Las Domociudades.
Mi nombre es Dyada, nací en el año 4981 y vivo en una Domo – ciudad. Las domo – ciudades están formadas por dos edificios subterráneos que comparten grandes paneles solares. Los paneles se encuentran a ras de tierra y miden cerca de un kilómetro de largo por 50 metros de ancho. Como están en la superficie deben ser protegidos con mallas electrificadas, por seguridad para nosotros y los animales sobre la tierra. A estos paneles están conectados unos conductos que se encargan de proveer luz y energía a los subedificios. Ocho metros más abajo, se encuentran unas bóvedas donde los ambientalistas resguardan las pocas plantas salvadas y adaptadas a recibir luz solar en pequeñas cantidades y a través de bombillas especiales. Mucho más abajo se encuentran los tubos de agua; creados por los ambientalistas al conocer el problema del calentamiento global. Estos cauces de agua deben estar en constante movimiento pues es así como se limpian. Funcionan como el sistema circulatorio humano. El corazón de este sistema se encuentra bajo uno de los edificios de la domo ciudad.
Quienes vivimos en estas ciudades nos especializamos en trabajos para la comunidad, trabajos pasados de familia en familia. En cada domo existen obreros de agua, mantenimiento, los de paneles solares y de electricidad pues son los necesarios para la supervivencia. Sin embargo, cada domo se especializa en algún tipo de producción o servicio y para ello existen los obreros textiles, los piscicultores, los lombricultores, los criadores de pollos, los médicos y los maestros. Existe también un grupo líder en cada ciudad y esos son los ambientalistas. Dependiendo de su especialidad, se convierten en líderes religiosos o políticos. Nuestra alimentación es poca y bastante esterilizada. Los pocos animales que se han adaptado, como nosotros, a vivir bajo tierra son sacrificados para hacer de ellos derivados con los que nos alimentamos todos y para ser presas de experimentos genéticos en busca de la forma de hacer que se reproduzcan a la manera antigua, ya que los primeros tuvieron una generación donde más del 80% eran animales estériles.
Mis padres fueron obreros textiles como yo. Nunca pudimos vivir en los pisos del subsuelo donde el clima es más fresco y está mucho más cerca a las bóvedas. El lugar donde se conservan algunas de las plantas del pasado. Es el único lugar donde puedes ver un poco de tierra negra, ya que todo dentro del domo se maneja con la mayor asepsia, pues nos acechan bastante las ratas y las cucarachas. Del resto de animales no conozco ni el nombre. Se han convertido casi en leyendas pues muy pocos de nosotros sabemos cómo son ahora.
Mi trabajo como obrera textil consiste en elaborar telas a partir de la piel de los perros, ya que son los únicos animales vertebrados que sobrepasaron el nivel de población por encima del 300%. Ahora ocupan casi la mitad del terreno aún habitable sobre la tierra. La explosión demográfica de estos animales se produjo hacia el año 3000 y fue incontenible. Son mucho más resistentes a los rayos ultravioleta que emanan del sol, son capaces de almacenar agua en sus cuerpos y son invulnerables a muchos más virus y parásitos que nosotros los humanos. Durante el año 3097, según me contaron mis padres, los perros empezaron a morir de hambre, lo cual los llevó a desarrollar mucho más su instinto de supervivencia y por ello, suponen todos, se convirtieron en caníbales. Viven en clanes y se alimentan en el día. Han acabado con los demás vertebrados y algunos insectos.
Dyada.
El horizonte tiene un tono rojizo ácido, pero sobre los domos, el cielo está casi negro. Una suave y fría brisa se sintió en la habitación. Dyada se levanta e imagina cómo el sol resplandece tras la llanura escondiéndose lentamente. Se alegra y una sonrisa aparece en su rostro durante un instante. Luego se endurece y convierte en una mueca. Pone los pies en el suelo y baja de la cama. El piso aún se siente caliente así que enciende el aire acondicionado. Abre el armario y saca un uniforme. Ya son las cinco y cuarto y aún no se ha lavado ni se ha puesto la trusa protectora. Perezosamente se dirige a la pequeña bóveda cerca al cabezal de su cama, cierra las puertas sanitarias tras de mí, corre la cortina preservadora, se pone el gorro de baño y gira la llave. ¡Cuánto extrañaba aunque fuera una gota de agua sobre su cuerpo! El polvo aséptico toca su piel y siente como, poro a poro, su piel se va erosionando y se hace infértil, tal como lo es ella misma. Después de los cinco minutos obligatorios, cierra la llave, se quita el gorro y aplica algo de gel en su cabello. Finalmente cubre su cuerpo con la trusa. Remoja sus labios en la ración de agua de la noche anterior y desayuna las dos pastillas de Herbati. Recoge el visor protector, el chaleco y unos pantalones, se los pone rápidamente sobre la trusa y calza las zapatillas. Mira el reloj: faltan cinco para las seis. Al fin oscurece. La ciudad ha despertado.
Ella sale de la habitación, sigue por el pasillo, toma el elevador y sube al primer piso de la subtorre. Ya arriba empieza a sentir cómo el calor se le cuela por entre los pliegues de la piel y el sudor transpira la trusa y la hace pegajosa. Llega al pabellón número tres, su lugar de trabajo y se une a su grupo de compañeros Gata, Cubo y Oso. Los saluda a todos y juntos se dirigen a los cuartos de refrigeración. Sacan la materia prima, de la noche anterior, para terminar de despellejarla y cortar lo faltante. Dyada observa con atención sus manos, el trabajo de sus compañeros, el cuerpo muerto frente a sí misma. Siente asco y reprime unas arcadas pero no puede dejar de verlo. El ojo derecho le cuelga de la cuenca vacía gracias a una pequeña tira de músculo rojiza y sangrienta. Parece aún vivo y la mira directamente a su ojo izquierdo. El resto de su cabeza ha sido despellejado y pronto su cráneo será solamente polvo de hueso y seguramente adornara la sala de algún ambientalista.
Al terminar con los dos últimos animales, limpian el cuarto para el siguiente turno: los animales muertos que traerán más tarde. Oso sube al domo y enciende el acondicionador de temperatura y las pantallas contra rayos ultra violeta. Empiezan a llenar los dispositivos de envenenamiento. Al llegar a la carga límite de los dispositivos, los colocan junto a la puerta de salida y prosiguen a colocar sobre sus uniformes las mantas oscuras con las cuales se hacen invisibles en la oscuridad, pues reflejaban en unos micro cristales la poca luz de la noche. Después encienden las corrientes de aire con polvo esterilizado para camuflar su olor corporal. Deben estar dentro del domo por lo menos una hora, antes de salir a buscar las cuevas y los hoyos donde se esconden y viven los perros.
Alrededor de las ocho ya están todos bajo el domo. La luz de la luna les permite ver, a través de los vidrios opacos y de manera borrosa, algunos perros que aún merodean por allí. A las nueve ya están listos para salir pero aún deben ser muy cuidadosos si no quieren terminar como presas de los perros. Gata se acerca a la puerta de salida para cerciorarse del camino. Oso, Cubo y Dyada la siguen. Afuera sólo se alcanzan a ver, a lo lejos, algunas montañas. El paisaje cercano es solamente una extensa llanura desértica, en donde cada 12 kilómetros se distingue un domo. |