¿Abriría los ojos o se hundiría de nuevo en su almohada para dormir? ¿Encendería la tele o la mantendría apagada? ¿Sería bueno tener la tele prendida? ¿Le vendrían a la cabeza pensamientos maravillosos, o por el contrario, el ruido de la tele limitaría sus capacidades intelectuales? ¿Tendría el valor de tomar la pluma y escribir lo que le venía a la mente o sería un cobarde y reprimiría sus deseos? ¿Al escribir usaría sus propias palabras o las tomaría prestadas? ¿Por qué le parecía siempre que todas y cada una de las palabras que escribía eran prestadas? ¿Sería que en realidad ni una sola de ellas eran suyas? ¿Cómo saberlo? ¿Cuándo fue la primera vez que las usó? ¿Cuándo la primera vez que dijo una grosería? ¿Era posible recordar eso? ¿Por qué pensaba esas tonterías? ¿Por qué no pensaba en algo importante? ¿Dónde estaban sus amigos ahora? ¿Qué estaban haciendo? ¿Se acordarían de él ahora que estaba solo? ¿Por qué el teléfono no sonaba? ¿Por qué estaba tan quieto y silencioso? ¿La línea estaba muerta? ¿Podría ser que él mismo estuviera muerto y aún no lo hubiera notado? ¿Sería ésa la razón por la que ya nadie se acordaba de él? ¿Existía? ¿Qué hacía ahí solo, sentado sobre su cama con la vista fija en el vacío? ¿Por qué no estaba ya en el cielo o en el infierno, o tan siquiera en el purgatorio? ¿Sería que tampoco en esos lugares había un rincón para él? ¿Sería él el hombre más desdichado del planeta? ¿En verdad creía eso? ¿Lo creía?
Podía dudar de todo. Podía dar las respuestas que más le convenían o podía dejarlas sin responder, al fin y al cabo, eran sus preguntas. Aunque, desde luego, le hubiera gustado que alguien más las respondiera. Le hubiera gustado ahorrarse el esfuerzo de pensar y encontrar sobre una hoja colocada discretamente en su recamara, las respuestas a todas las preguntas que se había hecho, no sólo ahora, sino siempre.
¿Seguiría sentado toda la madrugada? ¿Dejaría que el control remoto de la televisión se le resbalara de la mano, cayera sobre el piso y lo despertara? ¿Preferiría apagar la televisión, dejar de escribir, dejar de pensar tantas estupideces o buscaría la fama y el reconocimiento al escribir la prosa más hermosa que jamás se hubiera conocido? ¿Cuántas horas, minutos o segundos le tomaría llegar a una decisión? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que escribiera la siguiente línea? ¿Cuándo la línea final? ¿Cuándo la idea genial? ¿Qué pasaría si un minuto antes de la idea se quedara dormido y no pudiera despertar para escribirla? ¿La recordaría en la mañana o se le borraría por completo como si hubiera llegado en un sueño lejano? ¿Sería posible que la genialidad le hubiera llegado ya, en una madrugada de tantas en la que él dormía?
¿Había sonado el teléfono o lo había confundido con un ruido de la tele? ¿Quién podía llamar a esta hora? ¿Sería cierto que las llamadas en la madrugada siempre anunciaban alguna tragedia? ¿Dónde lo había leído, pensado o dicho? ¿Sería éste el caso? ¿Por qué no contestaba? ¿Por qué el teléfono no dejaba de sonar? ¿Qué no se daba cuenta, quien quiera que fuera quien estuviese llamando, que el teléfono no sería contestado? ¿Por qué la gente hacía eso? ¿Por qué no desistían después del quinto o sexto intento? ¿Cómo era posible que después de veinte timbrazos, quien quiera que fuera quien estuviese llamando, no se diera por vencido? ¿Acaso sería realmente una emergencia? ¿Podía ser tan grave? ¿Una muerte, un incendio, un secuestro? ¿Valdría la pena contestar la llamada y quizá romper ese estado de quietud y tranquilidad del que ahora gozaba? ¿Vendrían minutos de preocupación y angustia después de haber contestado la llamada o serían de alegría, al saber que alguien le hablaba tan sólo para preguntarle cómo estaba y decirle que lo extrañaba mucho? ¿Qué debía hacer?
-¿Bueno? ¿Bueno? ¿Bueno…?
Un suspiro. Un suspiro le había contestado, después, había desaparecido, dando lugar a un monótono y continuo: “pi-pi-pi…”. Quien quiera que fuera quien estuviese llamando, probablemente sólo quería escuchar una voz. Ésa era la verdadera emergencia: escuchar una voz. Una emergencia tan válida y grave como cualquier otra. Una emergencia, al fin y al cabo.
¿Quién pudo haber sido? ¿Alguien que se acordó de él? ¿Alguien que quería escucharlo? ¿Alguien que lo extrañaba? ¿Alguien que se había equivocado de número? ¿Alguien que se había enamorado de una voz extraña? ¿Alguien? ¿Podría dormir ahora, cuando su cabeza estaba llena de dudas? ¿Podría apagar la televisión, la luz, dejar en la mesa su hoja y su pluma, y por fin conciliar el sueño? ¿Se voltearía en su cama, de un lado a otro, hasta que sus hombros se cansaran de estar tanto tiempo despiertos? ¿Por qué no hacía el intento? ¿Por qué últimamente le costaba tanto trabajo dormir? ¿Era posible cerrar los ojos, no pensar en nada y dormir inmediatamente? ¿Sería posible morir así? ¿Lo había hecho alguien antes?
Tenía que dormir. La mañana llegaría en cualquier momento y lo sorprendería despierto. Si no dormía bien, todo el día andaría con sueño. Pero no sería el único, eso lo sabía. “Quien quiera que fuera quien estuviese llamando” también estaba despierto a esa hora. “Quien quiera que fuera quien estuviese llamando” tenía insomnio, igual que él.
El resto de aquella noche, Diego se la pasó imaginando un rostro para esa persona que estaba del otro lado del teléfono. Se acordó de muchos momentos pasados; de cosas que sólo existían ahora en su cabeza. Revisó en su memoria a las personas que hubieran tenido alguna razón para llamarle, suspirar y después colgar. Encontró varios nombres, unos con más posibilidades que otros; unos con más razones y motivos que otros. Pero nunca supo con exactitud quién había sido. Quizá era la persona menos esperada. ¿Por qué seguía despierto? ¿No debería estar dormido ya?
Pensando en esto, Diego finalmente se quedó dormido. No apagó la televisión ni la luz. El control remoto se resbaló de su mano, cayó de la cama, pero no lo despertó. Dormía profundamente.
Mientras tanto, “Quien quiera que fuera quien estuviese llamando” seguía despierta. Y a pesar de que él ya no la escuchaba, ni le hablaba, pues dormía profundamente, “Quien quiera que fuera quien estuviese llamado” seguía pensando en él, y en silencio, lo extrañaba.
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