Me quedé mas o menos dos horas viendo al techo, tenía todavía el estómago revuelto pero trataba de evitar pensar en ello, en el techo se podía inventar cualquier cosa, desde una montaña rocosa y llena de nieve hasta un mar cristalino y salado colmado de delfines, calor y frío al mismo tiempo se apoderaban de mi cuerpo, el escalofrío de las náuseas me recorrían el cuerpo intermitentemente, como farolasos de semáforos en luz ambar, pero al instante una marejada calórica me recordaba que aún estaba viva... viva...
La semana pasada no había logrado detener la cena, simplemente no pude controlarlo y sin desearlo tuve que devolverla, esta vez quería que fuera diferente, comiendo una vez por semana en atracones de lo que encontrara para después vomitarlos se acercaba tanto la muerte que podía olerla, pero no me importaba, la vida y la muerte era una especie de parodia de lo que estaba viviendo, no sabía a ciencia cierta si ya estaba muerta o seguía latiéndome el corazón, como un mal sueño, como una pesadilla de la que no me podía despertar, desprenderme de lo único consumido en solidez durante la semana, a fuerza de temblores y el nudo en el estómago que ya no sabía si era dolor o hambre, con los dolores de cabeza que con nada se iban, los atracones que venían como consecuencia no se parecían en nada a lo que se oía en esa época, una, en la que no se hablaba ni de la depresión, ni de la anoréxia, ni de nada de eso, un tabú que se sabía por todas partes a puerta cerrada y que se "curaba" con el exilio...
Esa noche lo logré, me quedé dormida a temprana hora, con el estómago lleno, el alma tranquila y el vaivén de emociones en plena paz... aunque a los 8 días siguientes, tuviese que volver a empezar... todo eso hasta morir o hasta que me ayudaran... algo que no había pedido ni que deseaba, ya estaba pegado a mi espíritu como una lapa, algo que no sabía siquiera que existía, ni como se llamaba, ni que era una enfermedad, ni que tenía cura y mucho menos, por encima de todo esto, una enfermedad que no aceptaba.
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