensó, pero al revés. Ponte el casco. ¡El casco! Ponte el casco pinche putito, dijo, ahora sí en voz alta, mientras se trataba de buscar en ese reflejo del espejo, mientras hurgaba detrás de sus ojos negros, totalmente negros, ojos impenetrables hasta para él, y cuando creyó verse en un rincón diminuto de su mirada se alteró y dio un respingo, pues lo que creyó ver de él lo asustó. Dejémonos de pendejadas, pensó y se lavó las manos, se echó un poco de agua a la cara y salió de aquel baño, quería largarse de aquella casa, de esa pinche reunión.
Al salir no pudo evitar toparse con otro pintor que hacía unos momentos le había hecho una propuesta de índole homosexual. Él, molesto pero sin mostrarlo, le había dicho que no le gustaba batear chueco, que la neta no era lo suyo lo del arroz con popote, para mandarlo elocuentemente a la verga, pensó, pero el tipo aquel lo había quedado viendo con una sonrisa estúpida y morbosa, como si quisiera en esos momentos decir alguna mariconería estereotipada. Y luego dijo: “Eso es lo que dicen todos primero” Ahora estaba ahí, afuera, esperándolo en el pasillo.
-Hola guapo-le dijo.
-Qué pedo carnal, no me llames guapo, que no me gusta.
-Pero sí estás bien guapo, bien rorro.
-Mira cabrón, en serio, ya te dije antes que no me gustan las puterías, así que déjame tranquilo, te advierto.
-No te sulfures mi rey, podemos si quieres platicar de mi obra, o de la tuya- contestó el tipo, tapándole el paso.
-Tu obra es una mierda, pinche puto, y la mía es pura mierda también, y neta, ya me hartaste, cabrón marica.
Chava le soltó una inesperada patada, dándole directamente en los testículos, éste se dobló cayendo de rodillas, haciendo gemidos extraños y chistosos. Luego le asestó un puñetazo directo a la cara, haciéndole estallar la nariz. El afeminado cayó al suelo, Marco le propinó algunas patadas más. Luego lo escupió.
-Te lo dije pinche puto, pinche pintor de mierda.
Al salir dejó que el aire lo guiará, aspiró los humores mezclados de la ciudad, la tarde se había muerto ya, la noche era otra vez quien reinaba. Caminaba y pensaba que nada valía realmente la pena, pensaba en su situación: pintor becado. Se había convertido, de la noche a la mañana, en todo un pintor mamalón becado. Ja, se daba risa, porque aquello para él era realmente gracioso. Atrás se habían quedado aquellos tiempos de la seudo clandestinidad. Ahora iba a coctéles y a afters y hablaban de él en la sección cultural de uno de los periódicos más importantes de la región. Y pensaba en el dinero que obtenía por lo que hacía. Y de pronto pensó en cómo se lo gastaba, los placeres que se propinaba, cómo lo que pintaba se había convertido de pronto en la única manera de subsistir, era (se sentía) como un robot que pintaba cuadros en serie, cuadros destinados a complacer, a lustrar unas botas enormes (así lo imaginaba), las botas del conformismo, del “aquí no pasa nada”, y era esa manera de pintar, la manera en que lo hacía ahora, tan sin pasión, tan mecánico todo, su pintura, “la obra”, pensó, como dicen esos mamones intelectualoides, era lo que más lo asfixiaba, lo que le daba esa sensación de vacío y desesperación. ¿Su angustia, su enojo, acaso no devenían de todo aquello? Quizá no, pensaba, porque lo que él recuerda, siempre, desde niño, se sintió angustiado, estupefacto, como aguardando un gran estallido, como en ese último segundo antes de que se viole la calma.
He de estar muy drogado ya, pensó. Y luego pensó en drogarse más. Hay que conseguir unas piedritas. Y recordó que el crack lo ponía caliente, hacía que tuviera unas tremendas ganas de fornicar. El crack hacía que su deseo sexual se alterara tanto, que no le importaba si eso lo conducía (veloz y sin freno, como él pensaba) hacia una muerte segura. El Eros y el Tánatos a más no poder, a toda velocidad, dos meteoros a punto de chocar, dos brochazos furiosos, uno rojo y otro negro, atravesando desquiciantes el lienzo, se imaginó.
Después de ir con el diler, conseguir la droga y subirse al taxi que lo conduciría a su casa, iba en el asiento de atrás con una idea excitante en su mente, se iba sobando el miembro mientras pensaba. Tres cuadras antes de llegar a su destino le pidió al taxista que se detuviera en una esquina, donde se hallaban dos niñas de la calle, inhalando thiner, ninguna de las dos pasaba de los 16 ó 18 años, quizá la menor tuviera 14. Marco les habló por la ventanilla.
-Qué tal mamitas, miren lo que traigo aquí- les dijo, mostrándoles la bolsa con la droga.
-Qué onda mi vida, te estábamos esperando- contestó una de ellas, levantando a la otra para subirse al carro.
-Oiga joven, esas chavas están un poco sucias, me van a manchar el móvil- dijo el taxista.
-Cállese pinche elitista, que le voy a pagar bien, además, un bañito y ya verá como hasta usted les hace entre- contestó Salvador, tirándole cien pesos hechos bolita y abriendo la puerta, dejando subir a las dos chicas.
Luego llegarían a la caseta, sorprendería a sus vecinos viendo pornografía, ellas saludarían drogadas, él pediría fiado algunas cosas y se irían a su casa a drogarse más y a copular toda la madrugada. No sin antes bañarlas.
Sábado (a)
A la noche siguiente, y nos brincaremos el día y parte de la tarde porque en realidad nuestros personajes, ese sábado, durmieron bastante, despertándose hasta después de las seis de la tarde, cuando ya comenzaba a oscurecer; es decir: Tirso se despertaría con una leve resaca, como a eso de las seis quince, seis veinte, se fumaría dos cigarros acostado en la cama, se levantaría a barrer, a limpiar su casa, mientras recordaba ciertos acontecimientos no tan agradables de su vida, una esposa muerta, un salón de clases borroso, una falsa acusación de violación, una calumnia, deseos, sueños muertos, entonces sintió ganas de beber e inconscientemente ya estaba saliendo rumbo a la caseta, para tomarse unas cervezas; por su parte Pancho había sido el único en levantarse como a las cuatro de la tarde, como si nada, ya había ido a jugar una cascarita, a hacer unos mandados, a tomarse unas cervezas con botana para la cruda, a visitar a una ex novia, con la cual tenía un hijo, ya había fornicado con su ex y después, cuando esta se bañaba, tambien con la hermana, su ex cuñada, a la que le había robado un calzón usado; del Mole se sabe muy poco, se sabe que trabaja de todo, es un mil usos, quizá durmió en su casa, quizá no, el caso es que ya apareció ebrio, como siempre; y pues lo último que se supo de Chava fue que esa tarde despertaría como otras veces con el tronco de la verga irritado, con escozor.
Por lo tanto, cuando Tirso cerraba la puerta de su cuarto, pensó en tomarse las primeras y se acordó de su vecino, el joven pintor que tan bien que le caía, o quizá era el hecho de que sólo con él se podían tener pláticas más constructivas, se decía, pasaría tocando su puerta, total vivía a lado. Pero al llegar no tuvo que tocar pues la puerta estaba abierta y sólo tuvo que empujar para poder entrar. El cuarto era similar al suyo y similar al de los otros cuatro inquilinos de aquella vecindad, pequeño, con el espacio suficiente para una cama, algunos pequeños muebles, estufa, refri, una mesita y ya. Sobre la cama estaban los dos cuerpos desnudos de las tinaqueritas, una boca arriba, con las piernas abiertas, mostrando un pubis con poco bello, unos labios vaginales moderadamente separados entre sí, hinchados y rosados, como carne viva, húmedos aún; hermosos, pensó al fin. La otra estaba de lado, con una pierna sobre la de su amiga y una mano cerca de su pecho. A diferencia de la primera, su coño lucía más grotesco, como la sonrisa de una bruja chimuela, era de color más oscuro y mucho más peludo. Aún así, pensó, las dos son todavía unas niñas. De pronto se percató de que tenía una erección y que estaba más cerca de ellas, si se agachaba un poco podía tocar a cualquiera, tocarlas un poco, tocar esa palpitante vagina.
-Ora mi profe, sírvase, no tenga pena- dijo Chava saliendo del baño, húmedo y envuelto en una toalla.
Tirso dio un brinco y luego se volteó hacia otro lado, poniendo una mano a la altura de los ojos, como para no mirar lo que ya había visto bien.
-Ya, ya, no sea mamón, si bien que lo vi cómo se las comía con los ojos.
-No, no, no… yo sólo venía… la puerta estaba…
-Profe, profe, ya, neta, cálmese, si quiere coger con una no hay pedo, ¿eh?, no hay pedo, ¿quiere cogerse a las dos?, quiere a las dos, verdad?- dijo Chava encendiendo un cigarro- Pues cójase a las dos.
Tirso se sintió ofendido, encaró a Salvador, ignorando la lúbrica desnudez juvenil desparramada sobre la cama e iba a decirle algo pero éste lo interrumpió.
-Antes de que diga algo piense mejor la oferta, no sabe en realidad lo rico que es coger con dos chavitas, te pegan unas mamadas buenísimas y te la aprietan bien sabroso. ¿O sí lo sabe, profe?- preguntó con tono irónico.
-Mira Salvador, a mi no me gusta andar en pendejadas, yo no cojo con niñas, ya lo sabes.
-Pus la mera verdad mi profe, ya sabe cómo son los rumores, la gente habla y dice que sí fue cierto lo del chisme en aquella escuela, que por eso lo corrieron, digo, no lo estoy juzgando, no tiene nada de malo, yo tamb/
-¡Yo no cojo a niñas!- gritó Tirso abalanzándose sobre Chava, apretándolo del cuello, empujándolo contra la pared.
-Ya, ya, lo siento maestro Tirso, me está lastimando, sólo lo estaba chingando.
Tirso se puso furioso, alterado, pensó decirle “¡vas a chingar pero a tu madre, pendejo!”, pero no lo hizo, lo soltó, recuperando la serenidad, le pidió disculpas, le dijo que ya sabía que no le gustaba recordar aquella calumnia, sólo había pasado a invitarle unas frías, si quería ir a la caseta de Pancho.
-Yo sí te la mamaría sin problema, papito, na’ más dame pa’ mi estopa y verás cómo te chupo los huevos- dijo de pronto una de ellas, la más joven, despierta desde saber hace cuánto tiempo.
-¿Se la chuparías al profe por mí, Cindi?- preguntó Marco.
-¿Tú se la quieres chupar al señor?- preguntó risueña la chica, rascándose un pezón.
-Qué paso, qué paso, no te la jales pendeja, decía que se la mames sin pedirle nada, yo luego te aliviano con piedra.
-Hey, ya he dicho que yo no cojo con niñas- dijo de pronto Tirso, saliendo del cuarto.
-Claro que se la mamaría, además me gustan los señores, y este me recuerda a mi papá- contestó la chica.
-¡Sustine et abstine!- exclamó Tirso ya afuera.
-Oh, profe, carpe diem, ¡carpe diem!,- gritó Marco.
Sábado (b)
-La publicidad para esas agencias de viajes podría ser algo así: “¡Deje que su hija de quince años viaje al extranjero, para que pierda el quinquirrín con un francés, un inglés o ya de perdis, un gringo, reserve ya! Y si tiene suerte, ¡hasta mejora la raza!”- dijo Pancho.
-Me cae- contestó el Mole.
Tirso pensaba en la jovencita que había dicho que le mamaba los huevos, mientras los otros dos disertaban estúpidamente acerca de temas absurdos y totalmente sin importancia para él. Recordaba esos hermosos y delicados labios vaginales sonriéndole, sí, su pepita es una sonrisa, una sonrisa invitándome a lamerla. Y luego se arrepintió de lo pensado, recordó lo de la niña, hace años, la calumnia, él no la había violado. ¿O sí? La verdad, casi ni lo recordaba, la realidad se había mezclado, en el transcurso de los años y gracias al alcohol, con la ficción, todo era como un mal sueño, o como una historia que no debía de ser contada, sin embargo, se contaba; o no se contaba, simplemente acontecía. E imaginó el vestido de una niña de doce, sangrado, cubriendo unas tiernas piernas. ¿O acaso fue una evocación?
Sí, sí, sí. Una sonrisa, una tierna y hermosa sonrisa, pensó después, evasivo.
-Ejeléjele, profe, deje de tragar camote- dijo de pronto Pancho, pasándole la botella de cerveza.
Tirso bebió, la sirena de alguna patrulla aullaba a lo lejos, la luna se veía distorsionada en el reflejo de los grandes ventanales de la funeraria. Afuera no soplaba el aire, se sentía un calor seco, como si alguien hubiera chupado todo el viento, todo el aire que rodea al espacio. Alcanzó a ver que Pancho sacaba un pañuelo o un pedazo de trapo de la bolsa de su pantalón y luego se lo llevó a la nariz, para olerlo. Era una tanga, la que le había quitado a su ex cuñada en la tarde.
-Ahí está mi buen Mole, te dije que te traería un calzón de la hermana de la Conchi, pa’ que veas cómo huele- dijo Pancho, lamiendo la prenda interior.
-Chale, carnal, presta pa’ la orquesta- dijo Mole, entusiasmado.
Pancho mostró la diminuta tanga a Tirso, poniendo cara de lujurioso y sobándose escandalosamente el miembro, ¿quiere oler maistro, quiere?, le preguntó, ¿a poco no quiere oler tantito?, luego se la aventó al Mole, quien al recibirla la metió toda a su boca, luego se la metió dentro del pantalón, restregándosela en los testículos.
-¡No seas puerco, mierda!- gritó Pancho y le asestó un patín en las costillas, Mole se retorció en el suelo como culebra sobre comal caliente- Ya quédatela, pendejo, a mi me sobran.
-¡Pinche culero!, me diste bien duro, hija.
-Y cuando coges, ¿usas condón?- preguntó de pronto Tirso.
-¿Eeeh?
-Que si coges con condón.
-¡Neeeeeee!, la mayoría de las veces es así a lo pelón, la neta, a la mera hora vale verga todo, la calentura es la calentura y un culito es un culito- contestó Pancho.
-¿Eh, mande, mande, me hablas?- lanzó el Mole, sobándose todavía las costillas.
-Te voy a trabar otro vergazo, talega- dijo Pancho.
-¿Y si te pega alguna enfermedad?
-Pues ya ni pedo, maistro, le digo que eso no se piensa en esos momentos.
-¿Y si te da Sida?- insistió Tirso.
-Neeeeeeee, el Sida es un mito- Pancho miró a un punto invisible, y de verdad quiso creer lo que decía-, un mito inventado pa’ que la gente no coja y se deprima y se estén todo el tiempo peleando, quebrándose la madre, por eso tanta guerra, porque somos todos unos mal cojidos, unos malos cojelones, jejeje.
-¿Te vale madres que te dé el Sida, hija?- preguntó Mole.
-Pus la neta sí, como dicen por ahí, qué más me da si da o no da, ¿o cómo era?
-No creo que hables en serio- dijo Tirso, pasándole la cerveza.
-Chale profe, la neta no tiene nada de raro, no sé, no te pones a pensar en eso- dijo Pancho algo molesto. –Esa madre te chupa, te succiona, y ya una vez adentro ni madres que la saques, profe.
Tirso miraba con repudio a aquel tipo que bebía de la misma cerveza que él, volteó a ver al Mole, que en esos momentos estiraba un moco pegado entre dos de sus dedos para luego pegarlo en la pared y sintió la necesidad de gritar, de salir corriendo, se sintió un poco mareado.
-¡Y ni vaya a salir con una mamada en talín!
-Es latín.
-¡Esa madre!
-Pinche Pancho, neta que sí te cogerías a una de esas chavitas muertas, ¿verdad?- preguntó Mole con ojos cristalinos, demoníacos, iluminados, y luego dio un trago, calmo, a su botella de licor de caña.
-¡A huevo, loco!
-Idiay, hija, pues cáele hoy, pregúntale al wero cuánto sale el pedo, a él le toca la vigilancia esta noche, dicen que por una buena feria te deja entrar.
Tirso bebía y no sentía el sabor de la cerveza, de pronto se sintió fuera de contexto, se sintió asqueado de aquello en lo que se había convertido su devenir cotidiano, su rutina de bebedor de pronto lo había llevado a esto, a beber con esa gente, a estar en el lugar que se merecía. No, no es esto lo que merezco, pensó, algo ebrio ya, yo podría… ¿tú podrías qué?, se preguntó de facto, y pensó o sintió como si hubiera sido dicho por otro. Quiso pararse e irse a beber a otro lado, mas no lo hizo. Nada, se contestó. Yo no podría nada. Pancho pensaba en lo dicho por el Mole. ¿De verdad se cogería a una muerta? ¿Qué se sentirá?, se preguntó. Ya lo había imaginado anteriormente, tenía algo de dinero extra, podría ser, se dijo, sonriendo tembloroso y percatándose de un cosquilleo recorriéndole la espina dorsal. Mole pensó en un plato grande con frijoles negros, crema y queso. Luego pensó en una mujer muerta, desnuda. Y se vio encima de ella. Pensó de nuevo en el plato de frijoles y después, se imaginó cogiendo a una muerta y comiendo frijoles con crema y queso de sus pechos. Sonrió.
Los tres siguieron bebiendo hasta casi la media noche, vieron una película porno zoofílica, donde varias mujeres fornicaban con perros, caballos, cabras y diversos etcéteras, en algún momento el Mole balbuceó, casi llorando, pobrecita mujer se la coge un caballo, se la coge un caballo, y pancho contestó ella se coje al caballo que, la cerveza hacía su efecto, de pronto, de la nada, de la oscuridad, Chava surgió cuando finalizaba la cinta. Pancho dijo que iba a cerrar temprano, que tenía que hacer algo. El Mole protestó, Tirso pidió tres caguamas más, para tomárselas en el cuarto, pensó. Marco pidió un six de Modelo especial, su aspecto parecía el de un zombi, su cuerpo parecía vibrar.
-Nos vemos mañana, si dios quiere- dijo el Mole, sin creer en sus palabras, antes de perderse en el camino del baldío.
-Qué pues mi profe, nos tomamos las últimas en mi cantón- afirmó Chava.
-Yo tengo algo que hacer- dijo Pancho al irse.
-¿Será?- exclamó Tirso.
-Carpe diem, profe, carpe diem.
-Bueno pues, va.
Esa noche debió haber llovido, tenía que haber caído una tormenta, con ventarrones azotando los árboles de los camellones en la colonia, somatando puertas y ventanas, esa noche tenía que haber sido cubierta con lo húmedo, con un frío gélido de lluvia, con el escándalo y el estrépito de una tromba. Pero no, eran aquellas fechas de mayo, cuando dijeron que las temperaturas experimentadas en nuestro estado y en distintas regiones del mundo, eran las más altas de toda la historia de la humanidad, que había cambios drásticos en el ambiente, o algo así. Debió haber llovido. Sin embargo, fue una noche muy calurosa, seca, pétrea. Y todo sucedió –casi- en una hermosa, desquiciada, atolondrada y mágica sincronía.
Aquella noche, sin saberlo, Tirso, Pancho, Mole y Salvador fueron creadores de una bestial sinfonía, un torrente caótico in crescendo, como si sus cuerpos al moverse, al expresarse, fueran tejiendo en un pentagrama invisible las notas desesperadas de sus vidas, como si cada acción suya fuera una síncopa en el ritmo, una nota atónica, un glitch, un ruido dentro de una melodía.
A las 12:45 Pancho estaba en la funeraria, había acordado con el wero que le hiciera el paro para un servicio de aquellos, ¿de cuáles wey?, ya, no te hagas, wero, hazme el paro, y después de varios ruegos y de pagarle lo estipulado más comisiones extras, pudo entrar. Atravesaron una puerta de madera labrada de detalles religiosos, la imagen de un cuadro en una pared llamó su atención, era la de una virgen, muy joven, voluptuosa, cargada por unos ángeles con aire andrógino, semidesnudos, la mujer mostraba parte de un pecho, parte de sus piernas. De pronto sintió cómo corrió la sangre por las venas de su verga. A esa misma hora, quizá 5 minutos más, Tirso bailaba con la joven que le chuparía las bolas una música muy estridente y rara para sus gustos, pero el alcohol lo hacía brincar, las adolescentes estaban en ropa interior, al igual que Chava, en ocasiones se alternaban una lata agujereada que fumaban, hasta Tirso fumó unas cuantas veces, quien mientras bailaba, intentaba acercarse y tocar lo más posible a su compañera. Pancho esperó algunos minutos sentado en un sofá muy cómodo, en un cuarto semi oscuro, donde habían otras mesas, otros sillones, otras personas, le habían servido un vaso de un wisqui que no recuerda el nombre pero que era muy caro, luego, lo llevaron a otra habitación atravesando un pasillo con más puertas, una de ellas estaba abierta y miró en su interior, había una mujer desnuda tumbada sobre algo como una cama, un tipo elegante salió totalmente ebrio o drogado del cuarto, cargado por dos monigotes, el tipo se le hizo conocido, ¿dónde lo he visto?, se preguntó y de pronto estaba él en un cuarto, solo, con una muerta desnuda frente a él. En ese mismo instante Chava apagaba la luz del cuarto, abrió la cortina que tapaba una ventana (la única), permitiendo el paso de la luz de la calle, puso algo de Billie Holliday en el estéreo, donde titilaba una luz verde que decía ser la 1:40 y se acostó en la cama con la joven morena, con confianza mi profe, con confianza, diría, mientras Tirso, ebrio, drogado e invadido por una extraña lujuria, besuqueaba y manoseaba a Cindi en un rincón. Pancho recordó las instrucciones del sujeto: No estropear el cuerpo, se recomendaba no penetrar el cuerpo más que por vía vaginal, a lado, en una mesita, había papel y sojlub, ¿eeeeeeh?, sojlub, lubricante, pa humedecer, aaaaaaah, ya ya, órale, gracias. Contaba con una hora para hacerlo. Por un largo momento miró extasiado, maravillado, aquel hermoso cuerpo muerto. La belleza de aquella joven aun era radiante en verdad. Sus pezones aún se veían rosados, la boca era frondosa. Pancho, al fin, untó sus dedos de lubricante y los introdujo dentro de la vagina. Luego se desnudó, sintió que algo lo llamaba, se montó encima del cuerpo, abrió las piernas, las colocó encima de sus hombros y ya no pudo más, se entregó totalmente a aquel embriagante abandono de sí, sintió que algo lo chupaba, algo lo jalaba y realmente estaba excitado, realmente lo disfrutaba, hasta que se dio cuenta que aquella hermosa chica no se movía, no pujaba, no lo miraba. Entonces, en un breve chispazo de claridad, se percató de que quizá se arrepentiría de aquello que estaba haciendo, pero no dejó de penetrarla. Tirso experimentó la mejor mamada de toda su vida, pero no lo sabría por lo ebrio que estaba, luego ella se pondría boca abajo en el piso, quiero que me la metas de a perrito, papito, dijo ella, ¿sí, papi? Tirso no lo escuchó dos veces y la penetró, sin condón, ni siquiera lo pensó, sólo quería sentir aquella tierna carne abriéndose a cada embestida suya, aquel reconfortante calor, apretó fuertemente, desesperado, las duras y redondas nalgas, Chava los observaba y comenzó a pintar sobre un lienzo, su compañera, hincada frente a él, se la chupaba.
Quizá serían las 2:20 cuando, increíblemente, mas no por eso imposible, milésimas de segundos más, milésimas de segundos menos, los tres se vinieron, los tres jadearon extasiados: Pancho se vistió, sentía una pesadez en su cuerpo, ya no estaba ebrio, la borrachera se había ido, pero algo ofuscaba sus poros, sintió calor y salió lo más pronto de ahí, y vomitó en la ceiba, antes de llegar a dormir a la caseta; Tirso cayó de espaldas sobre un sillón, agotado, encendió un cigarro, miró un largo rato hacia el techo, donde danzaban las sombras, las luces de la calle. Salvador siguió atacando el lienzo, creando figuras que él creía representaban criaturas deformes copulando, abatidas por el sinsentido y la angustia del acontecer del tiempo sobre sus pieles laceradas, lisiados en una orgía, perdidos en un huracán violento de sexo. Luego se durmieron.
Domingo.
Alguien, en algún lugar, escuchaba a todo volumen una canción de Cepillín, aquel payaso flaco con voz de globo desinflándose que tanto se escuchaba en las fiestas de cualquier niño en los años ochentas. Quién demonios escuchará esa mierda a estas horas de la mañana, pensó Tirso, al despertar por la bulla. Escuchar la historia de cómo aquel payaso se encontraba una variedad de instrumentos musicales mientras recorría una feria no era algo que le causara el mínimo interés, así que se levantó del suelo. ¿Y qué hago en el suelo, me habré caído de la cama?, se preguntó, y de pronto se dio cuenta de que aquel no era su cuarto. Una serie de flashbacks de la noche anterior se aglomeró en su mente y poco a poco fue comprendiendo qué pasaba, la cabeza comenzó a zumbarle, a dolerle más gradualmente.
-Ese mi profe, se lució ayer, ¿no?, ¿qué tal la cruda?- preguntó Chava saliendo del baño, mojado y envuelto en una toalla, luego encendió un cigarro, con la actitud de alguien que hace algo ensayado, algo repetido incansablemente hasta el infinito, algo perpetuo.
-Me siento un poco mal, me duele la cabeza más de lo normal.
-Es que es domingo, profe, los domingos de cruda son como yunques que están siendo golpeados por unos enormes martillos
-Ahora recuerdo, me puse a fumar esa tu pinche droga, por eso estoy así.
-Pero bien que se la puso dura, ¿no?, qué pinche viagra ni que la verga.
Tirso se abotonó la camisa, se puso los zapatos y se dispuso a salir. El calor en el cuarto era insoportable, había un hedor tremendo a alcohol, a plástico quemado, a sexo. Y de pronto se acordó de Cindi y no pudo evitar sonreír y sentir culpa al mismo tiempo, estúpida costumbre del ser humano: gozar y arrepentirse, sentir placer y culpa a la vez, el hombre y su doble moral. Pero esto no lo razonaba Tirso, de pronto, antes de irse, se percató de la ausencia de las chicas.
-¿Y tus amigas?- preguntó.
-Ya se fueron.
-¿Y cuándo las vuelves a ver?
-No lo sé.
Tirso se quedó pensativo, recargado sobre el marco de la puerta de entrada. Iba a decirle que lo invitaba a beber las respectivas para la cruda, pero al registrar sus bolsillos se percató de que no traía su billetera.
-¡Hija de su puta madre!- dijo.
-¿Qué sucede, profe?
-Me quitó la billetera.
-Chale.
-¿Sabes dónde encontrarla, sabes dónde encontrar a esa putita?- dijo Tirso, extrañamente enfurecido, con cierto odio resguardado.
-Claro, profe, no se preocupe, cálmese, si no yo le paso su lana, ¿cuánto era, cuánto traía?
-No, no, no, si el dinero es lo de menos, la acción, digo yo, es una culerada.
-Bueno profe, aunque la neta a estas alturas, hasta barato le salió la mamada y el culito apretadito, ¿no cree?
Y Tirso recordó la noche anterior, vio su rostro rojo, encendido de perversidad, se vio galopando el leve cuerpo de aquella jovencita. Y quiso beber, no quería pensar en lo hecho.
-Es que ahí tengo mis credenciales, papeles. Yo sólo quería invitarte unas chelas allá abajo.
-Ándale, esa voz me agrada. No se preocupe, ya encontraré a Cindi y le pediré su cartera, mientras, yo invito las de hoy- dijo Chava y salieron del cuarto.
Al llegar a la caseta encontraron a un Pancho algo distante, se veía pálido, estaba despeinado y emanaba un olor extraño, sus ojos estaban clavados en unas ojeras tremendamente marcadas y se movían lerdos al ver lo que sucedía alrededor. Pidieron una caguama y Pancho se las dio mecánicamente, con la mirada perdida.
Pancho se sentó en su silla, en la silla donde siempre se sentaba y de pronto pensó que no cabía bien, que la silla o había crecido más o él se había achicado. Luego pensó que en realidad no había pasado nada, la silla siempre había estado igual, sólo que hasta ahora se había percatado de esa sensación de incompleto, de esa sensación en el espacio de ausencia, como estar fuera de sí, fuera del cuerpo más de lo requerido, o como ocupar dentro de uno mismo menos espacio que el que ocupamos en el exterior, en nuestro entorno, en una supuesta realidad, en una vida normal. Recordó que en la mañana, al ir a orinar se dio cuenta de que el miembro estaba de un color violáceo, o quizá lo imaginó pero el caso es que eso lo hizo sentirse mal y comenzó a fantasear con que pronto moriría, que iría pudriéndose desde el pene hasta sus demás extremidades, hasta extinguirse. Al final pensó, se dio cuenta, vio su vida como una mierda que se está yendo por el caño, experimentó nauseas y mareos por sentir las vueltas del remolino, de pronto todo sucedía abruptamente, los sucesos acontecían resbalándose por el hueco de un embudo que se hacía cada vez más angosto. Y quiso gritar, advertirles. Pero se contuvo y sostuvo en su rostro el gesto de aquel que está perdido, de aquel que sabe que todo está perdido.
De pronto llegó el mismo niño de la noche anterior, el mismo niño de siempre, el mismo niño de todas las noches, a comprar cervezas.
-¿Ya supieron del Mole?- dijo el niño.
-¿Qué pasa con ese borracho?- preguntó Chava.
-Le dispararon por querer cojerse a una perra, jejeje- dijo el niño, con cierta inocencia repulsiva.
-¿Qué estás diciendo, chamaco?- dijo Tirso.
Pancho escuchaba atento lo que aquel niño decía, pero en su mente se sucedían pensamientos más turbios. Y se dio cuenta de que si en realidad el Mole estaba muerto, no le importaba en lo más mínimo.
-Es que se brincó al patio de doña Tina y empezó a jugar con Laica, la perrita de doña Tina y ya después el wey se la quiso coger y la correteó todo desnudo y por el escándalo salió don Ruperto, el marido de doña Tina y como había estado tomando sacó su pistola y le disparó unos balazos al mole en la panza y en la carota porque él pensó que era un monstruo o un demonio o un chupacabras queriendo cogerse a la perrita de doña Tina, la Laica.
-¿Qué estás diciendo, chamaco cabrón?
Pancho le dio las cervezas y el cambio. El niño se fue sin decir más, atravesando el terreno baldío detrás de la funeraria.
-No mames, el Mole… en un momento estás acá, vivito y coleando y de pronto, ¡zas!, te borras del mapa, vales verga- dijo Chava, realmente sorprendido.
-Requiescat in pace!- habló Tirso.
Pancho destapó una cerveza, luego Chava propuso que brindaran por el Mole, pero Pancho no alzó su botella pues estaba sumido en el recuerdo de aquel rostro muerto, mudo, inerte, aquel cuerpo sin vida que tuvo a su merced, recordó la inmovilidad, la falta de quejidos, la ausencia de leves apretones en su miembro y sintió miedo, el miedo recorría ahora apestoso por su cuerpo. Me iré muriendo, pensó, me iré desintegrando desde la verga hasta cada orilla de mi cuerpo. Los tres se quedaron en un extraño y cómplice silencio por un momento.
Entonces Tirso se dio cuenta de que durante todo aquél tiempo la canción de aquel payaso había estado sonando, alguien en alguna casa la escuchaba repetidamente, como fondo, como la banda sonora de una película checa aburrida, tediosa y complicada. Observó la cruz llena de heces de pájaros, los enormes ventanales y sin quererlo, de manera autómata, cantó en voz baja parte de la canción, como resignado.
-En la feria cepillín se encontró una trompeta, tára tára la trompeta, tára tára, la trompeta…
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