La Cucarachita Martínez estaba de nuevo de vuelta, ella se había deslizado por la última página de aquél su primer cuento y antes de salir hacia los espacios que conformaban la sexta dimensión había sujetado fuertemente al Ratón Pérez. Lo había logrado asir justo antes de que él se lanzase por azar en aquella olla de agua hirviente, quizá era una sopa o tal vez el almuerzo de comensales incautos como el ratón; por ingenuo y menos por hambre iba a ser masacrado por las llamas de una sopa de verduras. Sin embargo la heroína de este cuento pudo con ganas tomar las manos temblorosas de su inefable novio muy cerca del sofrito de su cuerpecito gris, y ufff, ambos ahora estaban en la sexta dimensión (SD). La condición que le había puesto Drakulín el amigo de la cucarachita era que su novio no podía hablar en la nueva dimensión, ella tenía que enseñarle. Drakulín también le dijo que no podían hacer el amor hasta tanto la cucarachita enseñara a Mr. Pérez a usar un plastiquitico en su pipi de ratón, arguyó por tal motivo que en la SD aún no conocían los genes combinados de cucaracha con ratón, que los estaban estudiando en el Campus Mendeliano, en todo caso sí podían vivir, hacer sopas y comprar lo que quisiesen.
En la SD no existía el dinero, sólo habría que pensar que cosas comprar y zuuuassssss, enseguida los seres estaban frente al mostrador adquiriendo cualquier apetencia consumista, en cada local, arriba en la pared había una lista completa de novedades.
Esa tarde muy agarrados de la mano Cucarachita Martínez y Ratón Pérez andaban por el Centro Comercial, les pareció extraño el neón, cientos y tal vez miles de luces de bellos colores cubrían las tiendas del lugar, cada una era una sorpresa para ellos, la cucarachita, ahora como en el pasado no sabía qué hacer con su real y medio, eran tantas cosas que tener. Siguieron caminando y bordeando el lugar de 84 pisos hacia abajo, en la SD no existía el cielo o el techo, el MAXINUCLEO era el misterio y el centro de la vida. Estaba situado a 10.000 años luz del lugar donde ellos estaban ahora, era algo así como el penthouse de la eternidad, sólo Drakulín cuando pequeño había intentado llegar. Aunque estuvo muy cerca de hacerlo una implosión descomunal lo rebotó de nuevo a su punto de partida y en ese momento descubrió como miles de drakulines iguales a él estaban en la sexta dimensión. Sin embargo mientras caminaban efusivos la pareja insectoroedora entró en una heladería fastuosa. Miles de sabores llenaban la carta y ella decidió probar el MILSABORES, le dió de probar al compañero roedor y sorpresivamente vió como éste empezó a desaparecer, ansiosa desplazó sus ojitos muy inquietos lo cual le pareció barbaridad. Apretó como pudo la barquilla de galleta y caramelo y de un sorbo probó atónita esa leche fría y taciturna. Entonces fue sintiendo cómo cada pedazo de su cuerpo flotaba en espacios siderales, un halo de luz atrapó su cucaracheidad, luego más tarde, ella no sabe qué tiempo pasó, sólo que empezó a ver algo tenue, suave, sus antenas se fueron moviendo y observó una gran selva a su alrededor, todo era verdor. Luego de un silencio silvestre, después de que cientos de olores de tierra, de campo y de flores entonaron su olfato maestro, en aquél rincón, debajo de grandes árboles apareció el Ratón Pérez, estaba lleno de lodo. El corazón de Cucarachita Martínez empezó a latir como tambor de salsa brava, más allá el roedor movía sus bigotes traviesos. Esa noche el bosque enmudeció y ambos vieron estrellas sigilosas, la brisa helada de la noche los durmió.