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De mañana en Loncoche, donde tiempo y clima residen y se conjugan para crear esa amalgama extraña que huele a humo y humedad.
No tan temprano como hubiese querido, salgo de casa en búsqueda de mi anhelado cheque: minúsculo respecto de la labor hecha, pero indiscutiblemente bien ganado. Dispongo mi dedo a hacer parar al colectivo que como de costumbre no pasa y termino enfilando mis pasos hacia Banco Estado. Largas zancadas, a saber por la fecha del mes, coincidente con el término del gas de la cocina y el saldo negativo del calcetín guacho donde escondo de mi misma, mis magras economías.
El viento resopla para recordarme que hace un año habito el sur casi décimo en región, que suficientes kilómetros me separan de Santiago y que miseria y pozas son la única certeza ineludible en este pueblo.
Cruzando el umbral del banco una extensa cola golpea mis decaídos ánimos, reconozco algunos rostros de los que intento escapar por el terror a saberme descubierta y posible víctima de abundantes conversaciones. Me impacta una mujer a mi lado, quien lidiando con su prole piensa en voz alta en que pronto tendrá que hacer otro chiquillo para cobrar el familiar que cada vez dura menos. Me sorprende un ser celeste que afiebrado en el campo de batalla me pregunta: -¿usted cobra o deposita?... y luego sentencia: - entonces tendrá que esperar!
Como de costumbre mis ideas comienzan a viajar hacia distintos tiempos, lugares y espacios; se aglomeran sin orden alguno y entre las culpas por no haber traído un libro para aprovechar el tiempo y las lentejas que tenía planificado cocinar que se transformarán por la hora en fideos con salsa caigo en cuenta que hace un buen rato que la fila no avanza ni un milímetro.
Me percato que los largos minutos pasados no son a causa del número de pacientes ovejas en la fila…el guardia paquete de vela corre hacia la entrada para dar instrucciones y bienvenidas a quienes llegan a depositar.
Inusitado para mi experiencia hasta entonces: el Banco se ha quedado sin un veinte… y esperar es la nueva consigna. Paquete de vela atiende a la clientela VIP que con billetes en mano es conducida por alfombras rojas raudamente al encuentro de la cajera que enrostra una gran sonrisa. Fácil el imaginarla en su colegial jumper, con sus compañeritos de liceo comercial… como jugando a “metropoli” con billetitos y propiedades.
Es mi turno de cobrar, mas el efectivo nuevamente no alcanza. Reculo en el intento, deseosa que entre un personaje multibilleteario que replete las arcas, para poder, luego de tanta espera, caminar entre calles y pozas, hasta llegar a casa donde me esperan hijo y trabajo rodeados de esta amalgama extraña que sabe y huele a humedad.

Texto agregado el 06-09-2007, y leído por 160 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-09-2007 Chuá... qué bien que tan terrible realidad desemboque en ese mar de letras. Yo, por mientras, prefiero el pesimismo existencial desarraigado del exterior... ¡Viva la inmadurez! mardion_isiaco
 
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