Un triángulo en el abismo de lo obtuso.


Siempre estaba allí. Paciente. Solitaria. Inmutable. Su mirada serena, perdida. Sus ojos claros, transparentes.
La observaba largamente todos los días. Regocijaba sus sentidos en cada una de sus curvas geométricas.
No le importaba saber si su cuerpo era de una diosa engarzada con piedras preciosas o se parecía más a una cigüeña desgarbada.
Tampoco si su altura le llegaba al ombligo o sobrepasaba su cabeza.
Tanteaba sus años con la experiencia de un perro de caza sobre una presa seductora
Con ese caminar rápido.
Ese andar de movimientos sensuales, que permitían que su mandíbula se cayera y quedara babeando como un chico de pecho a esa hora del día.
Embelesado todas las mañanas, transportaba su imaginación y se encontraba cenando a la luz de las velas o volando de su mano a través de la ciudad.

Él nunca sospecho que tantas veces los dos miraban fascinados a una misma mujer.
Esto era un triángulo en el abismo de lo obtuso. Los tres vértices, escarpados y aleatorios no lograban unirse más que por las líneas rectas que marcaban la idiotez humana.
Lo real dejaba lugar a lo platónico.
No importa cuanto tiempo paso. Pero ella un día se esfumo.
Se disolvió en un acto heroico de sus fantasías
Y sin más pegó la vuelta.
Volvió al territorio fresco y seguro del regazo de su madre.

JAZMIN
Ana María Suárez