Dicen que por los pasillos y recovecos del auditorio central de la Universidad de Milán aún deambula gimiendo por las noches el alma pecadora y doliente de Gian Galeazzo Sforza.
-"Fué envenenado por su tío, Ludovico Il Moro, poruna mínima ganancia estratégica, pero a la larga fué la causa de su caída definitiva por el odio que despertó ese acto en el alma implacable del Papa Julio II".
-"Si trova sulla Convallazione esterna, all'altezza di Viale Cassala......", fué todo lo que me dijo después de una pausa desesperadamente larga.
-"Nunca se imaginó que al llegar al Papado Giulianno Della Rovere aún conservara en su alma la pasión que le despertó Gian Galeazzo, pero en Julio II la pasiones de la venganza eran más fuertes y duraderas que las de la carne"
-"Apuráte", me respondió completamente ajena a la historia de los Sforza.
-"Tenemos que ir hasta más allá de Piazza Fontana, vos la conocés porque ahí fué donde tomamos las fotos para Zungri, y la función empieza dentro de dos horas, apenas sí tenemos tiempo de ir a cambiarnos y recoger los boletos"
No tenía ningún interés en la historia de los espectros que rondaban por los recintos lóbregos del "Spedale dei Poveri" que Francesco Sforza había hecho construir en Abril de 1.456 ni en mi excitación por admirar el auditorio central de la Universidad de Milán,
única obra de Averlino que había quedado en pié después de los bombardeos de 1.943.
Yo, acostumbrado a esos desplazamientos, me resigné al hecho de que no estaba para fantasmas ducales del medioevo sino para la trivialidad inevitable de las logísticas del momento.
Estaba obsesionada con la presentación de no se qué sudaca cantautor y revolucionario que andaba recorriendo las rutas amargas del exilio.
Ni siquiera me había escuchado porque por una de esas casualidades Cortazarianas que parecen empeñadas en no darle un ápice de tregua a los rioplatenses, donde quiera que estén, después de dejar la Piazza Fontana tomó la Via Sforza hasta Via Perdono sin mencionar para nada el fantasma de Gian Galeazzo o el sistema utilizado por Julio II, uno de sus personajes favoritos, para despachar al Moro.
Llegamos exactamente cinco minutos antes de que apagarn las luces sin permitirme contemplar más detenidamente la arquitectura del auditorio, que estaba a reventar y, para mi sorpresa, no precisamente por una mayoría absoluta de suramericanos.
"Es nuestro cantor más grande", me dijo ella casi en susurros, porque aunque los músicos aún no habían hecho acto de presencia en el escenario la audiencia estaba en un silencio absoluto, unos leyendo el programa que habían estado repartiendo tres muchachos con pinta cheguevarista y otros mirando fijamente al escenario como a la espera de la Segunda Venida del Mesías Prometido.
Silvina, más elegante, bella y refinada que nunca, esperaba nerviosa que encendieran las luces del escenario para subir a introducir al artista.
Como miembro del Comitè que había hecho posible la presentación del cantor tenía reservadas a su nombre dos de las butacas de la primera fila; afortunadamente, porque el auditorio era inmenso y de no haber sido así nos habría tocado con los grupitos que habían tenido que quedarse de pié en las puertas de los palcos o en la boca de los pasillos en el primer piso.
Ni cuenta me di cuando Silvina se levantó y subiendo al escenario empezó su actuación. Estaba muy concentrado leyendo las palabras de elogio que aparecían en la contraportada del folleto. Nombres como Mercedes Sosa y Joan Manoel Serrat. Y, junto a ellos, una cita altamente elogiosa de un semidios: Atahualpa Yupanqui.
Todo el público se puso de pié y me cogió por sorpresa el aplauso cerrado que parecía de nunca acabar.
Mientras los guitarristas templaban sus instrumentos y un utilero tan refinadamente ataviado como toda la concurrencia colocaba un taburete frente al micrófono vi por primera vez al cantor, que se dirigía lentamente hacia el frente del escenario.
Hizo una pequeña venia y luego miró a la concurrencia. Cuando recorrió con la mirada la primera fila al verme se detuvo y me miró fijamente, como sorprendido por mi presencia. Yo, avergonzado, agaché la cabeza. Tal vez había notado que yo había sido el único que no aplaudió cuando entró al escenario. O quizás de alguna manera había reconocido en mí una actitud diferente.
Cuando lo miré de nuevo dispuesto a sostener su mirada y proyectar lo que estaba pensando, ya él se estaba dirigiendo al micrófono.
Tenés razón, pensé. Soy un intruso acá. Convertíme!
Tomó el micrófono y me miró de nuevo.
Entonces escuché su voz.
Después del concierto dejé a Silvina por un rato y busqué al iluminista que resultó ser un muchacho de Lavalleja a punto de graduarse en Sociología.
Era un aficionado al cine y había participado ya como ayudante en varias producciones de Ettore Salvi, lo cual lo ponía lejos del alcance de los estudiantes que habían agotado su magro presupuesto en la complicada logística de la organización de un concierto que, dadas las proporciones del artista, sabían que iba a colmar el auditorio.
Después, tras la publicación de mi ensayo sobre Artigas, cuando entré por las puertas siempre abiertas del corazón generoso del artista me confesó que por un instante se había sobresaltado por la repentina genialidad del iluminista que obedeciendo a un impulso incontrolable se arriesgó a apagar todas las luces y dejar el escenario en la más absoluta oscuridad.
No me dijo su nombre, el iluminista, y lo he olvidado. Nunca lo volví a ver, y me queda imposible ya localizarlo, después de tanto tiempo, para decirle ahora, después de veinte años, que cada vez que salgo ante el público con AMERICANTO mi primera interpretación siempre la dedico en silencio al milagro de luz interior que se encendió en el alma de toda la audiencia cuando desde la oscuridad del escenario , magnificada por la acústica impresionante del lugar, la voz del Cantautor inolvidable, con el tono telúrico y tremante de los orientales declaró como misionero de la paz y de la nostalgia del exilio, recia y a la vez tierna, que DE CORRALES A TRANQUERAS/CUANTAS LEGUAS QUEDARAN/DICEN QUE SON ONCE LEGUAS/NUNCA LAS PUDE CONTAR.
Donde estés Silvina, mi eterna novia, gracias angelito por haberme llevado a una etapa en el camino del Profeta Zitarrosa, dándome el privilegio impagable de haber escuchado en el escenario y una que otra capilla bohemia a un enviado de Dios.
EL EVANGELIO SEGUN LA GUITARRA
Enero 17, 2001
Tomado de "Voces y Evocaciones"
AMERICANTO ED.
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