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Digamos que un hombre se levantará una mañana como cualquier otra y hará las cosas que usualmente hace por las mañanas, como ir al baño, donde pondrá especial cuidado al rasurar su rostro, aunque quizás un incipiente nerviosismo mermará su habitual dominio de esta actividad rutinaria y no podrá evitar un pequeño corte en su mejilla izquierda (o derecha) justo debajo de la patilla. Observará las pequeñas arrugas, las canas, agradecerá al espejo no mostrarle un tipo pelado como otros de su edad. Repasará quizás mentalmente el sueño que tuvo cuando pensaba que ya estaba despierto, en el que sus labios se hundían en una mejilla blanca y suave, lentamente se iban acercando a la comisura de una boca fina, hasta darse cuenta de que la dueña del rostro es una joven-niña de la que estuvo perdidamente enamorado y nunca pudo tocar siquiera, ni confesar su apasionado amor adolescente. O recordará tal vez otro sueño, en el que estaría preocupado porque su novia miope no quería usar sus anteojos, por eso al cruzar la calle la atropelló un coche y cuando él se acercó todo lo que quedaba de ella era una colilla de cigarrillo, que sostenía en su mano mientras le reprochaba su torpeza. O podría recordar otros sueños de otras pasiones, que al final serían la misma con distintos disfraces. Y en ese momento, su gata siamesa le rozaría una pierna y le pediría algo con su mirada misteriosa, pero él no la comprendería, porque es difícil para un hombre penetrar tanto en los secretos gatunos como en las mentes femeninas, y al menos sería esta una mirada sostenida, fija, directa, limpia, profunda, inquietante y magnética. Su mujer estará todavía acostada, o se habrá levantado mientras él está en el baño, o estaría ya despierta preparando el desayuno cuando él besaba la mejilla blanda del sueño. Y ella sí comprenderá el requerimiento de la gata y le llenará su tazón de alimento balanceado, mientras se comunicarán en el mismo lenguaje al que él está totalmente ajeno, así como le es extraño el universo detrás de la mirada esquiva de su mujer, dirigida siempre hacia otro lugar, interesada en la gata, en el libro, en la imagen que le devuelve el espejo, en el monitor de la computadora, en sus trazos sobre un papel, en las verduras o la carne que está picando para el almuerzo o la cena, en cualquier cosa menos en él, que a veces tiene ganas de convertirse en la gata para que ella lo cuide y lo acaricie. Se preguntará cuándo fue que su novia miope decidió ponerse los anteojos y ver el mundo por sí misma, sin necesidad de que él la guíe llevándola de la mano, cuándo decidió que si a él le gustaba el pelo corto ella lo llevaría largo, si a él le gustaba la ropa blanca ella se vestiría de negro, si él era de Cerro ella sería de Olimpia aunque odiase el fútbol. Cuándo fue que se pinchó por primera vez con el alambre de púas que la circunda. Cuándo fue que chocó contra ese muro, cuándo fue que ella le abrió por última vez esa puerta gastada que los separa. Él se vestirá y tomarán el desayuno lenta o rápidamente, conversando con animación sobre algún proyecto o dejando caer palabras al abismo de la incomprensión, o masticando la densidad del silencio o sorbiendo un café un poco desabrido. Después él se cepillará los dientes poniendo especial énfasis en eliminar cualquier resto de mal aliento matinal. Se despedirá de su mujer con un beso, ella le dirá te quiero, él dirá yo también, o él dirá te quiero y ella yo también.
Ella dirá te quiero = te entrego todo mi ser, invade mi cuerpo y mi mente.
Él dirá yo también = amoldaré este cuerpo y esta mente para que se parezcan a un ideal.
Él dirá te quiero = has logrado ocupar el lugar del ideal, amo tus defectos y virtudes, necesito que me ames por encima de todo.
Ella dirá yo también = pero no eras lo que yo creía que eras, me decepcionaste y ahora deseo algo que llene el vacío de la emoción perdida.
Él dirá te quiero = pero si no me amás por encima de todo buscaré otra que lo haga.
Ella dirá yo también = yo también.
Saldrá de su casa, subirá a su coche e irá conduciendo por la avenida. Recordará lo que le sucedió el día anterior (¿o fue hace un mes?) cuando revisaba una de esas cuentas de internet en las que uno pone sus datos, detalles de su perfil personal y algunas fotos, para relacionarse con personas conocidas o desconocidas que va agregando como “amigos” que en ocasiones podrían convertirse en algo más que amigos. En la información general de su cuenta decía “hoy es el cumpleaños de XX”. Generalmente no recordaba las fechas de cumpleaños y aprovechó el dato, apresurándose en escribir la felicitación correspondiente en el bloc de notas de su amiga. Se sorprendió con la respuesta que recibió más tarde: “muchas gracias por el saludo cumpleañero, aunque lo estoy recibiendo con un mes de adelanto, ja ja”. Efectivamente, cuando revisó nuevamente su página de información general se dio cuenta de que decía “hoy (fecha del mes siguiente) es el cumpleaños de XX”.
Pensará en el tiempo que le llevará llegar hasta la calle en la que debe doblar hacia la izquierda o hacia la derecha. Será ese tiempo como si la calle fuese un río que fluye llevándolo, que está allí desde siempre, al que ha sido arrojado y convertido en preso del poder de su soberanía de ente objetivo, mientras él es un simple ser advenedizo y pasivo que se deja llevar. O será el tiempo como si estuviera él sentado en un vórtice denominado “ahora”, ese ahora fugaz e inaprensible pero a la vez lo único que se puede considerar permanente e inmutable, mientras su conciencia elabora una representación de aquello que considera pasado y lo que puede prever que será futuro, o algo así, bien, mal o fragmentariamente interpretado de algún estudio filosófico leído en Internet.
Al llegar a la calle Fulano de Tal, dudará entre doblar hacia la izquierda o hacia la derecha.
Digamos que elegirá doblar hacia la izquierda. Recibirá un llamado a su celular y dirá que sí, que en veinte minutos aproximadamente llegaría. Marcará un número y dirá que irá más tarde a la oficina porque tiene que hacer un trámite. En el camino verá un lapacho amarillo florecido y sentirá un vuelco de emoción en el corazón, o verá una vereda llena de basura y tendrá ganas de huir de esa ciudad de mierda. El cielo estará limpio y celeste como los ojos de su gata, o será gris como las cenizas de una pasión extinguida. La encontrará esperando en una calle vacía y la hará subir al coche. Tomará su mano tibia o fría, le dará un beso apasionado o seco y se irán a un hotel, donde harán el amor torpemente, apasionadamente, salvajemente o mecánicamente.
O llegará a la calle Fulano de Tal y doblará hacia la derecha. Marcará un número en su celular y dirá que hoy no puede ser, que tiene un trabajo urgente que hacer. Escuchará con indiferencia un reproche y repetirá, no puedo, después hablamos. Llegará a su oficina y se sumergirá en un mundo virtual en el que escribirá un e-mail que terminará con una relación amorosa furtiva.
O después del desayuno le dirá a su mujer: hoy no me siento muy bien, no voy a ir a la oficina, y se quedarán acostados toda la mañana viendo la televisión, tomando mate. Mas tarde ella se conectará a Internet, enviará un saludo felicitando por su aniversario a un amigo, quien le dirá que se equivocó, que su cumpleaños es el mes que viene, entonces ella le responderá que la culpa es de su cuenta de Photolog, donde estaba la información de que su cumpleaños era hoy, pero la fecha que indicaba era del mes próximo, o que quizás estaba viviendo con un mes de adelanto. Y antes de comenzar a escribir se debatirá entre miles de excusas y motivos de postergación: una tarea más importante, un deber ineludible o la banalidad ganando al pequeño esfuerzo mental requerido para darle apertura, dará vueltas en el altillo de las posibilidades, del manejo del tiempo, pasado, presente o futuro, de los hechos reales o los ficticios, de los datos esenciales o superfluos, será una pequeña llama que se extinguirá en la demora, en los cuestionamientos, controversias, discusiones internas sobre si alguien ya habrá contado la misma historia (que de hecho seguramente no tiene nada fuera de lo común), o si alguien habrá contado otra historia de una manera semejante, muy probablemente mejor contada, habiendo tan buenos escritores mucho más experimentados en el arte de la narración. Y al final, la única certeza será que todo esto ha terminado de ser escrito y que alguien acaba de leerlo “ahora”.

Andrea Piccardo

Texto agregado el 05-09-2007, y leído por 549 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
01-11-2007 (Llega este comentario con algo de atraso; pero llega, que es lo importante)¡¡¡Muy bueno el cuento!!! Es un descubrimiento para mí la utilización de ese tiempo verbal que posibilita explorar las alternativas de cada decisión. El final es muy interesante. El dialogo con equivalencias está también muy bueno. Una prosa que se deja leer con cadencia. El hombre, según decís, no puede penetrar en la mente femenina; en cambio vos podés hacer observaciones muy agudas sobre los pensamientos y cavilaciones del protagonista. Creo que cada uno lleva en su interior su lado femenino en el caso de que sea hombre y las mujeres tienen también su lado masculino, esto es creo ya un lugar-común, lo digo porque me dio la impreción de supiste explorar tu lado masculino con mucha agudeza. Saludos!! romquint
21-10-2007 La verdad es que no me gustó, jajaja, me encantó, lo haces muy bien y con mucha imaginación, sigue escribiendo que te seguire leyendo rodriguin
24-09-2007 ***** jozeluiz
23-09-2007 Bien y originalmente narrado. Desgranas las posibilidades del discurrir de los acontencimientos, y reflejas bien que a pesar de esa variedad de futuribles, es bien difícil escapar de la miseria de la rutina. altorcan
22-09-2007 Los grandes dilemas de los tal vez, o de los si o no .. Incertidumbres... Muy bueno ***** eidanios
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