Mi querido dolor, hace nada que he estado conversando contigo y sin embargo tengo la sensación de que no nos hemos entendido; te niegas a abandonarme, me acompañas de día y de noche; ya no sé cómo decirte que no te necesito, que incluso me agotas, me irritas, me produces soledad.
Y es en mi soledad cuando aprendo a escuchar.

¿Realmente eres tan importante? ¿Acaso tu presencia es un gesto de despecho? ¿Resulta tan difícil abandonar un cuerpo que te pide que lo dejes en paz? ¿Qué beneficio obtienes?
¿Sabes que te odio? ¿Escuchas mis palabras, mis gritos? ¿Existe algo más terrible que no ser querido? ¿De qué te alimentas?

No te entiendo y debería hacerlo porque soy el puntal de tu existencia. Te comparo con una madeja de lana negra que tiras y tiras y nunca se acaba; lo interesante de este trabajo es averiguar el principio y final de tu temperamento. Algún día lo conseguiré y cuando ocurra tú desaparecerás.

¿Percibes por qué no debes insistir en acompañarme?

Ahora lo entiendo, tú vives del desprecio, de la humillación y yo te estoy alimentando en exceso. Quizá si te escucho, si te mimo, quizás entonces llegue a amarte y a consolarte.
Y quizá sea entonces cuándo te desvanezcas y llegue el momento de dejar de gritar.

Y es en mi soledad cuando no dejo de pensar.