Y me hablaste de soledad, en aquella barra rodeada de bullicio y de huellas húmedas de copas para el olvido; me hablaste de llegar a una casa, tu casa, a una habitación y contemplar siempre el mismo vacío, de dormir la misma noche de siempre, con pies fríos, subiendo la manta para taparte la cabeza e intentar cálidos sueños; y acurrucarte en el sofá con una televisión huera e imaginarte tu historia de amor que hasta en tu mente ya tiene un triste final.
Y pasa el tiempo y te vas acostumbrando, y vas sabiendo que estás inmersa en una cuenta atrás en la que en un momento cruzarás la frontera de la soledad absoluta, llegará el instante en que tu mundo se cierre en torno a tu mismo miedo y vagues de bar en bar, de noche en noche, buscando el remanso de tu piel, tras una simple caricia que te haga olvidar que al poco tiempo volverás a ese mundo vacío, desamparada, en donde tu lánguida mirada va tras cualquier sustancia que sirva para evadirse, para rebosar de esa voluptuosidad que tiempo atrás podías sentir con su contacto.
Y me hablaste de soledad en aquel bar rodeados por una muchedumbre que deambula, y me contaste lo duro que es sentirla un día tras otro y cómo dejan de importar los medios para engañarla unos segundos. Me hablaste de cómo te querías rodear de ti misma, abrazarte con tu propia vida para así dar la espalda a esa cama vacía, a ese salón en el que nunca nadie te espera.
Y pasa el tiempo y todo va empeorando, te vas encerrando en tu torre de marfil, donde nadie nunca alcanza, y nos miras desde la altura sin casi implicarte hasta que un día, sin darnos cuenta, caes en el olvido igual que nosotros y quedas sola, sola con tu soledad, sola en un mundo de hadas encerradas en una cárcel de amor, esperando que tu príncipe encantado acuda presto a tu rescate sin tener en cuenta que los cuentos no se cumplen, sin pensar que nadie va acudir porque nadie te recuerda, porque estás sola, como siempre dijiste, sola, como siempre soñaste. |