El había una vez, era: había una y mil veces, como el día más vivido de la historia…
No había pausas ni comas, yo sólo leía como doncella aburrida entre dragones feroces, victimarios ante mi soledad enclaustrada, ante mi cabello crecido y triste, ante mis vestidos gastados que jamás compitieron con las estrellas. Érase una y mil veces entonces, así empezaba hasta hacerse leyenda estas ganas de llegar a un final feliz, con the end o el fin, de igual manera era un cúmulo de sombras, que si algo desinhibían eran las lágrimas donde mojé las hojas con los sucesos más felices de las mil y una noches, con cuarenta ladrones que me robaron las sonrisas. A veces, leía los capítulos breves, de manzanas podridas y aparecía mi nombre, mil veces llamando a la nada, atrapada entre tanta letra áspera. Y no, no aparecían príncipes, se habían ido al castillo mas lejano para cabalgar al viento con princesas de tul y seda, con princesas a las que yo incluso podría haber besado los talones. Otros días veía pócimas y maldiciones, e intentaba hallar la que más me calzaba, la que reposaba sobre mis huesos y no me dejaba abrazar ese todo del ocaso sin quebrar mi temple ya menos sereno que la letra grande y decorada del cuento. Yo no sabía cantar a los reyes, ni despertar el bosque con mis ruegos, no me hablaban las aves amistosas, no se insinuaba ni bamby para ejercer de caballo, los asnos se alejaban de mis jirones grises y era tan gris que me hacía cenizas, y miré la hora y eran las diez. Y algo me dijo que la vida era para esperar hasta las 12 porque mi otra mitad estaría frente al junco seco que pereció olvidado porque aquella maldición que se cumpliría irremediablemente, cuando la doncella inventada cantase desde lo profundo de su alma, creyendo ser la protagonista de un cuento que nunca se escribió con pluma de oro, que nunca se hizo realidad más que en la aspereza de sus sueños desgastados por las lágrimas, hundidos en un manantial de pétalos cristalinos fríos y luminosos a la vez. Es el cuento más triste del mundo, es lo que tengo para ofrecer a los príncipes más mezquinos que sapos, besados en vano.
Y así… no vivió feliz para siempre.
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