Juego de pelota. Juego entre el día y la noche, juego donde la luz lucha contra la oscuridad, donde el sol compite con la luna, donde el calor se contrapone al frío, el bien al mal. La vida contra la muerte. El Juego de pelota, entonces, es el juego de los dioses.
De acuerdo a la narrativa prehispánica, un día los dioses decidieron reunirse en el Teoclán, la cancha de juego de pelota divina, el Popol Vuh narra que dos hermanos Hunahpú, e Ixbalanqué , quienes representaban la luminosidad del cosmos, debieron enfrentarse a los seres del inframundo en una pugna que se resolvería mediante el juego de pelota, con este encuentro se inicia el movimiento del día y la noche. En este juego de sentido iniciático, los hermanos son sacrificados para transformarse en el sol y la luna.
Es así como pusieron en movimiento al universo. En ese momento se separa el cielo de la tierra, inicia la vida, comienza el juego. En esa cancha de deidades, principia el tiempo y el espacio y surge el cosmos.
Querétaro es una voz de origen mexicano que significa “ Juego de Pelota ”. El término Crettaro es abreviatura de Querétaro.
Ndamaxei, nombre original de Querétaro, es una voz de origen Otomí, que significa “Lugar en el que se juega pelota” o “El mayor juego de pelota”,
La Cañada es históricamente el lugar donde nace Querétaro, lo que da origen al nombre de la ciudad del estado.
La similitud que tiene La Cañada con el juego de pelota tiene su origen a mediados del período Secundario en el Jurásico, hace 150 millones de años.
Pero hay otras voces con igual o similar significado; como Tlaxco, voz de origen mexicano que significa “donde se juega a la pelota”.
En el sur de la sierra de Querétaro, en las montañas, existieron dos ciudades a las que los españoles llamaron Ranas y Toluquilla, y de las que se desconoce el nombre original, ya que se encontraban abandonadas cuando llegaron los primeros conquistadores.
Después del año 500 de nuestra era, los habitantes de Toluquilla, en la sierra queretana, construyeron los edificios principales, esto es, cuatro canchas de juego de pelota, y altos templos rematados por cuartos con altares, que estaban dedicados a sus dioses, pero que también sirvieron para depositar a los muertos, o a los que tenían enfermedades graves, y para ofrendar a los sacrificados a los dioses.
La cancha siempre fue un lugar reservado, era necesaria una invitación, pues en ese lugar se reunían para hacer ceremonias, ya que era el santuario donde se celebraba el juego de pelota. El juego que ahí se practicaba era uno de los conocidos desde el año 900; tenía marcas en el piso que dejaban ver cuál era la cancha, y no contaba con marcadores en los muros de los paramentos, como en otros lugares.
La otra ciudad, Ranas, es la más grande, con unas 150 construcciones. Ocupaba dos cerros completos y tenía tres secciones, una como en Toluquilla, que además era reservada, donde se construyeron tres canchas de juego de pelota; la otra tenía los edificios que reunían y organizaban la producción de alimentos y de cinabrio.
El juego de pelota iba más allá de un simple deporte, constituía todo un ritual en que los hombres debían agradar a sus dioses.
Varios investigadores coinciden en que los jugadores representan a los planetas girando alrededor del sol o de la luna.
La ideología del México precolombino es cíclica y el juego de pelota es un reflejo del movimiento del cosmos. La pelota es de hule, esférica y a la vez debe mantenerse en constante movimiento. Le llaman Hollín Tonatiúh, sol del movimiento. A través de este juego el hombre pasa del plano humano al divino, se relaciona con lo sagrado y por ende con todo aquello que es manifiesto en la naturaleza. En la cancha, los jugadores se transforman en dioses. El juego y el rito se sincretizan.
El juego de pelota se encuentra en todas las culturas de Mesoamérica, entre los olmecas, habitantes del Olmán, el país del hule situado en la región selvática del Golfo de México, se hallan las primeras evidencias del juego de los dioses.
Sabemos muy poco de los Olmecas, pero es indiscutible que con ellos nace la cultura en Mesoamérica. Su civilización continúa envuelta en el misterio, pero hay testimonios de que existieron jugadores de pelota y sacrificios rituales por decapitación. Los hallazgos arqueológicos relacionados con el juego permiten situar su origen alrededor de 1200 años antes de nuestra Era. Desde Olmán se extiende el juego y la cultura a toda Mesoamérica.
Los Zapotecas dominaban los valles oaxaqueños. Durante la época Clásica, del año 300 al 900 d.C., los campos de juego son patios hundidos con forma de I latina horizontal, cruzada transversalmente por dos líneas que indican los cuatro rumbos del universo. Por ello es que el movimiento del sol jugaba un papel primordial.
Contemporánea a los teotihuacanos, pero con mayor proyección en el tiempo, aparece la cultura Maya (200 a.C.-1200 d.C.). Éstos mantuvieron vínculos de diversa índole con sociedades que habitaron Mesoamérica. Lo mismo se encuentran elementos teotihuacanos en grandes metrópolis mayas como Tikal, y rasgos toltecas en lugares como Chichén Itzá, y múltiples aspectos mayas en importantes ciudades mesoamericanas como Xochicalco, Cacaxtla o Monte Albán. Precisamente, Chichén Itzá recoge uno de las canchas de juego de pelota (el pok'ta'pok, como era conocido por los mayas), más famosas y mejor conservadas, en la que destacan sus altos muros verticales y su panel en relieve en el que se representa a jugadores de pelota durante un sacrificio. Es aquí donde se conserva el campo de juego más espectacular del México prehispánico, con 168 metros de longitud por 60 metros de ancho. Según los arqueólogos estaba dedicado posiblemente a Cuculcán Quetzacóatl, imagen del cielo viudo. Las serpientes entrelazadas de los anillos simbolizan el Ollin o movimiento.
En el juego se enfrentan dos equipos contrarios en una guerra ritual, el templo de los jaguares se dedicaba a ella.
En esta ciudad se conserva todo el complejo arquitectónico asociado al rito del juego de pelota. Al Norte de la cancha, sobre uno de los cabezales, se levanta el templo rojo, en cuyo techo hay pinturas que representan ritos de fecundidad de la tierra, ya que el juego de pelota era un acto propiciatorio para el crecimiento de la vegetación.
Antes del juego los participantes se purifican en el Temazcal, era éste un baño para iniciar la ceremonia. En este campo es probable que se jugara con el antebrazo, esta variante del juego es la más adecuada al tamaño de la cancha y a la altura de los anillos. Los dos equipos de siete jugadores se dirigen en procesión al centro donde el jugador arrodillado es decapitado, y de su cuello salen siete serpientes, símbolo de su sangre y de la fertilidad de la tierra. En el campo de juego, impera la muerte.
También está el Tzompantli, una plataforma decorada con cráneos en relieve de los jugadores decapitados, mismo que también encontramos en el Templo Mayor de la Ciudad de México. Sin embargo Teotihuacán fue la metrópoli más extensa y más poblada de Mesoamérica. Se cree que el juego se efectuaba en la Calzada de los Muertos.
La fecha en que se realizaba esta compleja ceremonia deportiva correspondía al tiempo en que deberían llegar las lluvias; el tiempo caluroso agota a la gente, es necesario asegurarse de que el patrono celeste, encargado de traer el agua, llegue puntualmente. Naturalmente las reglas solían variar según la región y la cultura que jugaba.
En esta ocasión asisten ocho jugadores que representan las esquinas del mundo. Para todos es importante conocer el destino que aguarda el universo en el cambio de estación; las sequías terminan y llegan las aguas, hay que conocer si existirán obstáculos para la continuidad de la existencia. Los caracoles resuenan hacia el cielo y todos ponen atención en el sacerdote principal, que lleva en sus manos la sagrada pelota de hule. Ocho Conejo escucha el rítmico sonar de los tambores que retumban para atraer la atención de los dioses, de manera que al iniciarse la acción los hombres y las deidades estén pendientes de su desarrollo.
Cesa la música y se hace un mágico silencio. Ocho Conejo (el más afamado jugador), es el primero en dar el golpe con su cadera, iniciando así el rítmico y violento transcurrir del juego; los jugadores se ataviaron con los ornamentos que los identifican como deidades de cada uno de los rumbos del universo; nuestro personaje trae en su cinturón protector el signo del movimiento, llamado ollin, es el amuleto que le infunde la fuerza para dar los golpes más fuertes, y hacer que la pelota llegue cerca del cabezal.
El juego rebasó el límite Norte de Mesoamérica, extendiéndose hasta Arizona, como lo sugiere un campo ovalado de la cultura Ojojan en Ujac. En el Tajín se han localizado siete campos de juego, el principal está formado por una calle sin cabezales, en los muros se aprecian seis paneles, cuatro en las cabeceras y dos en el centro, dividiendo el campo en dos partes. En los tableros centrales se observa la figura de Quetzalcóatl, dios del viento, proyectada en dos cuerpos que simbolizan a Venus, estrella vespertina y matutina que muere al salir el sol.
El campo de juego se llama Táctil, se trata de un terreno completamente plano que mide 60 varas de largo por 5 de ancho, lo divide una raya a la mitad del campo, a las 30 varas, que se llama Analco. Es el lugar que ocupan para decidir los puntos buenos y malos. Se acostumbran seis taquinescos o canillas, que son utilizadas como marcadoras, se ponen dos en el Analco y dos en las cabeceras.
El jugador siempre debe tratar de pasar la raya, que pase el Analco, porque si no llega es punto malo. La regla más importante del juego es que el jugador debe utilizar solamente la cadera, no es permitido que la pelota le toque ninguna otra parte del cuerpo, de lo contrario perdería un punto. Las reglas del juego son a ocho rayas, pero es muy difícil que se gane. Al recibir la pelota y cuando les daba en la boca del estómago, caían al suelo y en algunas ocasiones morían de manera instantánea.
Hay otra variante del juego de los dioses: la pelota de fuego. En los frescos de Tepantitla, que representa el paraíso del Dios Tláloc vemos a varios jugadores dentro de un campo delimitado por dos marcadores de piedra, como la pelota va encendida es golpeada con bastones, esta modalidad es aún más peligrosa que la pelota de hule.
Para cualquiera de las dos versiones, el juego requiere de un arduo entrenamiento. Los jugadores deben ser ágiles, poseer la mirada del jaguar y la destreza de los monos, ya que saltan para enfrentar la pelota con su cadera, dando el golpe en el lugar preciso, donde se localizan los huesos más fuertes de la cintura; si la pelota pega en los muslos provoca brutales moretones, incluso podía romper los huesos de la pierna, o peor aún, si golpeaba en las cercanías del estómago o el hígado, podía hacer estallar las vísceras del jugador. Por ello los jugadores protegían sus órganos con gruesos cinturones, rellenos de tela y cubiertos de piel, que amortiguaban el peligroso impacto de la pelota. Se cubrían los antebrazos con bandas hechas también de algodón y de cuero, las manos se envolvían con tiras de piel de venado, muy curtidas. De este material se hacían las bandas que sujetaban los glúteos para protegerse de caídas y sentones. Los talones y las rodillas se envolvían también con pedazos de cuero.
El juego de pelota prehispánico, además de ser una práctica ancestral milenaria, con un papel ritual, político y posiblemente económico, es ubicado dentro de la esfera del poder y de la historia de las culturas mesoamericanas.
Este ritual - deporte demuestra sus profundas raíces, ya que logró sobrevivir a la Inquisición y a Torquemada, quien quiso ver al demonio en cada cancha donde se jugaba, así que proclamó su prohibición y propugnó su destrucción durante la Colonia.
Hoy en día, en varias zonas arqueológicas de México, por ejemplo en el teatro de Xcaret (Quintana Roo), o en la cancha original de Chichen Itzá (Yucatán), se está rescatando y dando a conocer la tradición del Juego de los dioses a manera de espectáculo para el turista, lo que nos dota de un mayor conocimiento y admiración por la cultura de nuestros ancestros, aquellos que alguna vez jugaron a ser dioses.
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