Confinados.
Y parece totalmente sano, que gran color, el mejor aspecto, y descansan sus ojos sobre esa sutil perfección. Simple, bello y a la vez falso. Es apenas una escasa imagen la que entra por el centro de esa cuenca y digo “esa” porque son tuertos. Es solo el color y la figura, el esbozo de una pincelada lo que sus pupilas perciben y captan, el resto esta afuera...
O quizás muy en el centro, bien adentro, imposible de encontrar y en tanto sus bocas salivan, como lo hacen los perros porque eso es lo que son – en dos patas-
Y el sinuoso aliento de suspiros se confunden en el aire, es entonces cuando el claustro se manifiesta, con ese hedor y recién toman conciencia de que apestan, porque ya el aroma es inconfundible y el inminente peligro es asimilado.
El ambiente se torna aun más apestoso, porque sudan de angustia, confusión y pánico, y tienen mal aliento y la saliva se reseca. Mas no le quitan la vista de encima, no obstante nadie la toca, se acerca o la devora. El instinto.
Y la pulpa agusanada ya ha perdido el dulzor y se amorata, se marchita, se pudre con lentitud. Y ellos sudan aun más y más hediondo, son como ratas de alcantarilla. Un contubernio improvisado porque son seres sin autonomía y en esos barrotes se ha depositado su pizca de libertad.
Es entonces ahí, cuando el invertebrado se asoma desafiante, sobre la cáscara siempre roja y brillante, y es entonces cuando el pánico sobrepasa los límites. Puedes verlo, ya todo ha cambiado drásticamente, porque ese ser viscoso les roba el alimento y no hay manera de hurtárselo de nuevo a los mismos gusanos.
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