Filiación del rocío
La mañana inicial sube embestida por la luz
principal y entrañable;
ya está nupcial soltando las palomas
entre la adolescencia de los árboles,
buscándolo,
tocándole lo verde que anda en la arboladura de su sangre,
lo verde flor que es él cuando amanece,
cuando amanece flor a flor de labios:
todavía aromado,
aún simiente,
aún simiente aroma enamorado,
amanece,
despierta lentamente por regiones de luz,
a pasos cálidos,
mientras que, panza arriba, el sol paterno
pasa sobre los humos del verano,
bebiéndolo,
lamiéndole la índole,
abriéndole al puerta de los párpados
por donde entra el día hasta su boca,
hasta su corazón verde y oceánico;
sube, viene,
lo busca la mañana
y aún tiene en la piel mujer y mosto,
su mujer moscatel en el costado,
dormida todavía como greda,
gredosa e inocente a su costado,
como greda dormida en la inocencia del barro maternal
que está soñando;
así,
tirado así de las raíces,
Lucas Romero asume la mañana.
Y todo es nuevo entonces,
bien nacido,
todo puede empezar esta mañana,
seguir creciendo,
andar el agua nueva que adentro del rocío está sonando
con un ruido interior de tierra herida
por la lengua estival que enreda el agua;
y él, entonces, de pie,
yendo y viniendo,
poniéndose de acuerdo con los pájaros,
semental y aturdido por el júbilo
que pasa por la brújula del aire:
mírelo aguaribay,
véalo rama,
tenga en cuenta sus manos vegetales,
fíjese, cuando mira el horizonte, cómo le queda el cielo
en las pestañas:
tan como en su lugar, pero ya ardiendo;
allí, de piel y raigal, con ese modo,
esa manera de paisaje que anda.
Véalo transitar en su armadura,
en la bandera viva de su traza,
en el cobre terrestre
de su pecho
y en la paz de sus huesos minerales;
acérquese,
miremos su ternura,
lo frutal de su boca de durazno,
la frente de soñar duendes y siembras
en la locura cereal del año.
Ese rostro trigal,
esa existencia circular de su voz y de su sangre,
allí en la luz,
cruzando por la tierra,
cruzado por la tierra y por el aire donde él residirá
y será habitado,
donde será habitado y habitante.
Así, Lucas Romero se recobra,
sale a vivir,
bebe su trago de alba,
de pie sobre su vida numerosa,
alto
en la luz mayor de la mañana.
Armando Tejada Gomez
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