15 de julio de 1993, el niño de la maleta verde no miró, definitivamente no miró para cruzar la calle. Yo sí miré y reaccioné a tiempo. Aún lo recuerdo con cierta nitidez. Las manos sobre el volante, marcando las diez, giro a la derecha luego de ver al pequeño, el carro gira dos veces y lo siguiente es escuchar los ruidos como si vinieran de una botella y me llegaran en cámara lenta. Pierdo la conciencia.
Son Son 14 ya los años vividos dentro de este mundo. A veces siento que Dios me tiene en sus manos, y las junta como un niño travieso para que nadie pueda escucharme. Lucrecia, la jefe de las enfermeras es bondadosa aunque sufre como no podré dejar escrito. Tiene una vida normal, con casa e hipoteca, con hijo y marihuana, con esposo y con puños. Lucrecia es bondadosa, por eso ama y perdona. Lucrecia es una imbécil incapaz de decir basta. Me recuerda después de todo a Dominga, quien fuera la señora sin sangre que me recibió el día del accidente, porque las dos llevan en los ojos una pena capaz de saltarle a uno como araña si se le sostiene por mucho tiempo la mirada.
Está Gerardo, con sus dos semestres de administración, que cada vez que entra a trapear mi cuarto me los recuerda y de paso va lanzando soluciones para subir los sueldos, ampliar la clínica, comprar equipos y hasta traer una maquinita que haga sola el aseo sin necesidad de humillar a ningún cristiano. Pobre infeliz, tanto desocupado en la calle buscando formas de emplearse y este saco de lamentos llorando desde que recibe el turno. También él me recuerda a alguien, pero no vale la pena mencionale.
A decir verdad, son muchos los que han pasado por aquí, los que han tenido que lavar mis pelotas inhertes, los que han hecho y deshecho el amor en este cuarto porque no tienen dónde más y porque piensan que soy un mueble, o menos que eso porque de serlo podrían poner sobre mi un florero. Están los guardianes con sus perros y sus cigarrilos sin filtros, las de la cocina que salen a toda prisa, con sus bolsos llenos y la mirada en la última puerta como si se acercaran a la luz de la que yo tanto me alejo. Están y son tantos, que para qué nombrarlos, sólo quiero tratar de entender a esta que me está dando golpes en la cara para que despierte.
15 de julio de 1993, el niño de la maleta verde no miró, definitivamente no miró para cruzar la calle. Yo sí miré, pero no reaccioné a tiempo. A mi me están alumbrando los ojos con una linterna. Los ruidos siguen sonando como si vinieran de una botella, y la maleta con todo y niño están debajó de mi carro que dio dos vueltas. |