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Primera parte

¿Cómo vine a caer acá? Lo cierto es que una tarde caminaba yo desaprensivamente por las calles de la ciudad, cuando, de pronto, una camioneta que se aproximaba veloz, se desvió sobre la acera y como yo era el único punto en esa mira circunstancial, fui arrasado por el bólido y después ya no supe más.

Al despertar, me vi sumido en un mundo que me pareció muy extraño. Allí todo se veía en dos dimensiones, ya que carecía de profundidad. A lo lejos, una lejanía relativa, por lo demás, se destacaba un inmenso muro azul. ¿Qué había pasado con los paisajes tan reconocidos por mí? ¿Adonde se fue la cordillera, con sus blancos lomos, asomándose en lontananza? ¿Estaba acaso en otro país?

Un señor de provecta edad y que resaltaba sobre el plano fondo como una delgada lámina, caminó balanceándose hacia mí y me dijo:
-Veo que nuestro bello durmiente se ha decidido a trabajar.
Como no entendí a que se refería, enarqué mis cejas y antes de formular mis dudas, el anciano ensayó unos pasos de tap y luego se derrumbó sobre una silla.
-Dígame señor, ¿en dónde estoy?
El viejo, que se hizo llamar Thimoty, me miró con un vago gesto de conmiseración y me dijo:
-No lo entenderías. Más vale no preguntar.
-Es que de eso se trata. Quiero saber qué sitio es éste.
El viejo se frotó sus ojos y sonriendo con tristeza, sólo atinó a decir:
-Creo, no estoy seguro de ello, que estamos atrapados en el purgatorio del cine.
-¿Queeeeeeeeeeeeeeeee? ¿Qué significa eso?
Lo que he dicho. He sacado mis conclusiones durante mi estadía acá y he podido inferir que estamos rodeados de cosas inexistentes, el fondo es un muro azul en el cual se proyectan, utilizando la técnica del croma key, diversos paisajes y escenas que se complementan con nuestra realidad.
-¡Eso es una locura! A lo más… una conspiración, un secuestro…
-Lo mismo pensé yo, pero nunca nadie ha aparecido para aclarar nada. Y han transcurrido ya, largos ciento cincuenta años de espera.
Otro “queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee” se escapó de mi boca y me desvanecí de inmediato.

Al abrir mis ojos, sentí que era invadido por el pánico. Si lo que el viejo decía, era cierto, entonces estábamos a la intemperie de todos los peligros imaginados e inimaginados. Pensé en Godzilla, en las catástrofes naturales y sobrenaturales, recordé a esos compulsivos criminales en serie que asesinaban, como quien abre un paquete de galletas. Pero algo me tranquilizó. El anciano del Tap me había dicho que había sobrevivido ciento cincuenta años y eso aseguraba una larga, sino feliz, existencia.


Segunda parte

Transcurrieron largos años, desde mi llegada a ese extraño lugar y sólo Thimoty, esa delgada lámina de viejo bailarín de tap, acompañaba mi anodina existencia. Él suponía que estábamos alojados en la mente de algún director de cine y que la noción de tiempo era, más bien, algo relativo. Acaso fuéramos sólo un proyecto, un bosquejo, un embrión que demoraba en gestarse.

Me di cuenta, casi de inmediato, que era una gran complicación pensar en dos dimensiones. Algo no cuadraba en mis razonamientos, casi siempre terminaban estrellándose en algún punto para dejar truncos todos mis amagos de lógica. Pero, al fin y al cabo, terminé acostumbrándome a tales inconvenientes y entendí que en el cine no existe lógica y sí, demasiadas sensaciones. Por lo que me dejé llevar como una voluta de humo desperdigándose en la atmósfera.

-Creo que estamos en la mente de Ingmar Bergman- dijo de pronto Thimoty.
-¿Qué? Eso es imposible.
-Es un pálpito. Creo que está tramando un argumento magistral.
-¿Está vivo Bergman?
-Da lo mismo. Es uno de aquellos que se denomina como inmortales.

Después fue Fellini. Más tarde Coppola, siempre surgían nuevos autores para nuestro enclaustramiento. Todos ellos eran dioses. Dioses imperfectos, por lo demás, que construían universos incompletos, cojos de dimensiones y colores. ¿Cuándo habría un atisbo de respuesta?




Tercera Parte y final


Mientras esta historia se delineaba, Ingmar Bergman se hizo presente en este escenario extraño en el cual los objetos se sustentaban más por milagro que por alguna ley universal. El viejo cineasta, mitad humano y mitad ectoplasma, pronunció un discurso ininteligible, abrió sus brazos de par en par y debajo de sus brazos emergieron palomas blancas de papel couché.

Thimoty abrió sus ojos con desmesura y disimulando su sorpresa, ensayó dos pasos de tap y cayó desplomado. Me aproximé para auxiliarlo, pero el viejo se me escapaba como lo haría una lámina de cartulina, expuesta a la voracidad de un tornado.


-Thimoty siempre sospechó que yo estaba en esto- dijo Bergman en su idioma, pero unos subtítulos amarillos que aparecieron como por arte de Birli Birloque bajo su busto, me permitieron entender sus palabras.

Le pregunté al gran director que pasaría con él y unas extrañas palabras escritas en un enrevesado idioma, fulguraron a su vez bajo mi pecho.

Supe, por esta extraña manera de comunicarnos, que Thimoty sería relevado del guión y su lugar sería ocupado por una bella bailarina. Bergman abrió una vez más sus brazos y dos luminarias enfocaron a una rubia de aspecto etéreo: era Liv Ullman, su diva más preciada. La mujer se movía con gracilidad y su sonrisa era apenas un esbozo incitante.

-Ella será tu compañera- leí que me decía Bergman. –Mi próximo film trata sobre las desventuras de un psicólogo. Un hombre que lo ha perdido todo y ve como sus teorías se hacen añicos.

-Me parece que esta será tu obra póstuma- dijo Liv y se aproximó al célebre director para sacudirle el polvo de sus solapas.

-Pensé en un actor nórdico para el papel, pero tu aspecto taciturno me convenció que estabas diseñado a la perfección para esta obra.

Me pareció que todo era demasiado descabellado. Esto estaba infectado de presencias oníricas, el mismo paisaje achatado, esas palomas que sobrevolaban el escenario y luego desaparecían cuando se metamorfoseaban en una delgada lámina, esa presencia extraordinaria del insigne personaje, del cual yo ignoraba si aún existía.

-En el mundo del cine todo es posible- leí que dijo Bergman, cual si hubiese adivinado mis pensamientos. Sentí que mi cuerpo se adelgazaba aún más, que mis piernas comenzaban a soldarse y a desaparecer para dar paso a una lámina blanca. ¡Me estaba transformando en una hoja de papel! ¡Eso significaba que correría la misma suerte de Thimoty! Como el peso de mi cuerpo se hizo cada vez más inexistente, me así de un par de palomas y las dirigí hacia una incierta salida. La inmensidad que avizoraban mis ojos, no era más que una sólida pared en la cual se estrellaba mi angustia.

-Al final, tampoco eres del gusto de Liv- dijo Bergman, o por lo menos lo leí, mientras mi cuerpo se estampaba en la pared azul.

-Probemos con el actor aquel-dijo ella con una voz celestial y abriendo sus ojos azulísimos, trató de buscarme en las alturas. El espanto se apoderó de mí y comencé a caer y a caer y caer y…

Cuando abrí mis ojos, me rodeaba mucha gente extraña.
-¿Está usted bien, señor?- escuché que preguntaba alguien.
Entonces intenté erguirme, pero un señor que vestía de blanco, posiblemente un doctor, me pidió que no intentara ningún movimiento brusco.
Entonces recordé el accidente. La camioneta se encontraba a pocos pasos y el chofer yacía inconsciente sobre el volante.

-Usted se salvó de milagro señor. Nadie sobrevive a un accidente de esta envergadura.

Un policía se aproximó y trató de identificarme. Al inclinarse para buscar entre mis ropas la cédula de identidad, pude leer los datos del accidentado. Supe que era un viejo bailarín que había bebido más de la cuenta. Me estremecí al leer su nombre: Thimoty Bronson. ¿Era una simple casualidad? ¿Acaso, en mi delirio escuché pronunciar aquel nombre y lo incorporé a mi extraña pesadilla? Esa era una explicación lógica.

Pero cuando, sacaron al conductor de su camioneta, pude ver sus facciones y reconocí las del viejo bailarín de tap. Lo que me terminó por dejar perplejo, fue el guiño cómplice que me hizo al pasar cerca de mí.

Cuando el hombre de blanco ordenó que me levantaran con mucho cuidado, pude leer la placa que llevaba en su pecho: I. Bergman. Fue demasiado. Regresé de inmediato al mundo de las sombras…


Nota del autor: Este cuento comenzó a escribirse cuando Bergman estaba vivo. Extrañamente, en algún momento, el personaje del relato duda si el célebre cineasta vive aún. A los pocos días Bergman fallece y gracias a esta coincidencia, lo finalice como un modesto homenaje para este gran director…












Texto agregado el 30-08-2007, y leído por 565 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
26-09-2007 Es genial este relato Gui!!! un hermosísimo texto que espero hayas publicado en algún lugar más sólido que internet, merece estar en un libro y te lo digo con mucha seriedad. Un beso y todas mis estrellas. Magda gmmagdalena
31-08-2007 ¡Qué relato más lindo! Muy bien lograda la bidimensionalidad, la fuidez del relato permite sentirla. Eso de "no era más que una sólida pared en la cual se estrellaba mi angustia"... produce angustia. Qué bien, felicitaciones a su autor y todas las estrellas para él. Y gracias por el homenaje a Ingmar Bergman, mi director favorito. Anua
 
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