Mientras más felicidad tengo, más es el terror que alberga mi corazón. Es inquietante, es maravilloso, es terrible y hermoso. Bajo, subo, giro… doy vueltas una y otra vez saboreando tus sustancias, viviendo con cada uno de tus latidos. Salgo un momento del torbellino y quiero respirar, y tras un segundo, quiero regresar de nuevo al éxtasis.
Ayer supe quién eras en realidad y la carga que has traído en tus espaldas por tanto tiempo. Y casualmente eres tú a quien yo elegí para compartir mis penas y mi tribulación, y tu consuelo, como bálsamo, secó mis lágrimas, compartió mi pena. Qué podía yo hacer sino corresponder y escucharte. Abrazarte y consolarte.
He pensado en tus defectos y en los míos. Si yo no fuera quien soy no entendería tus fracasos, tu soledad. Si no fueras quien eres tal vez juzgarías mis conductas y no las aceptarías.
Será entonces que—realmente—tú eres para mí y yo te estaba esperando a ti. Debe ser que tanta soledad, tanta espera, fue para que tú llegaras a donde estás hoy y coincidiéramos en la noche de los siglos, ni un segundo antes, ni uno después, en el que nos miramos y el hechizo surtió efecto. Tantos siglos, tantos países, tantos momentos, tantas lunas, tantas ciudades, y nos miramos sonriendo porque nuestra alma lo entendió primero:
Tú viniste por mi.
Y yo YA estaba allí para ti.
|