Llegaron casi sobre la hora, un crepitar de leños les hizo reparar en el asador donde un corderito se estaba dorando acariciado por las lenguas de fuego producidas por la madera seca, el aroma a carne asada era más que tentador y luego del saludo la copa de vino sirvió de excusa para empezar el ritual repetido de los viernes a la noche, mucha carne, mucho vino y la despiadada costumbre de no dejar títere con cabeza.
Esta vez le tocó el turno a Isabel, la hermana de Luis, el dueño del garage de la cuadra, era sabido la ligereza en las relaciones de esta niña, en el frecuente cambio de hombre y en una sospecha, casi certeza sobre sus actitudes, era "vox populi"
sus relaciones con Juan Alberto, conocido hombre de campo, casado y con tres hijos, nadie los había visto "in fraganti" pero así eran las cosas, se rumoreaba sobre sus encuentros clandestinos (amorosos por supuesto) y sobre el problema que se avecinaba al haberse enterado de los rumores la mujer de Juan Alberto. Cristina, que así se llamaba,
decidió ir a fondo y saber la verdad, para ello, con la complicidad de su hermana se dedicó a seguir a Juan Alberto sin que se diera cuenta, así fue que lo vieron entrar en un albergue, en una confitería, en un cine, etc., además de hacerlo en sus lugares de trabajo.
Pasaron tres largos meses y en realidad no habían podido descubrirle ninguna cosa extraña, nunca una mujer en los lugares que el frecuentaba.
Una mañana, Cristina fue al escritorio de Juan Alberto a llevarle unos papeles que el había dejado en la mesa, y cual sería su sorpresa al entrar en la oficina de su marido y encontrar a este y a Luis en una actitud más que comprometida, se estaban besando.
Ese viernes el crepitar de los leños tuvo un sonido extraño y los presentes ni hablaron del tema recurrente.
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