Pequeña vía láctea
A mi querida Luchita (Annakiya)
Fue como un latigazo ese despertar. Mis sueños quedaron truncos. Los dedos de mamá rozaron la mitad de la planta de mi pie, descalzo y colgando al final de la cama, y ahora no puedo recordar lo que, hasta hace unos segundos, estaba soñando. Es inútil tratar de aferrarse, pienso; ya se perdió para siempre.
-¡Arriba -dice mamá-! !Vamos, que ya es tarde!
Miro un poco a mí alrededor. Escucho los pasos de mamá por el pasillo; se dirige hacia las otras piezas, a despertar al resto. La leve claridad de la mañana ilumina las paredes dibujadas de mi pieza. En la pared que está junto a mi cama está el dibujo que más me gusta: la niña oriental que sonríe mirando algo, que solo ella ve, entre sus manos. Es el único dibujo que hice yo en esta parte de la casa; el resto de los dibujos que hay aquí, los hizo uno de mis hermanos, el que comparte la pieza conmigo; son dibujos más grotescos, pero más grandes y osados que los míos.
Escucho a mamá decir otra vez lo mismo, pero en la pieza de al lado.
Desde un espacio en la ventana, hasta un rectángulo amarillo en la puerta, que se serró tras mamá, se extiende una pequeña vía láctea de polvo; partículas en lenta peregrinación hacia alguna parte. Quizás esté pasando por ahí, aunque todavía no han transcurrido un gran montón de siglos, Juana de Ibarbourou; hecha un puñadito de polvo amarillo. Paso mi mano por ahí y se produce una onda expansiva. Las partículas de polvo se mueven como una parva de pájaros; parecen una sola cosa, viva y múltiple. Luego, lentamente, vuelven todas a conformar esa franja dorada y uniforme y a continuar su camino.
-¡Vamos, vamo', vamo'. vamos! -oigo decir a mamá, pasando frente a mi puerta, yendo a no sé dónde.
Pego un manotazo a la frazada y las partículas de polvo se multiplican por miles. La franja ahora desborda de luz; es una fiesta en ese micro universo. Es curioso como estas partículas son perfectamente invisibles fuera de la franja; cuando era chico, pensaba que sólo existían cuando pasaban por ahí, cuando les daba la luz.
Escucho unos pasos, veo a mamá abrir la puerta de golpe. Entra con ella una corriente de aire fresco que enloquece a las partículas polvo. Mamá pasa entre mi cama y la de mi hermano, yendo hacia la ventana. Sube la persiana de un tirón.
La pequeña vía láctea desapareció; no queda otra que levantarse y empezar el día. Pero es apenas las nueve, mamá, pienso; espérame un ratito, que ya reduerdo lo que estaba soñando.
R. R. R. Q.
5 de septiembre de 2007
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