Siempre me excitó tomar tu ropa íntima y olerla hasta los tuétanos
esto era plenitud y más profundo que hacerte el amor,
no porque fuese fetichista ese mal comportamiento
sino que tu olor era salvaje, olías a hembra poseída, algo inevitable.

No hay por tanto sopor más bravo que tu esencia divina, esa que
penetra mis olores y me hace tenerte cerca de mi entraña.
Toda tú dentro de mi, mis pulmones explotan sin cesar y no mueren
al tenerte, lo contrario, respirar esa parte de tu cuerpo es la vida de mi ser.

Cuántas maneras de amarte tengo en mis narices como inmolarme
con ese momento en que te vas hacia tus recuerdos temblorosos.
No hay instante como ése en que pruebo tus licores, esos que te llueven
mientras tu cuerpo baila de sabor, tu espalda entonces se hunde un poco más.

Por dejar esos espacios muy cerca de tu cuello sin perfume ni jabón
puedo amarte de tu piel, y arrancarte de esa piel tus encantos voluptuosos.
Deja después que mis manos resbalen por tus muslos trémulos
que los dedos penetren por orificios escondidos en tu alma.

He preguntado a las sombras de esos cuartos angostos
en los cuales he poseído tu cuerpo tantas veces, tantos meses
si el oler es un pecado de mis traviesas fauces.
Después de todo siempre te he amado con olfato de sexo derretido.

El amor en estos términos no es extravagante, es una forma de explorarte
mientras tus hormonas segregan esos deseos disfrazados de diablos bravos,
tan furibundos que ni el amor si fuese lenguaje pudiese expresarlo.
Allá en aquella cama las sábanas húmedas me ayudan no tanto a copularte
más que esto es a disipar en mí ese sabor de tí que invade todo mi cuerpo.

Para despedirme sin que pienses que soy un bárbaro vikingo
aún me atrae aquella noche en que ofreciste tus tibios labios
aún recuerdo tu sabor a fresas, aún recuerdo tus ojos benditos
aquél orgasmo de esa tarde, esas ganas de sentir tu cuerpo
como atravesando el firmamento ... luego tu silencio virginal.