Dos áridos surcos marcan el semblante apagado que se derrumba dentro de su especie; delante, un silencio desgarra la tibieza que se expande en tediosos soplos de nostalgias, donde las sombras resguardan otras almas. No hay resquicio, el mundo ha edificado continentes de monstruosas carnes y músculos mostrando esos vanos deterioros. Desde la frente, un valle de miradas invade ese triste suelo nasal, espejo ante los ojos que azorados miran. Su rostro se ha perdido de pudor bajo pretéritos pecados que anudan la complicidad, mientras una lánguida plegaria arruga esas planicies desgastadas para culminar entre los labios. No hubo tiempo de amar, el otoño plasmó su senectud como un rictus inmutable de miedos y de tumbas, bajo el marco de esa cabellera tiesa. Así, dos cristales fétidos aún alumbran aquella indeleble realidad hecha suspiro, sin predecir la exactitud de lo que antes criticaba...

Ana Cecilia. ©