Y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca haz de volver a pisar…caminante, no hay camino, solo estelas en la mar… Los maravillosos versos de Machado hecho canción por el genial catalán Joan Manuel Serrat sonaban como música de fondo, inspirando poesía y matizando sentimientos en el corazón y mente de Faustino Mejía. Pensaba en Magnolia, la mozuela inquieta que había conocido el fin de semana en un arrabal pueblerino. Parecía que la vida de estas dos almas se unirían a fuerza de destino, Él: sentimental y poeta, lleno de conocimientos trajinados de tanto mundo, con la alforja llena de recuerdos y esperanzas de mañanas que nunca llegan; Ella, con la alegría a flor de labios, con la aventura de una desnudez mañanera, encandilada con el verso de Faustino y la alegría de sentirse admirada y halagada por la personalidad y madurez del hombre, al que había conocido casi sin proponérselo. Eran dos almas tan disímiles, lejanas tanto en tiempo como en experiencias, pero sin duda en los juegos naturales del amor y de la vida, el hombre aún no ha propuesto nada, solo se dan, porque debe así darse la vida.
¿Por dónde andabas que no te he visto ni en pelea de perros?, dijo ella profiriendo una risotada, sonrojando a sus dos amigas que la acompañaban en ese momento.
Faustino alzó la vista, la contempló largamente, trató de introducir su alma en la de aquella alegre y vivaz criatura, parecía una romaní salida de algún lugar de la Pamplona española, los ojos caramelo contrastaban con en azabache pelo, haciendo que el paisaje dibujado en naturaleza pura y el suave viento que soplaba sobre su cuerpo, dibujara una figura humana de esplendida belleza.
¡Bueno niña mía estaba caminando¡ buscando en el tiempo recuerdos que me trajeran rostros similares al tuyo…
Era difícil no sentir el agrado, era difícil no sentir la algarabía que siente un otoñal cuerpo frente a la vivacidad y ternura de un cuerpo recién salido de la adolescencia; y Faustino sabía que sus posibilidades de vida eran las mismas que se le da a un pájaro errante… las mismas que se tiene cuando se sabe que el fin se acerca, pero que aún no se acepta porque la vida se va tornando en un constante viaje a lo desconocido, porque la vida te va entregando sorpresas que hubieses querido que lleguen en otro tiempo, pero que llegan ahora cuando uno no quiere irse, pero tiene que hacerlo porque el destino es inexorable en su cuenta regresiva, porque el misterio espera allá, a la vuelta de cualquier esquina.
Faustino acercó su mano al talle de ese esplendido cuerpo atrayéndola para si, oliendo su aroma a mujer que acaba de dejar de ser niña, un aroma que traspasaba profundamente los sentidos del trajinado cuerpo, el olor que le trashumaba a tiempos que escasean en sus recuerdos de tempranas travesuras, cuando su vida era una señal de constantes sonidos de vida, cuando su vida correteaba junto a las correntadas de las cascadas andinas, allí donde quedaron recuerdos que hoy con la juvenil ternura de la náyades que había salido al encuentro de su cansado mundo, volvían nuevamente a embrujar el cielo de su vida aciaga. Magnolia, sabía los trastornos que causaba al hombre que en la noche anterior había entregado su inocencia quieta, despercudida de temores y complejos, y se sabía suya arremolinándose hacia él, haciéndolo saber que era totalmente correspondido, entregándose a ese juego hechizado por el primaveral tiempo, el mismo que le contaba a Faustino como en un finito reloj de arena, los minutos prodigados para terminar de admirar su cielo.
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Frisaba el año de 1988, cuando Faustino, enfrascado en la línea política que había abrazado y encontrándose en un debate sobre las consecuencias de la guerra fratricida que había emprendido el violento movimiento terrorista de Sendero Luminoso, que conoció a Victoria, una belleza ayacuchana de la provincia de Huanta, ayacuchana y huantina hasta los tuetanos, dueña de una voz que sabía encandilar virtudes e imponer sentimientos a las mas duras cualidades. Victoria estudiaba Educación en la añeja Universidad, a la misma que llegan todos los provincianos como ellos dos, en busca de nuevos sueños, de parámetros distintos a la realidad vivida en los mundos donde se hicieron adolescentes. Luego de escucharla disertar sobre la Educación y sus deficiencias, de su sólido planteamiento sobre como modificar las estructuras casi coloniales de la educación peruana, se dijo para si mismo que esa, ella, era la mujer que debería caminar junto a su destino. Era una mujer delgada, pero con una estructura a la altura de la dimensión de su personalidad. Sus rasgos de mujer del ande solo se podían vislumbrar en sus mejillas coloradas producto de la fuerte insolación que nos proporciona el sol de los andes. Victoria tenía sus propios proyectos de los cuales Faustino estaba lejos de acceder, pues como estudiante de Derecho le interesaba más terminar la carrera y viajar por el mundo en busca de una maestría que le permita acceder al circulo de abogados que llegan a encumbrarse dentro de las ternas judiciales peruanas, lejos estaba de pensar en las inquietudes y proyectos de Victoria Albizuri Mendoza, de sus sueños de un nuevo planteamiento para la educación peruana. Se conocieron al final de la exposición, pues Victoria termino su disertación con una frase que el vate de Santiago de Chuco acuno para la posteridad de todos los peruanos “Hay hermanos mucho que hacer”, lo que fue el justo, acertado y sutil pretexto para que Faustino, eximio conocedor ya de la obra vallejiana, se acercará a esa dulce muchacha de frágil cuerpo, de hermosa voz, pero de un carácter monumental que propiciaba un cambio en las viejas estructuras de una currícula educativa caduca. Hola… Faustino Mejía para servirte, esperaba poder conocerte y felicitarte por tu bien trabajada exposición, le dijo sin titubear, y veo que los versos de Vallejo no te son desconocidos prosiguió. Victoria, alzo la vista, dejando vislumbrar unos vivaces ojos ambarinos, relajados pero inquietantes ante la sorpresiva arremetida del desconocido. Hola compañero, dijo con voz firme, ¿a que base representas? interrogó Victoria. A ninguna, pues estoy aquí por propia iniciativa, tenía horas libres lo que me sirvió para entrar a tu exposición, que me alegra deberás pues creo haber acertado, respondió Faustino. Siguieron una conversación que se fue haciendo interesante a medida que cada uno exponía sus temas y pareceres sobre los temas políticos de la realidad peruana, lo que permitió que terminaran en una cafetería ubicada frente al pabellón de la Facultad de Derecho, dentro de la cual si, empezó a funcionar la verdadera química cuando los dos encontraron un tema común que iba a ser decisivo en la relación que iniciaban: Tugsteno, el ensayo de Vallejo que trata sobre la explotación minera en un imaginario lugar denominado Quivilca, a la que Victoria situaba en el Cuzco y Faustino, tenaz seguidor de las obras vallejianas, sabía con exactitud que se refería a las minas ubicadas en Quiruvilca, en la provincia liberteña de Santiago de Chuco, a las cuales Vallejo por su cercanía al lugar donde nació, tenía que haberlas conocido, por lo que la brutal explotación que se hacían a los nativos en los socavones le calo en el alma y le permitió escribir el ensayo en el cual se destacaba la forma como se exterminaba a una raza que otrora había sido dueña de un imperio.
Luego de ese encuentro, sucedieron otros y otros, se enamoraron, viajaron escapándose de las obligaciones estudiantiles, pues al parecer los motivos que encendía sus ímpetus eran de los más simples a los más complejos. Huanta se convirtió para Faustino en un pueblo cercano a Lima, viajando constantemente, conociendo a los padres de Victoria, los que poseían una granja extensa, donde criaban vacas lecheras que les permitía elaborar productos lácteos de la mejor calidad, pero lo que más lo sedujo, fueron las inmensas plantaciones de tunas, cactus que crece en forma natural y que tienen un fruto delicioso, ya sea de color amarillo o de un granate muy intenso. Faustino aprendió las letras de las melodías ayacuchanas llenas de melancolía y de mensajes de protesta…”la sangre del pueblo tiene rico perfume, huele a jazmines violetas, a pólvora y dinamita…carajo…” versos que corresponde a una canción que se convirtió casi un himno de los estudiantes universitarios de la década del 80: Flor de Retama, canción que sirvió de pretexto para que la Policía encerrara sin mayor explicación a todos aquellos que eran sorprendidos cantando la proscrita canción. Victoria vivía fascinada por sus viajes y la intensidad con que vivía ese amor que le era prodigado por Faustino. Siempre tenía reuniones, ya sea en Lima o en Huanta con círculos universitarios entre los cuales Faustino no participaba, no porque no quisiera, sino que su destino estaba marcado más por la fascinación por terminar sus estudios y viajar a Europa, que por cambios que muy en el fondo pensaba que aún era quimera. Victoria nunca juzgó ni indujo a Faustino ser parte de ellas, por lo que no había roces al respecto. Sus vivencias estaban marcadas dentro de la poesía de Neruda, de Vallejo, de Nervo, de Machado, Whitman, poemas que Victoria pedía que le recitara siempre, y que Faustino accedía para felicidad de su amada.
El 23 de Septiembre de 1989, después de salir de la Universidad, en horas de la noche, Faustino fue a recoger como todos los días a Victoria a la Facultad de Educación, dándose con la sorpresa que no había acudido a clases. Una amiga común, mas amiga de Victoria que de él, le informó que le había comunicado que iba a ir a una escuela de San Juan de Lurigancho, un distrito limeño conformado por cientos de urbanizaciones populares que fue poblado por migrantes provincianos de todo el Perú y donde la pobreza azotaba con fuerza. Faustino no se preocupo, pues estaba acostumbrado a ese tipo de labores de Victoria. Llego a su cuarto a las 11 de la noche, prendió el televisor y mientras se preparaba un café, escuchó en el noticiero de Frecuencia Latina, televisora de propiedad de Baruch Ivcher, un israelita nacionalizado peruano y que más tarde en otra época y el Perú con otros dueños fue corrido del país, que anunciaban el enfrentamiento entre miembros terroristas de Sendero Luminoso y la Policía Nacional en San Juan de Lurigancho y como producto de ello habían caído siete terroristas y dos miembros de la Policía. Faustino Mejía dejó de servirse el café y se puso frente a la pantalla que en blanco y negro propalaba las noticias y no pudo contener el llanto cuando reconocía a Victoria como una de las victimas. Victoria la mujer que a sus 21 años llego a posarse en el destino que según él había escogido para hacerlo suyo, yacía tirada sobre el piso con un fusil AKM en la mano. Pasada la noticia, Faustino se sintió huérfano, pero su mente empezó a hilvanar que la policía tenía que haber tenido reglada a Victoria, por lo que era cuestión de minutos que llegara la DINCOTE a su cuarto, lo que le obligó coger una maleta pequeña y salir raudo guardando todos los recuerdos personales que tenía de Victoria hacia un hotel. No tenia que temer, pero la policía no se iba a detener recibiendo respuestas en las que no iba a creer por más verdaderas que sean. Ya en el hotel, Faustino no podía dar crédito en como iba a cambiar su vida, veía que el mundo se le venía abajo, pues la ilusión que había forjado en si mismo por la mujer que amaba y que a su vez le había amado era intensa. Se preguntaba como era posible que Victoria haya estado envuelta con miembros de Sendero Luminoso, le parecía inconcebible que esa bella criatura incubara ánimos violentistas, que se atreva a coger un fusil de guerra y enfrentarse a la Policía, era incongruente y fantasmal aquella posibilidad. Victoria propiciaba un cambio, claro que si, pero quien no quería un cambio en ese Perú al que tanto amaban los estudiantes sanmarquinos, era imposible que su Victoria estuviese metida entre el fanatismo inconsecuente del grupo terrorista al que Faustino criticaba sin la menor ambigüedad. Salió de Hotel y se dirigió al lugar de los hechos, en un taxi medio destartalado, eran como las dos de la mañana cuando llego al lugar donde se produjo la masacre, la misma que a esa hora ya estaba vacía, solo con rastros de sangre de casquillos percutados que no fueron recogidos por la policía como evidencia de la balacera. No había nada más que hacer, sino desandar el camino andado y soportar en forma estoica el dolor que cual nudo irrompible se forma en la garganta lo que hace que el corazón se estruje. Faustino regreso al cuarto de Hotel de donde se comunico con el Padre de Victoria, Don Andrés Alvizuri, hombre de una profundidad católica a prueba de cualquier evangelio, quién no podía creer lo que escuchaba y a quién le toco soportar el escarnio que en esa entonces la Policía nacional hacia con los familiares de personas ligadas de una manera u otra al senderismo fratricida encabezado por un nefasto personaje que con posterioridad fue capturado y recluido dentro de una prisión, en la cual demostró más tarde, no tener las agallas siquiera para hacer frente a su reclusión perpetua y dentro de la cual también, más tarde llego, luego de haber caído el régimen que lo capturo, el nefasto personaje que corrompió a cuanto personaje político, periodista o empresario y que permitió que la población peruana supiera de la ruindad de los que ostentan el poder mediático, en vivo y en directo a través de la televisión: Vladimiro Montesinos.
Fueron en estos tiempos, en estas épocas, que Victoria Alvizuri Mendoza partió buscando ideales, buscando purezas en alas del viento y esos eran los recuerdos que Faustino evocaba cuando abrazaba el talle de Magnolia en una tarde serrana, en un crepúsculo de matices rojos y azules, naranjas y grises, cuando el sol juguetea con el color de la tierra, evocaba las poesías de Whitman las que Victoria le pedía que las recitara por entre los pastizales de Huanta “¡con una compañía como tú, con tu amor, con tu espíritu fuerte a mi lado, bien podemos vencer la muerte, y atajarla hasta cuando hayamos rendido a la vida todo nuestro fuego!. Evocaba la pureza y sensibilidad de Victoria y aún podía sentir la belleza de su cuerpo y de su espíritu junto al suyo. Evocaba los instantes que esta mujer llena de juventud y de la más absoluta belleza, fue dueña de su vida, fue su guía y a la vez su escudo. Recordaba la primera vez en que Victoria, en una lejana noche en la añeja Universidad peruana le abrió a través de sus ojos un poco de su alma. Parecía que esos recuerdos, esas evocaciones que tramontaban los tiempos los contagiaba a Magnolia, la vivaz mozuela que le permitió vivir en una tarde de un día cualquiera, los recuerdos de casi toda una vida.
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