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Las cuatro mujeres reían al son del somontano, esa era la imagen que guardé en mi memoria, aquellos tiempos en que la felicidad estaba siempre de nuestro lado. Antes de que las nubes aceleraran su paso y avanzaran más rápido que las agujas del reloj, no sé exactamente cuando pasó, pero un tren sin rumbo atravesó mi vida llevándose consigo mi alma y la de otros muchos.
Me quedé encerrado en algún lugar oscuro, intentando acabar de tararear una canción que no conseguía recordar, que fácil hubiera sido levantarse y buscar el CD para escucharla una vez más, pero no podía, era incapaz de realizar ese insignificante esfuerzo que me perecía como el de mover una montaña.
Montse despertó de su siesta, medio adormilada me miró, sus ojos de un color entre marrón y verde, brillaban por la luz que entraba desde la ventana. Era maravilloso verla dormir, creo que podría quedarme horas y horas viéndola.
Tan frágil, tan bonita, era como un pañuelo de seda verde que en su interior encerraba la fuerza que yo nunca pude tener. Por eso la amaba, por eso me aferraba a ella.
Creo que ella fue la primera que me entendió el día que salí del hospital, mis más cercanos lloraban, pero yo no necesitaba compasión, ni lágrimas, ya había llorado suficiente en la habitación del hospital, ella se acercó simplemente y me agarro fuertemente de la mano, el frío que acompañaba aquel mes de enero desapareció por completo. En ese momento me quedó más claro aún que aquella mujer me quería.
A veces recuerdo como era mi vida antes, las cosas que hacia y las cosas que dejé de hacer, sobre todo estas últimas, pero quien espera escuchar noticias como la que oí. Quien puede estar preparado para una maldición que aparece tan furtivamente.
Ahora cuando cierro los ojos, recostado en el sofá, recuerdo lo mal que reaccioné, no entendí el porqué de mi enfermedad y sobre todo por que me había tocado a mí,
Pero gracias a ella, a Montse, entendí que la vida no acababa allí donde las limitaciones se presentan, sino que todo sigue su curso, aceptarlo es dar el primer paso hacia una nueva forma de vida, pero vida en definitiva.
Tenía la imagen en la memoria mientras ella despertaba, una de esas mujeres era Montse y su risa iluminaba aún más aquel restaurante mientras yo la contemplaba en silencio, como me hubiera gustado abrazarla en ese instante, pero me mantuve simplemente observándola, sin más palabras que mi voz resonando dentro de mi cabeza,
Ahora ella deslizaba su mano cálida por mi pierna, mientras besaba mis labios,
Que más podía pedirle a la vida...

Texto agregado el 01-09-2007, y leído por 197 visitantes. (0 votos)


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