La casa de Florencia estaba atiborrada de quinceañeros, y la fiesta en su pleno apogeo. De vez en cuando, los padres se daban una vuelta por la estancia para vigilarlos, disimuladamente. El living y comedor fueron arreglados para la ocasión, desaparecieron los adornos finos y los sillones; sólo quedó la mesa del comedor, arrimada contra la pared del fondo, y unas pocas sillas. En la terraza se dispusieron los bocadillos, galletas saladas, maní, bebidas, cervezas, y unos pocos licores
Los muchachos apenas veían que los dueños de casa se alejaban, apagaban las luces del living y de la terraza, dejando al ambiente casi en penumbras. Ésta era la ocasión propicia para que muchos le pidiesen pololeo a la joven que les gustaba. La pedida de pololeo era un ceremonial masculino bastante inequívoco; había que pronunciar explícitamente la palabra mágica, pololeo, y las barreras femeninas se derrumbaban, alzándose también, el puente levadizo que cerraba el paso al interior de la fortaleza de las emociones y sentimientos. Si no se pronunciaba aquélla expresión en el momento oportuno, algún otro podía adelantarse, y aprovechar la ocasión para pretender a la niña de sus sueños. Sin embargo, la muchacha no siempre aceptaba, muchas veces rechazaba la propuesta, y continuaba los bailes con palanca. Esa vilipendiada técnica femenina consistía en bailar apoyando la mano izquierda en el pecho del muchacho, y no en su hombro, evitando que se le acercara demasiado; bastaba mantener firme y algo estirado el brazo, para que cualquier intento por bailar más apretados fuese vano. ¡Era mal visto bailar muy juntos, y cheek to cheek, sin ser pololos!
- Xime y Fran, vengan urgente, que les tengo que contar algo fabuloso, súper; importantísimo, vayamos al baño- les propuso Florencia con las mejillas enrojecidas, pletórica de emoción, y algo nerviosa.
- Bueno, por suerte el baño está desocupado, y así no tenemos que ir a tu pieza- replicó Fran
- ¡Estoy pololeando con Rodrigo!…- les comunica alborotada, sin poder aguantarse más. Al decirlo daba unos pequeños y coquetos brincos, a la vez que juntaba las manos rodeando su pecho, juntándolas en la espalda.
- ¡No, no te lo puedo creer! Vamos, cuéntanos todo. ¡Pero todo! Con lujo de detalles- vociferaba Xime.
-¿Qué te dijo? ¿Dónde fue? ¿Te dio un beso después?- preguntaban ansiosas, tanto Ximena como Francisca
-Ya pues, explícanos luego, que nos matas de suspenso, y de envidia- insistía Fran.
-¡No!... ¿En serio?.... ¡Ya pues, sigue, descríbenos más!!!!.... Ohhh, ¡no te lo puedo creer!.. ¡Que romántico! ¡Se pasó el Roro!!!!!!!....¡Qué tierno!!!!- se oían grititos exclamatorios, que continuaron por casi una hora; ya no se sabía quién era la que gritaba, o eran todas al unísono.
Los jóvenes a quienes las muchachas no cotizaban mucho, o casi nada, eran considerados socialmente poco aceptables, e ignorados. La única forma de integrarse a un grupo era siendo amigo de alguno de los muchachos más populares. Éste era el caso de Marcelo, gordo, de facciones algo toscas, hecho que se remarcaba con su gordura, y para peor, con la cara salpicada con acné, quien se había hecho amigo de Rodrigo. Él y dos de sus amigos, se aprovechaban descaradamente de Marcelo, pues era al único a quien su padre le prestaba el automóvil; un Mustang del año, full equipo. Eso era irresistible tanto para los selectos como para las muchachas.
Esteban, el mejor amigo de Rodrigo, andaba detrás de Ximena y Hernán de Fran. Marcelo, era objeto de constantes bromas pesadas, y sólo conducía el atractivo automóvil. No le querían presentar una niña por temor a que después se entusiasmara y saliera solo, dejándolos a pié. Solamente le conversaban de autos, y lo llamaban a integrarse al grupo cuando había niñas que nunca en la vida se fijarían él. Quizá alguna joven “corazón de garaje” podría entusiasmarlo un poco, para que la sacara a pasear y la vieran en un auto así, pero Rodrigo y sus amigos estaban atentos ante cualquier amenaza para su statu quo.
Al poco tiempo, Ximena y Francisca estaban pololeando con Esteban y Hernán, respectivamente. Marcelo seguía sólo de paseador, pero al menos había logrado quitarle definitivamente el volante a Rodrigo, quien se adueñaba de éste cuando salían. Marcelo era bastante mejor alumno que sus aparentes amigos, y cada día la distancia entre ellos se aumentaba, ya que ese año de estudios se esforzó especialmente. A final del segundo semestre, fue el primero del curso.
Estaban en el último curso del colegio y, a finales de año, debían rendir la Prueba de Admisión para las Universidades, si querían seguir estudiando. Los tres amigos no se habían preparado para nada, Rodrigo declaró que él no estudiaría y se dedicaría a los negocios. A su vez, Hernán y Esteban, tampoco deseaban estudiar, pero sus padres los obligaban a ello. Todas las muchachas del grupo rendirían la Prueba. Marcelo tenía claro desde pequeño que deseaba estudiar Medicina, si bien necesitaba una alta ponderación para ello. Logró entrar a Medicina, y sus tres seudo amigos ni siquiera pudieron entrar a la Universidad. De las muchachas, sólo Florencia entró a la Carrera de Arte.
El primer año fue arduo, el ritmo de estudios era intenso, pero Marcelo no se daba cuenta que ya había ganado mucho. Sin necesidad de dieta, estaba mucho más delgado, sin acné, y ahora su trato con muchachas era cotidiano y natural. Sus padres le habían regalado un auto BMW, como premio por su constancia y esfuerzo en los estudios. De pronto se sorprendió al captar que muchas compañeras, estudiantes de la Facultad, y otras de Enfermería, lo saludaban sonrientes por los pasillos del edificio y en los patios, llamándolo incluso por su nombre, hecho insólito para él, puesto que eso jamás le había sucedido antes. El saludo se hizo cada vez más amable cuando se propagó en la Facultad que Marcelo era el primero de su curso, manejaba un BMW, y que sus padres eran bastante adinerados.
No supo cómo reaccionar a este fenómeno y se asustó un poco, pensó recurrir a sus antiguos amigos para conversar, pero pronto desechó la idea, recordando sus aprovechamientos y deslealtades. Súbitamente, se le vino a la mente el nombre de Florencia; sabía por los amigos de colegio que ella seguía pololeando con Rodrigo, aunque, algo intuitivo, le decía que eso no importaba mucho. Se subió al auto, mantuvo puesta su bata de estudiante de Medicina, que se confundía con la de los médicos residentes, y enfiló hacia la Facultad de Arte. Llegó justo en un buen momento, los alumnos se hallaban entre clases. Se dirigió hacia la Cafetería y entró. Miró en derredor, y no vio a Florencia. De pronto escuchó una voz femenina, que lo llamaba desde el otro extremo del amplio local.
- Hey, Rodrigo, estoy por aquí, ven, aquí hay un asiento- le gritó Florencia, sintiéndose observada por muchas compañeras y muchachos, cosa que no le desagradaba para nada a la ex reina del colegio.
- Hola Florencia, ya te divisé, voy para allá.
Cuando Rodrigo llegó a la mesa donde se encontraba Florencia, ella lo miró, y sonrió, pero no lo presentó al resto de sus acompañantes, solamente le comento:
- En que andas por aquí, se podría saber. ¿No me estarías buscando a mí por si acaso?- le dijo con un asomo de ironía, acostumbrada al trato que tenía el grupo con Marcelo.
De pronto se percató de las innumerables miradas femeninas que concitaba Marcelo, y cambió el tono y actitud; se colgó de su brazo, y lo presentó a sus acompañantes de mesa como un amigo muy cercano. Rodrigo se sorprendió algo, pero le siguió la corriente:
- Florencia, me gustaría hablar contigo, pero en una mesa más tranquila- le comentó, con mucha soltura.
- Qué rico que hayas venido a verme, te pasaste de amoroso. No te esperaba por aquí. Mira, que suerte, recién se desocupó una mesa para dos, vamos - fue diciéndole, bajando sensualmente cada más el tono y la voz, hasta llegar casi a un susurro.
El ex gordito y hazmerreír del grupo no lo podía creer. ¿Qué había motivado este cambio hacia él? Nuevamente, su instinto e intuición, cada vez más agudizados, le aconsejó que no debía decir nada, y sólo invitarla a dar una vuelta.
- Vine para invitarte a salir por ahí, y comer algo. Como tuve un tiempo libre, cosa inusual en la Facultad, aproveché de venir a verte- le dijo un Marcelo confiado y seguro de sí mismo. Pero la verdad es que temblaba por dentro, tenía malestar estomacal, y transpiraba helado; estaba muy ansioso, con temor a tartajear en cualquier momento.
- Vale, aunque tengo clases, pero ese profesor es una lata. – ¿Podríamos recoger a la Xime y a la Fran que me llamaron hace poco?- le consultó con su voz seductora. Ahora podía mantener su pose habitual frente Marcelo; sería ella misma, la muchacha frívola y mimada por todos.
- No hay problema- le contestó – Entonces, vamos. El auto lo dejé en los estacionamientos del frente.
Las cosas sucedieron vertiginosamente. Semanas después Florencia pololeaba con Marcelo, dejando a Rodrigo muerto de rabia, y de celos contra ese guatón despreciable. La Xime y Fran, como buenas amigas, que se copiaban siempre, también pololeaban con dos compañeros de Facultad de Marcelo. Este hecho fue el tiro de gracia para los tres amigos que ya estaban de capa caída, dando tumbos por ahí. Todo iba espléndidamente para los nuevos pololos hasta que a Florencia se le ocurrió ponerse de novia y, al cabo de un tiempo, casarse. Estaba cansada del pololeo, y quería algo más estable y seguro. Marcelo le daba esa seguridad; entonces, no tenían que esperar más, razonaba. Convenció a Marcelo y se pusieron las argollas, el matrimonio se fijó para fin de semestre.
Al principio, los padres de Marcelo se opusieron pero, viendo la cara de felicidad de su hijo, luego aceptaron a Florencia como nuera. Marcelo, a su vez, quería casarse porque se creía enamorado, y por una venganza inconsciente, que él no se percataba, pero que lo resarciría de todas humillaciones sufridas por el grupo, incluida Florencia.
Finalmente, llegó el ansiado día del matrimonio. Se casaron y fueron infelices por un corto y desastroso tiempo. Las peleas por el divorcio se transformaron en feroces y despiadadas transacciones monetarias, hasta que encontraron un acuerdo; no había hijos de por medio.
Marcelo se dio cuenta que, en estos tiempos, es imposible terminar igual como en los cuentos de niños, donde el Príncipe y su doncella, viven felices para siempre…… Por ello, una vez divorciado, siguió solamente con la costumbre del viejo pololeo, así se evitaba toda complicación, y seguía viviendo en paz y tranquilidad ¡Viva el pololeo!
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