A mi gran amigo Luis, que hace unos cuantos años que marchó por siempre.
Mi cara redonda mira sobre el hombro desnudo,
se inclina sonriendo, y blanca, muy blanca la mirada
se desvanece en tu cuerpo.
Se mete rasgando la piel,
hasta la inmensidad de tu interior
que se la traga siendo la ausencia de carne
-mi carne que ajada espera en otro lugar
y la tuya que nunca la vi, solo la sentí junto a la mía-
la única prueba de nuestra condición etérea,
la única razón para hacer dudar a los sentidos
que no a mis sentimientos que hablan a tu querer.
El querer que nace de tu alma se enreda en mis manos,
pasa por mi corazón,
se cose a él con hilos de pétalos de rosas
y fluye a todas las partes de mi ser
-igual que un río que riega las tierras sedientas
y hace brotar las más bellas flores de primavera-.
Me acerco a ti por detrás mientras tú,
sentado, miras el azul inmenso del cielo.
Te susurro al oído unas palabras
y te abrazo hasta apenas dejarte respirar.
Un beso tras otro devuelven la condición humana
a nuestros cuerpos asfixiados por la ternura,
cargados de encantos que se descubren por si solos,
ensimismados por las caricias.
Calla mi niño, no hables, no rompas la magia
-que igual que una gran capa en el invierno-
nos tapa y nos abriga,
esa magia encerrada en tus labios y en los míos
que se descubre al hacerlos sonreír
con ese trazo que dibujamos cada mañana
-tú a mí con tus manos y yo a ti con las mías-.
Calla mi niño que mañana volverás a sonreír.
Calla mi cielo que mañana yo estaré junto a ti
y no habrá nadie ni nada que borre esa sonrisa de tus labios,
que marcada a fuego la dejé después de que tú me la dejaras a mí,
y ni nada ni nadie hará que me aleje de ti, ni mañana, ni pasado, ni..........
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