Me encontré con una nota, una invitación y un aviso, en el momento que quise dar la vuelta para abrazarte y tu cuerpo estaba ocupado, y tus sueños convertidos en otra imagen que ya no me pertenece, y me llegó el entendimiento de lo inevitable, la consecuencia obvia de la lejanía y el desconsuelo.
Cuando justo estaba por alzar una línea enemiga por cruzada, y quería intentar de nuevo alcanzarte, me das una noticia descarada, cuando vos pensás que ya no te pienso ni escribo, y me hablas de su ausencia y tu dolor, y me siento acorralado, como para huír muy lejos, pero mis pies no responden al intento de escapar de todo esto.
Quería volver o que volvieras... y cuando regresaste formando otra sombra, la mía quedó pisoteada, y mejor decidí guardar silencio, porque fue muy poco el luto que guardaras, como si hubiese valido la pena intentarlo de nuevo, por eso me puse a escribir, porque vi mi bandera destrozada, mis brazos de nuevo vacíos y ningún brillo en esos ojos que antes me buscaran.
Y te dejé partír o me fui yo, quedandome apartado viendo desde lejos todo, como sintiendo asco de lo que veían mis ojos medio cerrados, porque acepté la invitación que me dió una bofetada, y cerré mi pecho abierto con un hierro candente y una estocada, porque se derrumbó la mascarada y los telones cayeron con tu nombre, y no encontré un pedestal ni una percha donde colgar los sueños rotos ni las horas masticadas a la espera de tu encuentro.
Por eso emprendo la larga marcha en búsqueda del sueño roto, en otra senda señalada; porque los encantos se rompen pronto y las heridas nunca sanaron tan pronto siendo tan hondas las heridas ni tan marcadas las cicatrices, como supestamente lo fueran tras la batalla, que ambos perdimos mientras intentamos rehacer esas vidas que acaso nunca debieron cruzar sus intrincados y locos caminos.
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