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Hacia cinco años que Daniel Revilla trabajaba como mozo en el Bar Alemán de la avenida San Martín y Pedro Morán.
Caminaba todo el día y hasta comía de pie, por eso su mayor anhelo era sentarse.
Vivía en Paso del Rey, en una humilde casucha, en cuyo interior había un ropero viejo y un colchón en el piso.
De las veinticuatro horas que tiene el día, pasaba diecinueve de pie: doce en el trabajo dado que cubría dos turnos de seis horas cada uno, y siete en el tren, viajando apretado y pisoteado de ida y vuelta a su casa.
Solo le quedaban cinco horas para dormir, y vaya si las aprovechaba.
Absolutamente todo lo que recibía en propinas, el sábado, su único día libre, lo gastaba en el pedicuro, dado que tenía una uña encarnada que lo mortificaba enormemente, al punto de malhumorarse con la clientela, quien no le dejaba propinas cuando este se excedía en sus malos modos.
Vida desgraciada la de Daniel Revilla, todo el día de pie, y sin poder sentarse ni siquiera un minuto, mientras la dueña del Bar disfrutaba posando su abultado trasero durante horas detrás de la caja; y esa maldita uña que lo torturaba.
El no sabía que hacía cuatro años que al acostarse dormía profundamente y soñaba el mismo sueño. No era un sueño común, alocado y mágico; ni tampoco una pesadilla atormentadora. Era un sueño argumentado y lógico, un deseo vehemente de mejorar su calidad de vida.
Minuciosamente, noche tras noche, reparaba y mejoraba su sueño aspirando a la perfección. Tenía todo absolutamente registrado, medidas del establecimiento con precisión milimétrica, cantidad de puertas, entrada y salida del personal, y demás datos técnicos. El robo de un “Banco” no era tarea fácil y mucho menos planearlo en sueños.
Hora de despertarse, es viernes, el día de mas trabajo y esa maldita uña...
Un nuevo día de angustia y dolor; mañana sábado, pedicuro y paz.
Ese sábado se sintió distinto y durmió en paz.
Soñó el mismo sueño, pero esta vez lo soñó perfecto. Luego no soñó, simplemente durmió. Casi todo el domingo durmió y al despertar recordó. Recordó todo, los cuatro años de prolijos sueños. Las imágenes se sucedían a vertiginosa velocidad, pero entendibles.
Lo sobresaltó el comprender que había faltado al trabajo, pero mucho no le importó aunque sabía que su relación con la dueña del Bar no era de lo mejor debido a su mal carácter. En realidad él odiaba a esa impasible mujer, cuyo único interés era la caja registradora.
El lunes al presentarse a trabajar, lo notificaron que estaba suspendido por cinco días por no haber concurrido a su trabajo el día domingo. Cosa que aceptó, hasta de buen grado, dado que el sueño marcaba al martes como día clave para el atraco.
Ese martes a la madrugada puso en ejecución su plan.
El robo del “Banco” fue un éxito total. Nadie lo vio. Nadie sospecharía jamas de él. Huyo con el botín hacia la vieja casucha de Paso del Rey.
Al menos, hasta el próximo lunes, Daniel Revilla se quedaría sentado en el mullido “Banco” de la dueña del Bar Alemán.

EKIRNE


Texto agregado el 21-08-2007, y leído por 235 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-09-2007 Buen final. Insospechado y sorprendente. ***** zumm
22-08-2007 Muy buen texto va con claridad y buen tino. Saludos. Jazzista
21-08-2007 Fluidez y sencillez al narrar. Ameno y un toque de fantástico. Te felicito. peco
21-08-2007 Me sorprendió gratamente el final. byryb
 
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