Nos miramos y supimos que ambos deseábamos salir de ese lugar.
A marte, le dije, y corrimos veloces por las carreteras.
Una mezcla extraña de nerviosismo, calentura, deseo y amor me envolvía, completamente.
Sentía el palpitar de su cuerpo contra el mío, por las calles de una ciudad casi dormida.
Llegamos a marte y comenzamos a desearnos aun más.
Las ropas volaban y chocaban en las paredes, que resguardaban ese deseo desenfrenado de estar más juntos que nunca.
Nuestras manos se enredaban torpemente, iban a destiempo de nuestros besos, que eran juguetones e infantiles.
La ansiedad nos llevaba a cometer errores, que le daban los toques de realidad a ese encuentro que quemaba.
Mi cuerpo de pronto no fue nada mas que un pedazo del suyo, con movimientos pendulantes lográbamos comunicarnos tan perfectamente, a veces alto a veces susurros, y sus manos en mi espalda, empujando mis caderas.
Seguimos dentro del agua, había espejos reflejando esa locura ardiente que protagonizábamos, esas manos anhelosas del cuerpo del otro.
Esas lenguas, activas como nunca antes.
Pasaban las horas por nuestro encuentro, pero permanecíamos firmes ante nuestros deseos.
Su cuerpo se posaba sobre el mío, que comenzaba a desaparecer, me comenzaba a tragar, solo se escuchaban mis gemidos asfixiados entre tantas sensaciones.
Esa noche recorrimos marte completo, tocamos el cielo, el infierno.
Y nos fuimos, de vuelta
Por esas calles de una ciudad casi despierta.
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