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Inicio / Cuenteros Locales / La_Pelea_Textos-votos / 17 - Cuento: CATATONIA

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La certeza de saber que moriría al salir el sol no era una perspectiva agradable.En sus 2537 años de vida, no era ni remotamente la primera vez que se enfrentaba al miedo ni tampoco a algún terrible peligro mortal, ni tampoco habría de suponer que nunca había incluso anhelado compulsivamente una oportunidad como la que ahora se le presentaba. Era tal vez la extraña mezcla de circunstancias tan desastrosamente fuera de lugar lo que contínuamente penetraba en sus pensamientos, o quizá la inminente sensación de desenlace, lo que se había mantenido interrumpiendo cualquier intento de concentrarse, por decirlo de alguna forma remotamente inteligible para cualquier de nosotros, de concentrarse mentalmente en una manera bastante más provechosa de pasar esas últimas horas sobre la tierra.
Compartiendo una mezcla de sentimiento de derrota y hastío, Lázaro decidió pasearse por el sencillo perímetro de su celda personal. Un extraño hedor a alcohol, vómito y colonia barata se colaba por la rejilla de ventilación. Esforzándose por mirar al exterior, alcanzó a vislumbrar un par de siluetas a lo lejos, casi imperceptibles, tenuemente iluminadas por el resplandor de alguna antorcha. El estruendo del silencio imperante era tan intenso que provocaba una sensación opresiva físicamente dolorosa, tan real como una pedrada en la cabeza. Trató repetidas veces de romperlo, pero el silencio era tan intenso que no le permitía escuchar sus propios gritos. Rendido, tras interminables horas de espera, decidió que había llegado el momento. A pesar de su fracaso previo, sabía que la única manera de salir de esa situación era si lograba tener el mismo sueño, aquél sueño repetido tantas veces, en momentos la gran mayoría inoportunos, y siempre irremediablemente fútil. Tal vez, pensaba, en esta ocasión será diferente. Tal vez, pensaba, ahora Los Otros hayan encontrado alguna manera, se repetía. Poniendo sus últimas esperanzas en esta idea, lentamente se recostó en el lecho de piedra, y musitando una plegaria cerró los ojos.
Supo que lo había logrado apenas percibió esa sensación extraña, tan característica. Inmediatamente, los habituales gritos de excitación (¿estaría bien empleada esa palabra?) y luego los dolores punzantes, y una luz blanca muy intensa, le impidió abrir los ojos unos segundos. Aferrándose con todas sus fuerzas a los brazos de la silla de ruedas, apenas le alcanzaron la voz para musitarle al enfermero que le estaba aplicando una endovenosa, ante la mirada atónita de los psiquiatras: díganles que no me maten


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Texto agregado el 24-08-2007, y leído por 133 visitantes. (7 votos)


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