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Inicio / Cuenteros Locales / Ursulita / Atrapado en mis propios recuerdos

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Aquí estoy yo, un infante adivino que se perdió en los confines de la memoria. Tenía que nacer para salvar al mundo o para renovar la fe en el tiempo o quizás solo para hacer felices a dos niños olvidados, pero la vida así no lo quiso. Estaba destinado a ser el fruto de un amor candente, pasional y lleno de cariño, uno de esos amores que casi no se olvidan. Mis padres aún jóvenes, adolescentes, por cosas de la vida se encontraron, amaron, desearon y bueno iba a ser el resultado de algo tan tierno que pensarlo me ruboriza.

Las cosas no salieron como debían, padres y madres repudiaron mi posible existencia. Recuerdo que decían que era indigno, inaudito, que era un error y la deshonra. Mis abuelas recomendaban píldoras, abortos y hogares. Mis abuelos se lamentaban odiando el día en que se conocieron sus hijos. Mi madre, sobando su vientre plano, comenzó a llorar horrorizada por la condenada idea de su padre. Esa misma noche decidió huir, decidió cuidarme y tenerme, porque sería la luz de su vida. Mi padre estaba con los mismos dilemas, caído y con el corazón sangrando decidió salvarse y salvarme. Las distancias ayudan, pensó, nos iremos lejos Mona.

Empacaron sueños en las mochilas, un poco de miedo y el resto lo proveería la vida. Ese tiempo era muy difícil, la inestabilidad los obligo a refugiarse en un mundo idílico, donde pasaban horas y horas imaginando como sobrevivir.

Mis padres, de 16 años cada uno, se condenaron con besos a huir de la sociedad para tenerme. En esos años era tan mal visto, tan extraño, tan sucio, se supone que yo habría nacido el 27 de octubre de 1970. Decidieron trabajar y mantenerse, vivir de la conmiseración de otros. Tendrían que ser adultos, amantes y cómplices en esta batalla contra tantas interrogantes. Cada puerta que se cerraba, su amor se hacia algo mas fuertes y ellos más maduros. En ese extraño acto de conciencia contenida pasaron mis primeros meses.

Ahí, dentro de mi calido y hermoso útero, absorbía los gritos de la gente, los aromas y las tristezas. Me enteré que llegaría a un mundo donde las cosas cambiaban y rápidamente. Ahí comenzó mi talento, quizás mi más terrible sombra. Empecé primero a prever, con mi sutil conciencia, que mi madre le pasaría esto o aquello. Adelantaba las frases de los hombres en extraños y reiterativos déjà-vus. Decidí, movido por las constantes dudas de mi madre (qué será de nosotros hijo mío), adentrarme en los confines de mi propio destino.

Por más que forzaba mi naciente talento, mi mente no llegaba muy lejos, había una barrera que me alejaba de la realidad. Había algo ahí, que yo sabía no podía ver. Imaginaba que sería, que secretos me deparaba el destino, porque una cosa es adelantar hechos superfluos y otra es besar al destino en los ojos. Quizás es fácil para todos prever que mañana un hombre le ofrecerá una flor a mi madre o que mi padre se peleará con su jefe. Debe ser simple adivinar que un hombre tropezara o que un ladrón robará a una viejecita, pero y el destino. Siempre me preguntaré si se puede adelantar la vida en si. Quizás la vida no está escrita, por eso no podemos adelantar demasiado. Quizás solo era yo quién no podía. Me convencí, después de un tiempo, que carecía de ese don; que era simplemente una coincidencia o algún fenómeno muy simple de explicar.

Ahora, ya lejos de todo sonido de vida, ahora hundido hasta el cuello en los mares de mi propia conciencia, analizo los acontecimientos de un modo más frío y descubro cada día otra vez la razón que se me negase saber mi destino. Nadie debería saber la hora en que va a morir, nadie podría soportar saberlo. Todos los instantes se repite como una película ese fatídico día.

Mi madre y mi padre salían de una pieza inmunda y diminuta, donde dormían otras dos parejas, pensando hoy si que mejoraran las cosas. Deciden bajar las escaleras a tientas, para no despertar al dueño de la casona. Un escalón, otro y otro hasta que pasa. Mi madre, joven y veloz como gacela, cae por un hoyo que había en el peldaño. Mi padre intenta sujetarla pero no lo consigue. Ya en el piso con su vientre llorando sangre y vida, ruega al cielo que su pequeño Miguel sobreviva. Cae desmayada y yo me desligo para siempre de la posibilidad de nacer. Los médicos le salvan la vida a ella y mi padre la baña en besos salados. Las lágrimas caen hasta teñirles las caras con el color de la sombra.
Yo me desvincule de sus vidas, no pude seguir sabiendo de ellos. Ahora estoy aquí perdido entre recuerdos y este aire que se llena de nada. Esto me he vuelto y seré por el resto de mi existencia.

Así murió la historia de quien podría haber cambiado el mundo, pero que solo logró llegar a saber lo que eran las sombras.


Texto agregado el 21-08-2007, y leído por 291 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
31-12-2007 Después de dejarte los demás comentarios, me quedé sin dedos para dejarte un comentario decente... Pero resultó ser el texto que más me gustó de los que te leí. OrlandoTeran
11-09-2007 Un buen texto uleiru
10-09-2007 Un relato desgarrado, que refleja hondo dolor; pero muy humano y de una sensibilidad exquisita..Felicidades churruka
10-09-2007 Es un relato inquietante, como un relato que llega de ultratumba, no sabía como definirlo. Misterioso? Tal vez.+++++ crazymouse
10-09-2007 Asi es, es triste, pero me gustó la buena narrativa, felicidades!***** gfdsa_elisa
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