1.0
Christian O. Clifford habia repetido el mismo ritual cientos de veces, durante los 10 ultimos años de los 70 que llevaba encima; y aun asi, hasta el mas mínimo detalle le resultaba completamente ajeno. Algo indigno de un respetable colaborador de Jordan.
Digno de un traidor al Nuevo Estado.
De una gastada maleta negra que yacia en el suelo de concreto tajado, saco una larga bata blanca de neopreno, que se coloco con movimientos parsimoniosos, regalo ansiado de la senilidad; se ciño a la cabeza el casco de pluricarburo, que inmediatamente se amoldo a su craneo. Envolvio las macilentas manos en la masa acuosa y grisacea del recipiente que portaba siempre en el bolsillo, y que al cabo de unos segundos formo una capa firme sobre su piel.
Acto seguido, se inclino sobre su escaso equipaje, y tomo una pequeña estructura de acero, de forma piramidal, cubierta por paneles de LCD, la deposito cuidadosamente en una mesa plegable frente a el, y conecto el extremo de dos aparatos: una banda metalica, porosa y flexible, y un artefacto de 5 esbeltos brazos, cada uno con un dedal de goma insertado en la cresta.
Dio unos golpecitos al tecno-censor, y uno de los paneles proyecto una lista de comandos. Presiono Poblacion Total, y se desplego una cuadricula de retratos, cada uno bordeado por una franja azul o roja. Repaso velozmente la lista, y después, se aclaro la garganta quejumbrosamente.
― ¡Ditzayanna Morales, pseudo-prodigia! – grito al atestado auditorio. Echo un rapido vistazo al salon de paredes agrietadas, techos de zinc y vigas herrumbrosas, y a la horda de rostros familiares, indigenas, con la piel morena herida por el feroz Sol, enfundados en pañoletas deslustradas y ataviados a la moda casi pordiosera de los Restados.
Cuando Ditzayanna Morales se sento, y en una accion casi automatica introdujo los marchitos dedos en las ranuras del extractor falangenico, Christian O. Clifford sintio un arrebato de coraje, seguido de esperanza escurridiza…
Y la nocion de que era un traidor al Nuevo Estado.
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