Un querido amigo me ha pasado un poema suyo y me ha pedido "que le metiera mano" pues según su dicho, a él se le había escapado la musa.

Pues de tanto meterle mano lo he hecho mío, muy poco hay del poema original, apenas lo suficiente para que la esencia no desaparezca, el poema trata de las situaciones que surgen en el interminable juego del amor traspoladas al juego de ajedrez.

Sabemos que en cualquier juego, la regla principal es que haya vencedores y vencidos.

Y sin embargo vale la pena seguir arriesgando una y otra vez ¿no lo creen así?


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Cupido es un indolente niño que nada sabe de amores
que no conoce el latido más que por el latido mismo.
Si ofreces nada más que decepción, te devuelvo
la flecha y la flama que el insensato lanzó sobre mi pecho

En el tablero de ajedrez nada es negociable cuando se pierde
por eso me marcho internándome en los arrabales jugando
al superviviente de tus brazos, buscando a las nodrizas de la noche
esmerándome por recuperar lo que perdiste de mí con tanto desdén.

Estoy de acuerdo con Neruda, ni un verso más para vos
ni para tu esfinge de madera, de reina blanca que dirige
desde la torre el destino de alfiles, peones y caballos
tengo la dolorosa certeza del vencido, del "sí te vas, me enroco".

No más canciones ni tampoco reproches sobre tu púlpito
en el viejo oficio de soñar, tal como en el juego de ajedrez
hay vencedores y vencidos. Cuando parece que sí, es que no.
Solo son especulaciones de una estrategia bien practicada.

Ya siento venir una vez más al adolescente alado sobre nosotros
le escucho tensar su arco, la flecha rasante atraviesa mi denuedo
mi razón se pierde en el horizonte que nace de tus ojos. Veo el cielo.
Te veo revestida de princesa y a mí, con el atavío triste del peón.