Un olor insoportable lo acompañaba a donde fuera. Culpó del mismo a sus padres, amigos, novia, suegra, pero nadie acusaba recibo. “¿Será posible que todos en esta maldita ciudad huelan a puerco?” solía pensar. Ansioso y excitado subió a su auto y prendió la radio, ya que en pocos minutos hablaría Raskov, el nuevo líder de Morania. Arrancó y tomó por la autopista nueve, que atravesaba la zona de los Innombrables, para dirigirse a la Sede Azul, donde tendría lugar una de las reuniones mas importantes de los últimos tiempos. El recuerdo de Los Innombrables lo irritó –de ellos se trataría ese día–, por lo que apretó el acelerador con renovada furia y se concentró en el hermoso rugido del motor. Permaneció rabioso unos minutos, hasta que el anunciador de turno presentó a Raskov, entre vítores y aplausos, quien daría las últimas indicaciones para llevar a cabo el Plan Final. Pocos autos circulaban esa tarde clara por la autopista, y pudo ver a lo lejos un extraño movimiento que no supo descifrar, justo en el momento en que su líder pronunciaba las palabras que cambiarían para siempre su expresión: “Lo estamos logrando. El obstáculo de hoy son los Azules”. Se vio obligado a frenar el auto al costado del camino cuando una multitud encolerizada apareció delante suyo cortando la ruta; una gota de sudor descendió por su nariz y permaneció suspendida unos instantes.
Permaneció inmóvil y dubitativo, con la mirada perdida en los árboles que tenía a su lado, bajo cuyas sombras se resguardaban los Innombrables. Descendió del auto y tuvo que taparse los ojos, cegado por la luz del sol. Casi sin ver, atinó a cerrar la puerta y, espantado, comenzó a correr adentrándose en el bosque, guiado únicamente por el suave perfume de sus árboles.