Parece que en los últimos años, en nuestro país, la decadencia de la poesía era obvia. Poco quedaba ya de aquellas jóvenes promesas de los noventa, y el movimiento lírico se apelmazaba en torno a cuatro leyendas. No quiero decir que no existieran grandísimos autores, pero nadie leía ya poesía en España, y las publicaciones se reducían a un pequeño grupo culto y de editorial alternativa. Desgastada. Eso, y la poesía del 29, que nunca pasa de moda gracias a los institutos.
Pues bien, he aquí que un día, las librerías aparecen tomadas por un libro de una jovencísima (17 años) escritora cordobesa que venía de ganar el Premio Andalucía Joven: Elena Medel, con su poemario Mi primer Bikini (DVD ediciones, 2002), una suerte irónica de añoranza poética que amenazaba con acabar con la afincada poesía de la experiencia en post de la denominada (no sé si se trata de una denominación afortunada), poesía POP, y en la cual se inscribiría (ahora sí, con más fuerza) también su segundo poemario Vacaciones (El gaviero, 2004):
“(…)Quiero volar y volar y volar como Campanilla
—blanco y radiante cuerpo celestial,
pequeño cometa, pequeño cometa—
de la mano mis amantes, que dicen cosas bonitas
como estigma, princesa, miss cabello bonito, asteroide.
Todo sea por mis amantes, que no son dignos de elogio:
son minúsculos, y redondos, y azules,
azules o blancos, o azules y blancos,
y su boquita de piñón es invisible,
y para besarles introduzco a los pitufos
en mi boca, y para gozar de ellos
los trago, porque me sé mantis religiosa.(…)”
Hace ahora un año, Elena Medel publicaba una nueva (esperadísima) obra: Tara (DVD ediciones, 2006), que dividió a la crítica. En él la autora había roto con su poesía POP para buscar un camino en el filo de la prosa poética (adentrándose muchas veces en ella, como en su poema Pelecanus), de un surrealismo hermético, plagado de referencias religiosas, atormentado y que arropa la búsqueda de lo que queda tras la muerte de su abuela entre generaciones familiares, recuerdos, y el dolor más profundo:
“(…) Todo cuanto tengo
te lo debo. Aprendiste a leer con cinco años. Con ochenta escribiste, en un cuaderno de hojas cuadriculadas, tu vida. Felicidad fue tu última palabra.
Ahora que has muerto, más allá de la puerta cerrada de mi cuarto, mientras las hermanas viejas corren a refugiarse bajo los soportales,
alguien que no soy yo, pero se me parece, escribe en una cabina telefónica con rotulador negro permanente:
Dios, ven aquí,
atrévete a volver a hacerlo,
ahora
soy más grande que tú.”
Tara es, en fin, una obra adultísima, excelente, que ya se está convirtiendo en un referente de la poesía actual. Ahí tenemos a Elena, a la vanguardia, enseñándonos que la poesía, pese a todo, sigue viva, y de una forma especial. Quizás, su mayor cualidad sea lo que algunos reprochan: su capacidad para mezclar a Dámaso Alonso con The Flaming Lips, la referencia novísima con el más radical surrealismo. Algo que me recuerda cómo mortificaron a un director que en su momento se tachó en muchos sectores de ridículo: Quentin Tarantino.
Veremos como el tiempo trata a Elena.
Más información sobre Elena Medel en:
http://www.elenamedel.com
http://www.labellavarsovia.com/autores/medel.html
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