Hoy volviste nuevamente y como siempre fuiste bienvenida, era inevitable que dejara de abrir la puerta, aunque más de una vez me prometí que no ocurriría nuevamente, pero simplemente cuando te tengo en enfrente olvido toda esa firmeza que en mi imaginación me acompaña cuando en mi mente recreo la escena, pero al final no opongo resistencia.

Otra vez vuelves arrastrando tus penas y sobre la alfombra dejas
tus invisibles huellas, sobre la pared se proyecta tu lúgubre sombra y poco a poco se extingue en mi interior las fuerzas para empujarte fuera de mi presencia, pero de nada sirve ya es demasiado tarde y como hechizadas mis manos te obligan a quedarte, tal vez mañana o pasado mañana puede dejarte ir así como un día a mi puerta tocase sin advertir que deambularías en un continuo y lastimoso devenir.

No se si me haces bien o quizás mucho mal, pero solo tu haces posible que vuelva de nuevo a plasmar en unos cuantos símbolos este profundo dolor que desgarra mi alma y alienta mis lamentos,
llenando de aquel dolor que me lleva a no sentir, a encarcelarme de mi propia sensibilidad y a huir de mi, para refugiarme en ti, siendo a la vez mi cura y mi enfermedad.

Pero para que lamentar si yo lo permití, fue ese primer abrazo que me envolvió y del que me creí libre por fin, pero fue una vana ilusión porque en cada poro de mi piel tu frialdad me escabullo y llego a mi interior, hasta confundirme la razón y como un persona demente obligarme a escribir solo del sufrimiento que me es más real, mas cercano y palpable que aquello que algunos llaman felicidad, pero aun así no te aborrezco, sabes que en verdad en algo te apreció aunque empañes mi vida de gris, siempre que desees volver lo puedes hacer... querida Soledad.