Compartió su cama conmigo. Muchas noches, indescriptibles, pasé ahí. Minutos y horas podía pasar mirándolo. Con ternura, su cuerpo brillaba con el sol que rozaba la ventana. El pelo manso tocaba la almohada, compartiéndole sus sueños. Qué envidia le tuve a esa almohada. Tanto le regalaba él y tan poco le daba ella.
Sus manos tendidas como suaves sábanas, tenía grandes ganas de tomarlas. Tan solas y desprevenidas, quería adueñarme de ellas. Sólo para hacerle sentir, que ahí seguía yo. Que se sienta seguro y feliz por tenerme a su lado. Mentiras me creaba, soñando despierta. Mis ojos bien abiertos, creando farsas. Soñando con una vida junto a él.
Sólo veía labios por toda la cama. De ser blanca pasó a rosa. Me corroían las ganas de juntar mis labios, los suyos y hacerlos uno. Uno que nunca acabaría, nada ni nadie podía separarlos. Sabor tan único, incomparable, nuevo para mí. El sabor de mi vida, cambió. Imposible describir la sensación. Suave, cremoso y con un toque de pasión. Nunca me atreví a tocarlos mientras dormía. Miedo a romperlos y a descubrir verdades que ni ellos podían decir.
Un poco más arriba, me encontré con una pareja inseparable. Una pareja perfecta que tan fieles el uno al otro, no podían mentir. Detrás de esos párpados se escondían unos ojos tan líquidos, que en ellos solo me quería ahogar. Esos ojos cubiertos, si los miro muy de cerca puedo llegar a ver lo que esta soñando. Como con lupa lo miré, pena me dio al darme cuenta que no iba a recibir una oportunidad. Me sentí condenada a una espera eterna. Encadenada y encarcelada por un amor que no me correspondía. No esperaba encontrarme con tan horrible mensaje. Mientras tan sublime momento corría delante de mí.
Tan plácido, dormía a mi lado. Me deleita la sensación de tenerlo compartiendo su momento más íntimo conmigo. Así él no haya querido, lo sentí mío cada minuto. Mis ojos se volvían opacos y nublosos cuando los suyos estaban tan transparentes. Con esa intensidad que hace transparentes los objetos más opacos sentí que se alejaba lentamente. Se podía ver, con asombrosa claridad, que sus ojos estaban plagados de disculpas. Sin cerrar mis ojos vi como se alejaba de mí poco a poco.
Queriéndome cegar al saber que tanto lo quiero. Yo cerraba mis ojos para seguir soñando con él. Sueños en los que él me quería a su lado. Sueños en los que estábamos eternamente juntos. Sueños en los que podía decir, con mucho egoísmo, Jorge Luis es mío. Seguro cuando él vio tan inmensa claridad en mí, y me sintió tan inmersa, decidió dejarme. ¿Qué tanto miedo puede tenerle un hombre a una chica que lo quiere incondicionalmente? Jamás voy a poder saberlo. Unas cuantas sesiones más a su lado podrían habérmelo aclarado. Pero con injusta razón, cesaron.
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