¿Qué son los ideales? ¿Qué función cumplen en la vida de una persona? El tenerlos, ¿constituye un hecho positivo o un lastre? Evidentemente, las respuestas a estas tres preguntas van a estar teñidas por la óptica del interlocutor.
Nuestros ojos se han acostumbrado a un relativismo que se extiende sobre todas las cosas y personas que nos rodean, anestesiando nuestra conciencia, adormeciendo nuestros cuerpos, quitándoles toda posibilidad de reacción. Ojo que hay tan sólo un paso entre el indiferente frente a un hecho de corrupción y un corrupto en acción.
Ya no me seduce la globalización, ese fenómeno que nos ha llevado a imitar a una sociedad que como la estadounidense, “clasifica” a sus miembros en dos grupos: ganadores y perdedores. Los ideales no tallan en la cuestión.
Analizando la Historia con los ojos de un “hombre modelo 2002”, Jesucristo fue un perdedor con todas las letras. Nació pobre, vivió pobre y murió pobre. Lo más cerca que estuvo del poder, fue cuando Poncio Pilatos, lavándose las manos, le bajó el pulgar. En un país con más del 90 % de católicos, citar a Jesús no provoca las controversias que el próximo personaje de seguro suscitará.
Se cumplió este mes, el trigésimo aniversario de la muerte de un argentino, un ser polémico, odiado y amado por multitudes enteras. De Ernesto Che Guevara se han escuchado las barrabasadas más grandes y las alabanzas más zalameras. Sin embargo, admiradores y enemigos coinciden en un punto: estamos hablando de un idealista. Un hombre que equivocado o no, amoldó sus días a ideales inquebrantables que lo llevaron a la tumba. Está bien, ¿pero ganó o perdió? Desde el momento mismo en que vivió y murió en su ley, podemos decir que ganó. Como dato curioso quedará el hecho de que a pesar de haber muerto en la clandestinidad, hoy su rostro se pasea en las remeras de miles de jóvenes que poco y nada conocen de él.
Golpeados y en muchos casos, quebrados por una realidad inmisericorde, los argentinos necesitamos recuperar nuestros ideales. ¿Otra vez esa palabrita? Sí, sueños que nos tornen fuertes frente a las adversidades, alas para atravesar las tormentas que nos quieren abatir, fuerza interior para construir la Argentina que imaginamos a pesar de tanta inmundicia que apesta. El hombre con ideales, corre con ventaja porque tiene clara su meta.
Desde mis treinta y pico de años de vida, no me entristece darme cuenta de que seguramente nunca llegaré a ver al país que sueño. En cambio, moriría de abatimiento y decepción si tuviera la certeza de que mi hijo -que mientras escribo, juega con sus autitos-, tampoco podrá verlo.
Ejemplos de solidaridad y decencia frente a la podredumbre los podemos encontrar prácticamente en cada esquina. Contra los pronósticos, el tronco del árbol todavía no está podrido, puede recuperarse en la medida en que deje caer a las ramas secas y genere brotes fuertes, inmunes a la enfermedad que infectó a muchos. Si la Argentina tiene alguna posibilidad de salvarse, no lo será merced al criterio de un gobernante veleta o a los consejos de un miembro del FMI, sino confiando en sus propias fuerzas. Las mismas fuerzas que nos llevarán a la concreción de nuestros IDEALES como Nación.
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