Tengo cuarenta años, y una confesión para hacer en éste asunto que me corroe por dentro y quema mis entrañas: la única solución posible es eliminarla. Vivo con ella desde que nací, y ha estado junto a mí todos los días de esta existencia insoportable. ¿Cómo es que sigo aquí adentro? Yo también me lo pregunto. Pasan los años y todo sigue igual. La odio. La amo y la odio. Bueno, tampoco la odio, pero no queda otra alternativa… Nunca tuve la fuerza para hacerlo, ya que cada uno de mis intentos fueron brutalmente reprimidos por su hábil telaraña, que te atrapa, envuelve e inmoviliza hasta que agotado, te rindes. Necesito que me crean y sepan que estas notas no son las de un lunático obsesionado con eliminar a su madre. Esta confesión está hecha por alguien que repasó todos los episodios de su vida, solo para comprobar que su personalidad es la suma de los temores y debilidades de esa vieja que, inconscientemente, fue inyectándome pequeñas dosis de basura. Quien redacta este panfleto, escrito con cruda sinceridad con un método casi científico, muy pronto comenzará algo que parecerá una tragedia, pero solo ustedes sabrán la verdad, marcada por la esperanza y la ilusión.