No puedo escribir poemas de amor, aunque quisiera. Y eso se debe, principalmente, a la escasez de escenarios viables. No puedo, por ejemplo, mencionar a la luna, astro pordiosero, opacado por la densa capa de smog, las estrellas titilan moribundas en una oquedad grisácea, Ganímedes, Antares o cualquier otro astro importante, son simples agujeros en una noche constipada.
No puedo comparar tus ojos, con la luminosidad de aquel lago, porque el lago aquel, ahora dista mucho de ser cristalino. Los desperdicios flotan en su orilla como espectros pestilentes. ¿Cómo decir que en el fondo de tus pupilas, yace un perro muerto? Para que hablar de la mar, enorme fuente contaminante, los peces moribundos, prefieren suicidarse en las costas o se arrojan de cabeza a las fauces del pez más maceteado. Acaso eso es más digno que morir entre patéticos espasmos.
Ni cielos, ni lagos ni mares, veamos que pasa con las flores. No puedo homenajear a mi musa con un ramillete de rosas, puesto que ellas, ahora son rosas mustias, cadáveres con un ligero atisbo de perfume. Ni el difunto más abandonado se merece algo así, ¿cómo escribirle una oda a esas flores raquíticas, víctimas propiciatorias de los pesticidas tan invasivos?
Ahora bien, no puedo besar aquellos labios inflamados y rellenos a la fuerza con sustancias extrañas, me da pudor palpar esos pechos gigantescos, el bebé que se amamante con ellos, luego respetará más a la silicona que a su madre. Por mi parte, encontraré más pasión en una muñeca inflable que en ese cuerpo intervenido en aras de la vanidad.
No puedo escribir poemas de amor en este mundo falsificado, víctima de la polución y de los intereses mezquinos. Acaso mi perro y mi gata sean lo más auténtico que tengo a mi alrededor. Pero el can es fiero y no se seduce con las novelas románticas y en cuanto a mi gata, parece que yo no soy para nada su tipo…
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