Respiraba Elvis, bebía Elvis, soñaba Elvis y hasta degustaba Elvis. Su habitación estaba repleta de estampas del ídolo y desde un viejo tocadiscos se difundían, en todo momento y a toda hora, los temas clásicos del cantante norteamericano.
Por supuesto, se peinaba como Elvis, se vestía como él y por una extraña razón, sus gestos y sus facciones se asemejaban en demasía a las del malogrado astro. Pero existía algo que agobiaba al joven Aarón: su garganta era incapaz de emitir una sola nota, puesto que era mudo de nacimiento. Por lo tanto, jamás podría cantar como lo hacía su ídolo y esto atormentaba se existencia, puesto que su sueño era poder articular siquiera una nota que imitara las inflexiones sagradas de Elvis.
Consultó a innumerables especialistas y todos lo desahuciaron. Su situación era irreversible y los únicos sonidos que emitía, eran débiles gemidos que más parecían maullidos.
Aarón agotó todos los medios para tratar de revertir su desgracia, pero nadie le proporcionó la solución. Algunos trataban de conformarlo, diciéndole que el silencio era una joya preciosa, otros, aducían que él había nacido para escuchar y para ser el más importante auditor del gran Elvis.
Aarón escuchaba perfectamente, pero su mudez se debía a un fenómeno desconocido, por lo que absolutamente nadie pudo encontrar la cura para su mal. En vista de eso, el muchacho recurrió a lo esotérico.
Un anciano que presumía de estar conectado con los espíritus, le propuso ponerlo en contacto con el de Elvis. Para ello, debería vestir a la usanza del ídolo roquero y si esta condición se cumplía, el encuentro se produciría a medianoche.
Así lo hizo Aarón. Se atavió con la vestimenta clásica del cantante, arregló sus cabellos, poniendo especial atención a las descomunales patillas que enmarcaban su rostro. Luego, se colocó unas gafas oscuras y se dirigió a la casona del espiritista.
El viejo y el joven, aguardaron a que la mágica situación se produjera. Aarón, impaciente, tamborileaba sus dedos sobre la mesa, mientras el anciano elevaba sus ojos al cielo, pronunciando extraños conjuros.
Cuando el reloj marcó las doce, Aarón se sintió poseído por una extraña fuerza. La habitación se iluminó brevemente y al instante, el muchacho sintió que sus piernas cobraban autonomía y su cuerpo todo pareció ya no pertenecerle. Se levantó pues y caminó con torpeza. Se miró al espejo y vio reflejado el rostro de Elvis. Pero no era el Elvis radiante y juvenil sino el hombre acabado, gordo y sudoroso de los últimos momentos. Aarón se aterrorizó, se sentía muy mal, horriblemente mal. Su pecho parecía estallar. Caminó un par de pasos y antes de caer para no levantarse, pronunció, con la voz de Elvis, gastada, sin aliento, una voz que más bien era un ruego: Help me… help me!!!
Su deseo, para bien o para mal, por fin se había cumplido…
|