Fue entrar en el 1900 y experimentar una aceleración vertiginosa de las agujas del tiempo. En un momento y sin que cayéramos en la cuenta, los hombres nos sumergimos en una carrera frenética de avances, cambios, progreso y renovación que afectaron (y continúan haciéndolo) el campo de la ciencia, la técnica, pero lo que es más importante a nuestro juicio, las costumbres y valores de centurias.
Para bien o para mal, seguimos siendo humanos... aunque cueste reconocernos como tales en ocasiones. Pero vale la pregunta, ¿qué une al adolescente de mediados del siglo XIX, con el actual del 2007, sumergido en la computadora de un ciber a las cuatro de la mañana en el centro de la ciudad de Córdoba y con un celular en la cintura? Es difícil creer que la esencia continúa intacta y que son sólo las capas exteriores, las que nos confunden. Para empezar, el adolescente como tal no existía: se pasaba de la niñez a la adultez de una sola patada. Hoy en cambio, adolescemos por décadas.
Con la figura de la madre, pasa otro tanto. La mayoría de las mujeres que en la actualidad desempeñan ese rol, reparten las horas de sus días entre el papel de madres y algún otro trabajo que contribuya a arrimar algún rublo al hogar. Evidentemente, la celeridad de los tiempos también ha moldeado a su gusto, a la madre de hoy y con ello, tienden a disminuir las comidas caseras que insumen horas de preparación, quedan en el recuerdo los gritos a media tarde, llamando a los chicos a tomar la leche, de manera inversamente proporcional al aumento del sentimiento de culpa experimentado por las madres, en función del escaso tiempo compartido con sus hijos.
Aún a costa de polemizar, suponemos desde aquí, que gran parte de la culpa de que esto sea así y no de otra manera, la tienen entre otros, la Revolución Industrial y la victoria ¿? del movimiento feminista, movimiento que situó a la mujer en un sitial al que no quería realmente arribar. ¿Cuántas –sin contar a mi propia mujer- darían lo que fuera por no trabajar como lo hacen, en lugar de permanecer en sus casas dedicadas al cuidado exclusivo de sus hijos? Si abriéramos las inscripciones para ello, no alcanzaría el papel disponible en el mundo...
El modelo de familia de la década del ´50 luce magullado y en harapos. Hoy no es posible identificar un solo modelo familiar: madres solteras, núcleos con uno o dos hijos como mucho, padres divorciados o separados, uniones sin papeles, parejas de homosexuales con deseos –por ahora, queda en esa instancia- de adoptar, constituyen el mosaico de posibilidades de lo que alguna vez fue un padre, una madre y seis o siete hijos, con una sola entrada de dinero, a cargo del hombre de la casa y la educación y cuidado de los vástagos en manos de la mujer.
A pesar de todo, por más huracanados que soplen los vientos, la mujer continúa siendo el eje de la idea de familia... y a través de ella, de la esperanza en el futuro de la Humanidad.
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